Taiwán se prepara para una potencial invasión China: actores y sangre falsa

Taiwán se prepara para una potencial invasión China: actores y sangre falsa

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Era una mañana de viernes cualquiera en la isla taiwanesa de Kinmen, a pocos kilómetros de la costa de China, cuando una sirena antiaérea rompió la calma.

En una oficina del gobierno local, la gente apagó las luces y se refugió debajo de las mesas. Otros huyeron a un aparcamiento subterráneo. En un hospital cercano, el personal se apresuró a atender a personas que llegaban tambaleándose con heridas sangrientas.

Pero la sangre era falsa y las víctimas eran actores voluntarios. Junto con los funcionarios del gobierno, participaban en los simulacros obligatorios de defensa civil y militar que se llevaron a cabo en Taiwán el mes pasado.

¿El objetivo? Ensayar su respuesta ante un posible ataque de China.

China lleva mucho tiempo prometiendo «reunificarse» con Taiwán, que goza de autogobierno, y para hacerlo no ha descartado el uso de la fuerza. Se trata de una amenaza que el gobierno taiwanés se está tomando cada vez más en serio.

El presidente de Taiwán, William Lai, que asumió el cargo el año pasado, está detrás de uno de los impulsos más fuertes en años para reforzar la defensa.

Sin embargo, uno de sus mayores retos es convencer a su propio pueblo de la urgencia de la situación.

Si bien su campaña de defensa ha obtenido apoyo, también ha suscitado controversia.

«Necesitamos estos simulacros de defensa, creo que existe cierta amenaza por parte de China», afirma Ben, un profesional de las finanzas que trabaja en Taipéi.

«Pero las posibilidades de una invasión china son escasas. Si realmente quisieran atacarnos, ya lo habrían hecho».

Al igual que Ben, la mayoría de la población de Taiwán -el 65% según una encuesta publicada en mayo por el Instituto de Defensa Nacional e Investigación Estratégica (Indsr), afiliado al ejército- cree que es poco probable que China ataque en los próximos cinco años.

Esto a pesar de que Estados Unidos ha advertido de que la amenaza a Taiwán es «inminente» y de que Pekín está preparando a su ejército para poder invadir la isla en 2027.

Los preparativos militares de Taiwán

Lai y su gobierno repiten a menudo una frase concreta para explicar qué les motiva: «Al prepararnos para la guerra, evitamos la guerra». Han subrayado que no buscan el conflicto, sino ejercer el derecho de Taiwán a reforzar sus defensas.

Además de haber iniciado importantes reformas militares, también quieren aumentar el gasto en defensa en un 23% el próximo año. Esto lo situaría en 949.500 millones de dólares taiwaneses (US$31.000 millones), más del 3% de su PIB, tras la presión de Estados Unidos para que inviertan más en defensa.

Lai se ha comprometido a incrementarlo hasta el 5% para 2030.

Tras prolongar su programa de reclutamiento obligatorio, Taiwán ha aumentado ahora los salarios y las prestaciones de los militares y ha introducido un entrenamiento más riguroso.

Estas medidas tienen por objeto abordar los problemas recurrentes de la escasez de tropas y la baja moral: los soldados se quejaban anteriormente de la mala calidad del entrenamiento y se les apodaba «soldados fresa» por su aparente debilidad.

Las maniobras militares anuales Han Kuang, que ensayan la respuesta militar a un ataque chino, se han renovado para sustituir los ejercicios programados por simulaciones más realistas.

La edición de este año ha sido la más larga y la más grande hasta la fecha, con la participación de 22.000 soldados reservistas, un 50% más que el año pasado.

Además de abordar la guerra en la zona gris y las campañas de desinformación, uno de los objetivos principales era prepararse para la guerra urbana.

Los soldados ensayaron cómo repeler a las tropas enemigas en el sistema de transporte público, las autopistas y los suburbios de la ciudad.

En Taipéi, ensayaron la carga de misiles en helicópteros de combate en un parque ribereño y transformaron una escuela en un taller de reparación de tanques de combate.

Pero el gobierno también está preparando a sus ciudadanos para una invasión, aumentando la frecuencia y la escala de los simulacros de defensa civil.

Practica de evacuaciones, redadas y rescates

El mes pasado se llevó a cabo uno de los mayores simulacros jamás realizados, denominado «Ejercicio de Resiliencia Urbana».

