El padre Roblero yerra en su afirmación, toda vez que me asiste la convicción de que los reclusos no son personas no socializadas, sino que simplemente han cometido actos antisociales y, en más de un caso, como modo de vida. Por ello, la necesidad de que la cárcel, en vez de representar una pausa en hábitos de vida antisociales, sean incipientes o consolidados, se convierta en una instancia de corrección de los mismos. Y ahí el aprendizaje de un oficio, así como la valoración del esfuerzo y del trabajo, resultan capitales para que el egreso represente el inicio de una nueva oportunidad y no una vuelta a los hábitos delictivos.
No puedo negar que la falta de oportunidades puede llevar a que personas que viven en la pobreza delincan para subsistir; pero el delito, en cualquiera de sus formas, no es exclusivo de los pobres, a pesar de que para el padre Roblero haya una estrecha relación entre pobreza y delito. Pero, aún concediéndole el argumento al capellán, el trabajo puede paliar eficazmente lo que incluso la mejor política antidelincuencia no ha podido lograr. No en vano, los países que se han abocado a la materia han avanzado hacia la introducción del trabajo como medio para evitar la reincidencia.
Finalmente, creo que el capellán debería tener presente lo que la Biblia nos enseña respecto del trabajo, en una lúcida cita de Efesios 4:28 sobre trabajo y delincuencia: «El que robaba, que deje de robar y se ponga a trabajar honestamente con sus manos, para poder ayudar al que está necesitado».
Gonzalo Fuenzalida Figueroa
Diputado RN


