Más de doscientos años de ciencia económica descartados como basura, y peor, con el argumento de volver a hacer grande a Estados Unidos, ¿acaso no lo es? En toda la historia ningún país ha logrado el poderío que ostenta Estados Unidos, y más aún el dólar. Ese logro ha tenido todo que ver con un modelo de desarrollo basado en la libertad económica, en la solidez de sus instituciones y en el respeto al Estado de Derecho. Y no sólo eso, el liderazgo de Estados Unidos ha permitido que estas condiciones sean reconocidas ampliamente como las que permiten los mayores niveles de bienestar a las sociedades, y ha sido entonces emulado por todos los países que han alcanzado el desarrollo (y ojo que China no entra en esa categoría, con un nivel de ingreso per cápita de sólo US$ 23.000 a PPC, mientras que el de Estados Unidos es de US$ 76.000 medido de igual forma).
Es cierto que el país tiene problemas, el principal, su elevado déficit fiscal de casi 8% del PIB, que amenaza la sostenibilidad del desarrollo económico. De hecho, el déficit externo que tanto preocupa a Trump, es bastante menor al fiscal, en torno a un 3% del PIB, lo que implica que el exceso de gasto público es financiado principalmente por el ahorro privado americano. Indudablemente, el resto del mundo también contribuye a financiar el hoyo fiscal, gracias a que Estados Unidos tiene el enorme privilegio de emitir la moneda de reserva mundial. Pero esta gran ventaja no es gratis, es el premio a su éxito económico y político -y el gobierno americano la está poniendo en riesgo-. No es el resto del mundo el que se aprovecha de Estados Unidos, como dice Trump, al revés, llevamos décadas financiando el déficit americano, comprando bonos del Tesoro de bajo rendimiento. Somos todos los países los que hacemos ese “regalo” a los americanos, vendiéndoles bienes a menor costo de lo que costarían internamente, y además, comprando sus bonos de deuda, dándoles el financiamiento para que puedan pagar nuestros bienes. En esta “generosidad” los chinos llevaron durante mucho tiempo la delantera, aunque ahora son los alemanes quienes tienen el mayor exceso de ahorro, reflejado en un superávit de cuenta corriente mayor aún que el de los chinos.
¿Les convendría a los norteamericanos que el dólar fuera reemplazado por otra moneda, lo que los obligaría a reducir su déficit para evitar una crisis fiscal? En ese contexto, el dólar se depreciaría, las exportaciones serían más competitivas y disminuiría el déficit comercial, pero el costo interno sería altísimo. No parece ser ese un camino razonable, aunque si se mantiene la velocidad del deterioro institucional en ese país, ese será el resultado.
¿Qué busca entonces Trump con su enfoque mercantilista? En su mirada, las importaciones son bienes que no se producen internamente, y que, por lo tanto, no generan empleo. Pero se olvida completamente del otro lado de la ecuación. Los consumidores americanos son más ricos cuando pueden comprar mucho más baratos los bienes en el resto del mundo. Esa mayor riqueza, que viene de las ganancias del intercambio genera actividad económica (se desarrollan otros sectores, especialmente servicios) y el país como un todo logra un nivel de desarrollo mucho mayor. El menor crecimiento, o incluso recesión, que generarán estos aranceles es lo que explica las fuertes caídas en la riqueza financiera. Los mercados le están mostrando en forma clara y evidente a Trump lo erróneo de sus teorías.
Supongamos por un momento que se lograra el poco probable resultado de que, producto de las barreras, las industrias volvieran a instalarse en Estados Unidos. Efectivamente demandarían mano de obra, que tendría que provenir de otros trabajos, ya que el desempleo es prácticamente inexistente. A lo mejor esos trabajadores estarían felices, porque podrían aumentar sus sueldos. Pero la felicidad les duraría muy poco, porque cuando quisieran gastar sus mayores sueldos, se darían cuenta que podrían comprar menos bienes de los que compraban antes con sueldos inferiores, producto de los mayores precios.
¿Y podría reducir el déficit fiscal con la recaudación de los aranceles? Si es que algo, sería marginal, ya que las importaciones de bienes representan algo más de un 10% del PIB, y probablemente caerían de aplicarse los niveles absurdos de aranceles que se anunciaron el Día de la Liberación. La recaudación de los aranceles sería menos de un 1% del PIB.
Es cierto que muchos países del mundo, desarrollados y en desarrollo, son más proteccionistas que Estados Unidos, ya que no han logrado enfrentar las presiones de grupos de interés que buscan protección. El costo lo pagan los consumidores de esos países. La libertad de comercio que hasta ahora había defendido Estados Unidos es por lejos la mejor política para los consumidores, y consumidores somos todos. Es realmente inexplicable que el gobierno norteamericano busque castigar al resto del mundo a través de dañar en forma tan importante a sus propios ciudadanos.
Definitivamente, no puedo entonces dejar de pensar que Trump no sabe claramente lo que está haciendo, y deberían ser sus propios electores quienes se lo hagan saber. (El Líbero)
Cecilia Cifuentes