Durante varios días, todas las principales zonas urbanas de Taiwán se turnaron para realizar simulacros de ataque aéreo.

Los residentes de los distritos designados tuvieron que permanecer en sus casas, mientras que los hoteles, tiendas y restaurantes tuvieron que interrumpir su actividad.

Los pasajeros no podían subir ni bajar de trenes y aviones. Cualquiera que desobedeciera las órdenes se arriesgaba a recibir una multa.

En el centro de Taipéi, equipos de emergencia y voluntarios practicaron la evacuación de personas heridas, la extinción de incendios y el descenso por edificios que habían sido decorados para que pareciera que fueron alcanzados por misiles.

Los equipos médicos clasificaron a los evacuados en un aparcamiento, vendando heridas y colocando bolsas de suero para goteros intravenosos bajo tiendas de campaña.

Algunos taiwaneses lo aprueban. «Creo que es algo positivo. Porque creo que la amenaza ha aumentado», afirma el oficinista Stanley Wei.

«Fíjese en cómo China nos sigue rodeando», prosigue, señalando que China ha estado realizando maniobras para rodear Taiwán con buques de guerra.

«Creo en la coexistencia pacífica con China, pero también necesitamos aumentar nuestra defensa», señala Ray Yang, quien trabaja en informática.

«Antes de la guerra de Ucrania, no me importaba esta posibilidad [de un ataque chino]. Pero después de lo que pasó en Ucrania, he empezado a creer realmente que esto podría suceder».

Algunos, sin embargo, le restan importancia. «Aunque se produzca el ataque, ¿qué podemos hacer?», argumenta el ingeniero Liu.

«De todos modos, no estoy seguro de que vayan a invadirnos. Esta amenaza siempre ha existido».

«¿Por qué nos harían daño a nosotros, la gente común?»

En Kinmen, el escepticismo es aún más generalizado.

La pequeña isla, que fue escenario de enfrentamientos mortales entre las fuerzas chinas y taiwanesas a finales de los años 40 y en los 50, es considerada la primera línea de cualquier posible ataque.

Pero con la mejora de las relaciones a través del estrecho y los lazos económicos, muchos en Kinmen ven su cercanía a China más como una bendición que como una maldición.

Gran parte de la economía de Kinmen se orienta ahora a atender a los turistas chinos que cruzan en ferry el estrecho canal desde Xiamen, la ciudad china más cercana.

Yang Peiling, de 77 años, lidera una tienda en Kinmen donde vende aperitivos tradicionales.

Cuando era niña, fue testigo de cómo las fuerzas chinas de Xiamen bombardeaban su isla durante la Segunda Crisis del Estrecho de Taiwán en 1958.

«Estábamos en la montaña recogiendo verduras silvestres cuando vimos cómo disparaban cañones y alcanzaban Kinmen», recuerda.

«La gente gritaba: ‘Xiamen está en guerra’. Todo se tiñó de rojo».

Yang y su familia sobrevivieron escondiéndose en cuevas de la montaña. Otros habitantes de su pueblo murieron.

Décadas después, recibe en su tienda a turistas de Xiamen que vienen a pasar el día.

«China no nos atacará ahora», argumenta. «Todos somos chinos, todos somos una familia. ¿Por qué nos harían daño a nosotros, la gente común?».

Más abajo, en una tienda de recuerdos, la dependienta Chen, está de acuerdo.

«Si vuelan nuestros edificios y nos matan, ¿qué sentido tiene reclamar una tierra así? Obtendrían un Taiwán que no tiene nada y que no les reporta ninguna ventaja».

Muchos taiwaneses comparten esta opinión: que invadir Taiwán sería demasiado costoso e inútil para China.

Pekín ha subrayado en repetidas ocasiones que quiere una «reunificación pacífica», lo que algunos interpretan como una señal de que quiere un Taiwán intacto.

Pero Lai sostiene que China es una «fuerza extranjera hostil» que planea «anexionar» Taiwán y continúa con su «intimidación política y militar».

Otro factor que ha tranquilizado durante mucho tiempo a los taiwaneses es que Estados Unidos está obligado por ley a ayudar a Taiwán a defenderse.

Aunque las encuestas sugieren que esta sensación de tranquilidad ha disminuido durante la actual administración del presidente Donald Trump, algunos siguen creyendo que Estados Unidos ayudaría a Taiwán en caso de un ataque, y que China sería reacia a verse envuelta en un conflicto militar directo con EE.UU.

