En la antesala de la primera vuelta de la elección presidencial, publiqué en este espacio un artículo que titulé El Péndulo, señalando el riesgo que, en mi opinión, corría el país con la elección de un candidato que practicara una política de extrema derecha equivalente, desde el extremo opuesto, a la política de extrema izquierda que intentó llevar en sus orígenes el gobierno de Gabriel Boric. El riesgo era que, como ha ocurrido en el período reciente, a ese movimiento pendular hacia un extremo siguiese “una reacción igual y de sentido contrario, que nos llevará a un gobierno de extrema izquierda… y, así, quizás por cuanto tiempo más mientras el país se hunde en la parálisis y finalmente en la pobreza”.
En ese texto atribuía el riesgo del movimiento hacia el extremo de la derecha a José Antonio Kast y en consecuencia proponía que rompiéramos la oscilación del péndulo con la elección de Evelyn Matthei que, en mi opinión, podía iniciar un nuevo período de acuerdos y consensos como los que el país vivió durante los gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia.
Pero quien fue electo para enfrentar la candidatura de Jeannette Jara fue Kast y no Matthei. Y no sólo eso: si las cosas ocurren como la lógica y los datos de la realidad nos indican, él será el próximo Presidente de Chile. El riesgo que creí ver con su elección y del que quise advertir en ese artículo sigue pues en pie, aunque también está en pie la posibilidad de superarlo y que quien lo supere sea el propio José Antonio Kast. Porque uno de los desafíos más importantes que enfrentará su futuro gobierno es el mismo que debe enfrentar y tratar de superar quienquiera que dirija nuestro país durante los próximos años: romper ese movimiento pendular que no ha hecho más que dañarnos como país y nos ha conducido a la situación de estancamiento económico y político que ahora nos caracteriza. Así, al pasar a la segunda vuelta electoral y al alcanzar la primera magistratura del país, como todo indica que ocurrirá, José Antonio Kast no solo estará obteniendo todo el poder que nuestra Constitución y leyes le otorgan, sino también una gran responsabilidad: la de devolver al país a una senda de diálogo y entendimiento como la que tuvimos durante los primeros años de regreso a la democracia.
José Antonio Kast y quienes lo han acompañado en el derrotero que ha seguido hasta acá, pueden sentirse tentados de gobernar únicamente con los suyos, amparados en una estricta y restringida identidad política. Una identidad que ha quedado bien definida durante las últimas dos semanas con el apoyo que todas las fuerzas de derecha le han brindado generosamente. Pero la experiencia chilena, desde el retorno a la democracia, muestra que los momentos de mayor avance legislativo y estabilidad institucional han coincidido con la apertura a miradas que van más allá de una identidad volcada exclusivamente sobre sí misma. Una apertura que se tradujo en el diálogo y el consenso con quienes habían sido hasta muy poco antes adversarios políticos. Así ocurrió durante esos primeros años de retorno a la democracia -quizás los de mayor prosperidad y estabilidad política de nuestra historia- aún en el contexto de una transición política compleja como la que vivíamos en ese momento.
Por el contrario, si el futuro gobierno de Kast opta por no escuchar la voz de quienes van a ser su oposición, se arriesga a quedar aislado, a enfrentar una oposición dura y a ver frustradas sus iniciativas. La política de trincheras debilita la gobernabilidad y profundiza la polarización. En cambio, la apertura y el respeto por la pluralidad pueden transformar el escenario político y permitir avances significativos para todas las chilenas y chilenos.
La única manera de lograr ese objetivo es atreviéndose a cruzar puentes o a establecerlos en el caso que ellos no existan. Significa incluir y no excluir.
Kast y su futuro gobierno deben entender que inclusión no significa renunciar a convicciones, sino ampliar la capacidad de acción. Que diálogo y consenso no significan una conversación compuesta únicamente de renuncias mutuas. La verdadera inclusión, aquella que puede dar lugar a un gobierno estable y rico en realizaciones, es aquella que nace de la búsqueda conjunta de diagnósticos comunes, que son los únicos que pueden dar lugar a la identificación de soluciones aceptadas por todos. Eso ocurrió durante los primeros años de gobierno de la Concertación, durante los cuales gobierno y oposición dialogaron continuamente y llegaron a identificar soluciones que no significaban concesiones de una o de las dos partes, sino la construcción de futuros posibles.
No es una tarea fácil y exige de entereza y mucho valor moral. Probablemente encontrará, en la izquierda más extrema y en quienes ya explicitan su intención de “hacerle la vida imposible”, barreras que ningún puente podrá franquear. Pero con toda seguridad encontrará también una oposición inteligente, que pondrá a prueba su talante democrático mostrando buena disposición al diálogo y a la construcción de acuerdos que garanticen la estabilidad que requieren proyectos de largo plazo en materia como seguridad y crecimiento económico. Me atrevo a sugerir al probable futuro presidente y a quienes lo han acompañado hasta acá, que su diálogo con el expresidente Eduardo Frei Ruiz Tagle y el reconocimiento por éste de sus coincidencias con el todavía candidato, es un buen ejemplo de un futuro en que esa inclusión sea una norma de comportamiento político.
En su espléndida película de 2015 “El puente de los espías”, Steven Spielberg mostró -basado en un hecho real- cómo, incluso en los escenarios más polarizados, los acuerdos surgen cuando alguien se atreve a escuchar al otro, se atreve a “cruzar el puente”. Como recordarán, para resolver la situación originada por el derribo de un “avión espía” U-2 de la CIA sobre la Unión Soviética en 1960 y la captura de su piloto Francis Gary Powers, James Donovan, un abogado estadounidense que sufría la desconfianza de su propio país, descubrió que la única forma de resolver el complejo procedimiento de intercambio de espías propuesto por soviéticos y alemanes del Este era reconocer la humanidad y la inteligencia del espía soviético Rudolf Abel, entonces prisionero en Estados Unidos. Según muestra la película, finalmente dos hombres formados en mundos opuestos lograron construir un entendimiento mínimo -pero decisivo- que permitió una negociación que nadie creía posible.
Si un gobierno de Kast decide, como Donovan en la película, cruzar el puente y reconocer el valor político y humano de quienes piensan distinto, no sólo ampliará su margen de acción. También contribuirá a un país menos tenso, más dispuesto a cooperar, más consciente de que la estabilidad se alcanza cuando se aceptan las manos que se extienden desde otras veredas. Y sin duda contribuirá también a acabar con el movimiento pendular de la política que nos mantiene estancados.
Y podrá, en definitiva, ofrecer a todas y todos en Chile una demostración de madurez que es propia de la democracia: entender que gobernar bien es, sobre todo, saber tender puentes. (El Líbero)
Álvaro Briones



