Trump sigue afectándonos las vacaciones

Trump sigue afectándonos las vacaciones

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Y las afecta dándonos que pensar. Y de tanto pensar he llegado a creer que quizás el cuadragésimo séptimo presidente de los Estados Unidos pueda estar, de algún modo, algo tocado de la cabeza. Desde luego parece claro que un poquito (o más de un poquito) de megalomanía padece. El asunto podría no llegar a inquietar porque quizás todos suframos un poco de eso (no seré yo, al menos, el que tire la primera piedra); la preocupación nace debido a quién es Trump y el grado en que la sufre.

Sobre el quién, no hay nada que explicar: se trata, ni más ni menos, que del hombre más poderoso del mundo. Y el grado, mejor júzguelo usted: ha decidido (sí, decidió, por su propia y augusta majestad), que todos los habitantes de Gaza se vayan a otra parte; él dirá más adelante adónde, aunque ha sugerido que a Jordania y Egipto con el estupor consecuente de los correspondientes gobernantes. Y que convertirá ese territorio -que de ninguna manera le pertenece- en una suerte de complejo turístico, una especie de Mar a Lago del Medio Oriente. Y todo ello decidido sólo porque es el hombre más poderoso del mundo.

Se podría decir que no es para tanto, que por algo existen el Derecho y los organismos internacionales y que esa exageración (¿delirio? ¿locura?) no puede prosperar. Lo malo es que no sólo esa sino otras exageraciones (¿delirios? ¿locuras?) son aplaudidas por personas importantes que las apoyan (desde luego Benjamín Netanyahu) o las imitan, como Javier Milei que decidió -remedando al que parece ser su ídolo- retirar a Argentina de la Organización Mundial de la Salud.

Imposible no preocuparse entonces y por lo menos pensar que todo va a ser distinto a partir de Trump. Una posibilidad es que sus desvaríos arrastren al mundo a una situación igualmente desvariada. Una alternativa que ciertamente provoca escalofríos. Pero podría haber otras.

El periodista y escritor estadounidense Ezra Klein, columnista habitual de The New York Times, sostuvo en una versión reciente de su podcast The Ezra Klein Showque lo que Trump ha venido haciendo desde que asumió la presidencia no ha sido más que seguir la orientación de Steve Bannon, el analista que fue su estratega en su anterior mandato y con el que posteriormente se enemistó (nada raro en Trump). En una entrevista concedida en 2019, Bannon sostuvo que la manera de derrotar a la oposición era aplicar “velocidad de salida”, haciendo tantas cosas a la vez que terminaran por agobiar a sus adversarios. Como explica Klein, “el mensaje no estaba en una sola orden ejecutiva o anuncio. Estaba en el efecto acumulativo de todo. La sensación de que ahora este es el país de Trump”. De lo que se trata -nos dice- es hacer creer a la gente de que algo es verdad porque, de ese modo, aumenta la probabilidad de que se convierta en verdad: “La presidencia estadounidense es un cargo limitado, pero Trump nunca ha querido ser presidente… Siempre ha querido ser rey. Su plan esta vez es interpretar primero a un rey en la televisión. Si creemos que ya es rey, es más probable que lo dejemos gobernar como rey.

Todo se trata, en consecuencia, de no creerle. El poder de Trump es real, pero es limitado: es el poder de un presidente de los Estados Unidos, no de un monarca absoluto. Es verdad que en pocos días ha hecho muchas cosas, pero también es cierto que otras le han sido impedidas: un juez impidió la orden ejecutiva que eliminaba el derecho de ciudadanía a los hijos de inmigrantes indocumentados que hubiesen nacido en los Estados Unidos y otro juez “congeló la congelación” de gastos decidida por Trump. “Está actuando como un rey -nos dice Klein- porque es demasiado débil para gobernar como un presidente. Intenta sustituir la realidad por la percepción. Espera que la percepción se convierta en realidad. Eso solo puede ocurrir si le creemos”.

Una idea bien diferente es la de Arnaud Bertrand, un empresario francés que, en un comentario en X, planteó que en realidad estamos ante un cambio de paradigma (él lo llama “un cambio sísmico en la relación de Estados Unidos con el mundo”) y que lo que está diciendo Estados Unidos por intermedio de Trump es que se acabó su intento de gobernar a los demás, que ahora no son más que solo otra potencia y que a partir de ahora cada uno se las arregla como puede.

La hegemonía de Estados Unidos iba a terminar tarde o temprano, afirma Arnaud, y “ahora Estados Unidos básicamente está eligiendo terminarla en sus propios términos”. Se trata de una redefinición del concepto de “aliados”: “ya no quieren -o tal vez no pueden permitírselo- vasallos, sino que relaciones que evolucionan en función de los intereses actuales”. Se puede ver como “…una retirada controlada de los compromisos imperiales con el fin de concentrar los recursos en los intereses nacionales fundamentales en lugar de verse obligado a una retirada aún más desordenada en una etapa posterior”.

Eso sí, nos aclara: “Esto no quiere decir que Estados Unidos no vaya a seguir causando estragos en el mundo, y de hecho podríamos estar viendo que se vuelve aún más agresivo que antes. Porque cuando antes intentaba (mal, y muy hipócritamente) mantener alguna apariencia de autoproclamado «orden basado en reglas», ahora ni siquiera tiene que fingir que está bajo ninguna restricción, ni siquiera la de jugar bien con los aliados”.

“Esta transformación -termina afirmando- puede marcar uno de los cambios más significativos en las relaciones internacionales desde la caída de la Unión Soviética. Y los menos preparados para ello, como ya es dolorosamente obvio, son los vasallos de Estados Unidos tomados completamente por sorpresa al darse cuenta de que el patrón en el que han confiado durante décadas ahora los está tratando como otro conjunto de países con los que negociar”.

Por lo menos la conclusión de Arnaud ha quedado bien a la vista la semana que pasó, cuando Trump anunció que impondría aranceles de 25% al acero y al aluminio “sin excepciones” (lo que significaría, en el caso de Canadá y México, 50% una vez terminada la pausa de un mes al alza general de 25% obtenida hace unos días por la Presidenta Sheinbaum). Esta decisión de Trump afecta sin escrúpulos a ex viejos amigos, como México y Canadá, pero también a nuevos viejos amigos como pretendía Javier Milei hacer de Argentina. De ese modo Trump parece mostrar que ya no le interesa tener amigos y tampoco vasallos: para él el mundo parece ser sólo un vasto campo de batalla en el que está dispuesto a dar y recibir sin reparar en amistades o complicidades en el plano de las ideas.

Como resulta fácil de entender, ninguna de estas reflexiones contribuye a hacer más apacibles las vacaciones. Para seguir pensando, una última pregunta: con todo lo que sabemos ahora ¿cuál cree Ud. que es el verdadero Trump: el que nos describe Klein o el que explica Arnaud? (El Líbero)

Álvaro Briones