«No se trata de una visión ingenua e inocente de que China no representa una amenaza para Taiwán y nunca atacaría Taiwán», afirma Shen Ming-shih, analista de defensa del Indsr.

«Sí, Xi Jinping tiene intenciones estratégicas de guerra con Taiwán. Pero la fuerza militar actual de China no está a la altura de la de Estados Unidos», opina.

También existe la creencia de que la comunidad internacional acudiría en ayuda de Taiwán dada su enorme importancia en la industria mundial de semiconductores, añade.

Pero tras décadas de amenazas, ahora también existe «la sensación de que Pekín es como el niño que gritaba ‘¡lobo!'», afirma Wen-ti Sung, politólogo del Centro de Taiwán de la Universidad Nacional de Australia.

«Psicológicamente, no se pueden tomar en serio todas las amenazas sin volverse locos. Por eso, la gente deja de prestar atención para priorizar su salud mental».

El debate sobre si China invadirá

La posibilidad de una invasión china ha sido durante mucho tiempo un debate existencial en Taiwán.

Pero la urgencia de esta cuestión se ha agudizado con la reciente escalada de tensiones, especialmente tras la elección de William Lai el año pasado.

Lai, que insiste en que Taiwán nunca ha formado parte de China, y su Partido Democrático Progresista (PDP) son tachados de «separatistas» por parte del gobierno chino.

Pekín ha acusado al gobierno de Lai de antagonizarlos deliberadamente, en particular con la campaña de defensa.

El mes pasado, el Ministerio de Defensa de China calificó los ejercicios Han Kuang de «nada más que un truco de fanfarronería y autoengaño de las autoridades del PDP para secuestrar a los compatriotas taiwaneses a bordo de su carro de guerra de la ‘independencia de Taiwán'».

Cualquier declaración formal de independencia por parte de Taiwán podría desencadenar una acción militar por parte de China, que tiene una ley que establece que recurrirá a «medios no pacíficos» para impedir la «secesión» de Taiwán.

Lai sostiene que Taiwán ya es una nación soberana y, por lo tanto, no tiene necesidad de declarar formalmente su independencia.

Además de intensificar su retórica, China también ha enviado cada vez más aviones de combate y buques al espacio aéreo y las aguas de Taiwán.

China nunca ha confirmado la afirmación de Estados Unidos de que está preparando a su ejército para poder invadir Taiwán en 2027.

Sin embargo, es evidente que ha estado reforzando su ejército, su armada y su armamento, que se exhibirán en un desfile muy publicitado el próximo mes.

Los expertos están divididos sobre si China realmente planea invadir pronto. Pero muchos coinciden en que las tensiones, junto con los movimientos militares de China, aumentan la posibilidad de un enfrentamiento.

Desembarcos en playas, ataques con misiles y sabotaje de cables

Hay innumerables formas en las que China podría atacar.

Además de desembarcar en las playas de Taiwán o lanzar ataques con misiles, también podría organizar bloqueos aéreos y marítimos, o cortar los cables de comunicación submarinos.

Muchos de estos escenarios se ilustran en una serie de televisión financiada por el gobierno taiwanés que describe una invasión china ficticia.

Sin embargo, algunos, en particular el gobierno de Taiwán, creen que ya podría estar teniendo lugar una invasión más sutil: una en la que China intenta ganarse el corazón y la mente de los taiwaneses de a pie con la esperanza de que algún día elijan la unificación.

Oficialmente, China ha estado fomentando las relaciones comerciales y económicas con Taiwán, así como los vínculos culturales.

De manera extraoficial, sin embargo, según analistas y funcionarios taiwaneses, Pekín también ha invertido en campañas de desinformación y operaciones de influencia.

Un estudio realizado por el Instituto V-Dem de la Universidad de Gotemburgo, en Suecia, reveló que durante muchos años Taiwán ha sido el lugar más afectado del mundo por las campañas de desinformación iniciadas por un gobierno extranjero.

En marzo, Lai advirtió sobre la creciente influencia de China en la economía, la cultura, los medios de comunicación e incluso el gobierno de Taiwán, y anunció varias medidas para reforzar la seguridad.

Varios soldados y oficiales militares taiwaneses han sido encarcelados por presunto espionaje a favor de China. Miembros del PDP, entre ellos un antiguo asistente de Lai, también han sido acusados de espionaje.

Mientras tanto, las celebridades taiwanesas afines a China, los influencers de las redes sociales y los cónyuges chinos de ciudadanos taiwaneses han sido objeto de un estrecho escrutinio, y algunos han sido deportados u obligados a marcharse.

Lai también ha respaldado un movimiento popular muy controvertido cuyo objetivo es expulsar a los políticos de la oposición considerados demasiado cercanos a China.

La forma en que Lai se dirige a China avivará su furia

Hay algunos indicios de apoyo público a la campaña de defensa.

La encuesta del Indsr reveló que más de la mitad de los taiwaneses aprueban el aumento del gasto en defensa, y que un porcentaje aún mayor apoya la compra de armas estadounidenses.

Pero también hay inquietud. Una opinión es que la campaña de defensa y la retórica de Lai están provocando a China, lo que podría conducir a una guerra.

«Creo que China es muy sencilla», afirma Chen, dependienta de Kinmen. «Mientras no les digas que quieres la independencia, no te harán nada.

«Pero William Lai está loco por la forma en que se dirige a China. Eso avivará su furia. Nunca se sabe, quizá algún día Xi Jinping se enfade mucho y nos ataque».

Las encuestas muestran sistemáticamente que la mayoría de los taiwaneses quieren mantener el statu quo, lo que significa que no quieren unificarse con China ni declarar formalmente la independencia.

La oposición política, dominada por el partido Kuomintang (KMT), acusa al gobierno del PDP de utilizar la perspectiva de una invasión china para sembrar el miedo y así obtener apoyo político.

Alexander Huang, director de asuntos internacionales del KMT, acusó al gobierno del PDP de «intimidar verbalmente a los chinos de forma innecesaria y dañar la estabilidad en el estrecho de Taiwán».

Sin embargo, otros argumentan que los taiwaneses deben adoptar una postura firme contra China.

«Los ciudadanos deben reconocer que China es una amenaza para Taiwán, que puede recurrir a la fuerza y que actualmente se está preparando para hacerlo», plantea el analista Shen.

«Por lo tanto, los responsables de la seguridad nacional y el ejército deben prepararse primero para ello».

Fuente: http://www.bbc.com/mundo/articles/cgr97x7v5n2o

HOW TAIWAN IS PREPARING FOR A POTENTIAL CHINESE INVASION WITH ACTORS, FAKE BLOOD, AND MISSILE ATTACK DRILLS

It was an ordinary Friday morning on the Taiwanese island of Kinmen, a few kilometers off the coast of China, when an air raid siren shattered the calm.

At a local government office, people turned off the lights and took cover under tables. Others fled to an underground parking lot. At a nearby hospital, staff rushed to treat people staggering in with bloody wounds.

But the blood was fake, and the victims were volunteer actors. Along with government officials, they were participating in the mandatory civil and military defense drills held in Taiwan last month.

The goal? To rehearse their response to a possible attack from China.

China has long promised to «reunify» with self-governing Taiwan, and has not ruled out the use of force to do so. This is a threat the Taiwanese government is taking increasingly seriously.

Taiwanese President William Lai, who took office last year, is behind one of the strongest pushes in years to bolster its defense.

EE.UU. ESTUDIÓ QUE PASARÍA SI ENTRA EN GUERRA CON CHINA. AHORA HA INICIADO UNA CARRERA DESESPERADA POR DUPLICAR MISILES

Si Estados Unidos quiere mantener su disuasión frente a China, deberá demostrar que puede sostener la producción masiva de la que depende su red de alianzas

Cuando China levantó el telón de su desfile militar escenificó mucho más que el poder armamentístico que dispone. Fue un mensaje claro y directo que tuvo su reacción a los pocos días, cuando Estados Unidos movió ficha mandando su nueva plataforma de misiles a Japón. Luego se descubrió que, si de misiles se trata, hay 3.500 apuntando en la misma dirección. Desde entonces, Estados Unidos ha iniciado una carrera desesperada: la de duplicar su propia fabricación de misiles por lo que pueda pasar.

El despertar estratégico. Lo contaba en una exclusiva el Wall Street Journal. El Pentágono ha encendido todas las alarmas ante la evidencia de que sus arsenales de misiles no alcanzarían para sostener un conflicto prolongado con China. La invasión rusa de Ucrania y el consumo masivo de interceptores en Europa ya habían dejado clara la fragilidad de la base industrial estadounidense.

Sin embargo, contaba el medio que fue la guerra de doce días entre Israel e Irán, en la que Washington lanzó centenares de misiles de alta gama para sostener a su aliado, la que terminó de vaciar los depósitos y precipitó un plan de choque. El mensaje que circula en los despachos del Pentágono es claro: el arsenal actual no basta para defender a Taiwán ni a las bases aliadas en el Pacífico si estalla un enfrentamiento directo con Pekín.

La nueva creación. Para afrontar esa realidad, el Departamento de Defensa ha creado un órgano extraordinario, el Munitions Acceleration Council, dirigido personalmente por el vicesecretario Steve Feinberg, que llama cada semana a los principales ejecutivos de la industria para exigir incrementos inmediatos. La estrategia busca duplicar, e incluso cuadruplicar, la producción de los doce misiles considerados críticos: desde los interceptores Patriot, hasta el Standard Missile-6, los Long Range Anti-Ship Missiles, los Precision Strike y los Joint Air-Surface Standoff Missiles.

El propio secretario de Defensa, Pete Hegseth, y el jefe del Estado Mayor, el general Dan Caine, han presidido reuniones con gigantes como Lockheed Martin, Raytheon o Boeing, pero también con nuevos actores como Anduril Industries y con proveedores clave de componentes, desde propelentes sólidos hasta baterías.

El destructor de misiles guiados USS John Paul Jones (DDG-53) de la Armada de Estados Unidos lanza un misil RIM-174 Standard ERAM (Standard Missile-6, SM-6)

El cuello de botella industrial. El reto es monumental. La fabricación completa de un misil puede tardar hasta dos años. Las líneas de producción se han enfriado tras décadas de desinversión, proveedores secundarios han desaparecido y piezas críticas como los buscadores frontales de Boeing se han convertido en verdaderos cuellos de botella. Ampliar turnos, añadir metros cuadrados de planta y formar personal especializado requiere miles de millones de inversión y compromisos firmes de compra.

Como recuerdan los expertos, las empresas no producen sin contrato: necesitan garantías de que el Pentágono no retirará la financiación en medio del esfuerzo. Aun así, algunos proveedores han dado pasos por adelantado. Northrop Grumman, por ejemplo, ha invertido más de 1.000 millones en expandir su capacidad de motores cohete, con la expectativa de duplicar la producción en cuatro años.

Prioridad: el Patriot. El caso más urgente es el del Patriot PAC-3, cuya demanda global se ha disparado. En septiembre, el Ejército otorgó a Lockheed un contrato de casi 10.000 millones de dólares para fabricar 2.000 misiles en tres años, pero el objetivo del Pentágono es alcanzar esa misma cifra cada doce meses, lo que supone cuadruplicar el ritmo actual.

Para ello, Boeing se ha visto obligada a ampliar miles de metros cuadrados de su planta para ensamblar más buscadores, mientras Lockheed estudia nuevas inversiones en líneas de montaje. Los portavoces insisten en que podrán entregar por encima de su capacidad declarada, pero todos reclaman más dinero y compromisos plurianuales que den estabilidad al salto productivo.

Precision Strike Missile

Nuevo modelo de adquisición. La presión es tal que el Ejército anuncia “cambios masivamente sustantivos” en la forma de comprar armamento. Se exploran fórmulas como licenciar tecnologías a terceros fabricantes, atraer capital privado o garantizar extensiones de programas de registro para dar visibilidad de demanda a toda la cadena de suministro.

La administración Trump ya destinó 25.000 millones extra en cinco años mediante el Big, Beautiful Bill, pero los analistas coinciden en que será necesario multiplicar por varios órdenes esa cifra para cumplir los objetivos. El esfuerzo, además, se enmarca en un debate mayor: cómo mantener una base industrial capaz de sostener guerras de alta intensidad en un mundo donde los arsenales se consumen en semanas.

De fondo: China. La razón última de esta aceleración es la perspectiva de una guerra en el Pacífico. Un enfrentamiento por Taiwán exigiría proteger simultáneamente bases estadounidenses y aliadas, garantizar corredores marítimos y enfrentar a una Armada china cada vez más equipada con misiles hipersónicos y enjambres de drones.

La superioridad estadounidense dependerá no solo de la calidad de sus sistemas, sino de su capacidad para reponerlos rápidamente en caso de conflicto prolongado. El Pentágono teme descubrir demasiado tarde que no dispone del volumen necesario para sostener el pulso. De ahí la carrera contra reloj para convertir a la industria en un arsenal de guerra a gran escala.

El riesgo de la brecha. El esfuerzo de aceleración revela la contradicción estructural de Occidente: armas cada vez más sofisticadas y caras que se consumen a un ritmo industrial, frente a adversarios dispuestos a inundar el campo de batalla con soluciones de bajo coste y producción masiva.

En ese sentido, la lección de Ucrania parece clara: los misiles de millones de dólares pueden agotarse en cuestión de meses, y reconstruir las reservas lleva años. Si Estados Unidos quiere mantener su disuasión frente a China, deberá demostrar que puede sostener no solo la innovación tecnológica, sino también la producción masiva de la que depende la supervivencia de su red de alianzas.

Fuente: https://www.xataka.com/magnet/eeuu-estudio-que-pasaria-entra-guerra-china-ahora-ha-iniciado-carrera-desesperada-duplicar-misiles

THE US STUDIED WHAT WOULD HAPPEN IF IT ENTERED WAR WITH CHINA. NOW IT HAS BEGUN A DESPERATE RACE TO DOUBLE MISSILE STOCK

If the United States wants to maintain its deterrence against China, it must demonstrate that it can sustain the massive production on which its network of alliances depends.

When China raised the curtain on its military parade, it staged much more than its weapons power. It was a clear and direct message that had its reaction a few days later, when the United States made its move by sending its new missile platform to Japan. It was later discovered that, when it comes to missiles, there are 3,500 pointing in the same direction. Since then, the United States has begun a desperate race: to double its own missile production just in case.

The strategic awakening. The Wall Street Journal reported it in an exclusive. The Pentagon has sounded all the alarms in the face of evidence that its missile arsenals would not be enough to sustain a prolonged conflict with China. The Russian invasion of Ukraine and the massive consumption of interceptors in Europe had already made clear the fragility of the US industrial base.

CHILE, CHINA Y LA COOPERACIÓN CIENTÍFICA ASTRONÓMICA: EL CASO TOM EN PERSPECTIVA GEOPOLÍTICA 

La cooperación científica internacional ha sido presentada durante décadas como un espacio neutral, un terreno donde el conocimiento trasciende las fronteras ideológicas o estratégicas. Sin embargo, la experiencia reciente entre China y Chile, particularmente con la paralización del proyecto astronómico TOM (Tracking and Object Monitoring), invita a repensar este ideal. ¿Puede un telescopio convertirse en una pieza dentro de una partida geopolítica? ¿hasta qué punto un país pequeño como Chile puede decidir con autonomía qué alianzas científicas entabla, sin despertar la suspicacia de sus socios tradicionales? Estas preguntas, que hace una década habrían parecido inverosímiles, hoy están en el centro del debate sobre el margen de acción de Chile frente a las crecientes tensiones entre Estados Unidos y China.

El caso TOM es revelador. Se trataba de un ambicioso proyecto de observación del espacio profundo y monitoreo de basura espacial, desarrollado conjuntamente por la Universidad Católica del Norte en Chile y el Instituto de Óptica Fina de la Academia de Ciencias de China. Aprovechando los cielos privilegiados del norte chileno, la iniciativa prometía consolidar a Chile como un nodo científico clave en el hemisferio sur. Pero en abril de 2025, el gobierno chileno decidió suspender su ejecución en medio de un clima de presión diplomática, sospechas de espionaje y acusaciones sobre el potencial «uso dual» del telescopio.

La explicación oficial fue que el convenio se había tramitado de forma irregular, al involucrar a una universidad privada sin canalización institucional a través del Estado. Sin embargo, esta versión resulta débil si se considera que el proyecto contaba con permisos sectoriales previos y había sido públicamente promovido durante años sin mayores objeciones. Todo indica que las verdaderas razones no son jurídicas ni administrativas, sino geopolíticas. Estados Unidos, preocupado por el creciente despliegue tecnológico de China en América Latina, manifestó informalmente su inquietud por los posibles fines estratégicos del telescopio TOM. Aunque no hubo pronunciamientos oficiales desde Washington, la coincidencia temporal entre las gestiones diplomáticas estadounidenses y la suspensión del proyecto no pasó desapercibida. El mensaje fue claro: la cooperación científica también puede ser un campo de batalla geopolítico.

En este contexto, cabe preguntarse: ¿cuál es la capacidad real de Chile para decidir su destino científico? ¿es libre para colaborar con quien estime conveniente? ¿o debe atenerse a una lógica de “alineamiento tácito” que lo mantiene dentro de los márgenes definidos por las grandes potencias? La respuesta no es sencilla, y el caso TOM lo demuestra. No se trata de minimizar legítimas preocupaciones sobre la soberanía tecnológica o la seguridad nacional. Es evidente que cualquier infraestructura científica sensible (como un telescopio de alta precisión), puede tener usos que van más allá de la investigación pura. Tampoco se puede ignorar que China, al igual que otros países, utiliza la ciencia como una herramienta de poder blando: ofrece becas, financia centros de investigación, propone iniciativas bilaterales, pero también proyecta su influencia. Aun así, asumir que toda colaboración con China es sospechosa por definición, mientras se naturaliza la dependencia tecnológica de Occidente, refleja una forma poco saludable de sesgo.

Este episodio también expone las contradicciones de la política exterior chilena. Por un lado, se busca ampliar alianzas, diversificar socios y participar activamente en espacios como el Foro CELAC-China. Por otro, se mantiene una lealtad estructural hacia Estados Unidos, en parte por historia, en parte por dependencia económica y militar. Entre ambos polos, Chile intenta navegar en un equilibrio complejo, pero el caso TOM evidenció cuán frágil puede ser ese equilibrio cuando se cruzan líneas sensibles. Más allá del caso particular, la suspensión del telescopio TOM abre un debate más amplio: ¿qué marcos normativos necesita Chile para asegurar una cooperación científica transparente, soberana y estratégica? ¿cómo se define hoy la “autonomía científica” en un país que no produce tecnología de punta, pero que ofrece condiciones excepcionales para desarrollarla? y, sobre todo: ¿puede la ciencia seguir siendo un territorio neutral en medio de una guerra fría tecnológica?.

En el plano internacional, el caso TOM no es una excepción. La rivalidad entre China y Estados Unidos ha convertido múltiples ámbitos del conocimiento en escenarios de disputa. Desde la inteligencia artificial hasta la investigación farmacológica, los proyectos conjuntos ya no se evalúan solo por su mérito científico, sino también por su potencial estratégico. La noción de “uso dual” ya no es una excepción, sino la nueva norma. En este contexto, cualquier iniciativa con participación china será escrutada al detalle, tanto por actores externos como por la propia opinión pública chilena. Por ello, más que rechazar categóricamente estas colaboraciones, Chile necesita establecer reglas claras. No se trata de cerrarse al mundo ni de caer en una lógica binaria de “con nosotros o contra nosotros”. La clave está en definir criterios propios, transparentes y democráticos para gestionar alianzas internacionales en ciencia y tecnología. Estos criterios deben considerar tanto los beneficios del intercambio como los riesgos asociados. Y, sobre todo, deben ser formulados desde Chile, no desde las capitales extranjeras.

Otro aspecto fundamental es el papel de las universidades en estos procesos. El caso TOM también dejó al descubierto las tensiones entre la autonomía académica y la regulación estatal. Si bien las casas de estudio tienen la capacidad de generar convenios internacionales, cuando se trata de infraestructuras críticas debería existir una coordinación más fluida con las autoridades gubernamentales. No para limitar la cooperación, sino para protegerla en términos de legitimidad y transparencia.

Finalmente, el caso TOM invita a reflexionar sobre cómo se construye el imaginario sobre China en América Latina. Mientras algunos sectores ven en el gigante asiático un socio estratégico para el desarrollo, otros lo perciben como una amenaza velada. Esta ambigüedad no es casual. China promueve una diplomacia científica activa, pero también mantiene un modelo de gobernanza del conocimiento profundamente estatista y funcional a sus intereses nacionales. Comprender esta lógica no implica rechazarla de plano, sino abordarla desde una perspectiva crítica e informada. Chile se encuentra en una encrucijada. Posee recursos únicos (como el cielo limpio en el norte del país o el litio) que lo convierten en un actor estratégico en la nueva economía del conocimiento. Pero también enfrenta el riesgo de quedar atrapado en la lógica de bloques, donde cada decisión debe ser evaluada por su impacto geopolítico. La ciencia, que hasta hace poco parecía escapar de estas tensiones, se ha convertido en una pieza más del tablero geopolítico.

En un mundo marcado por la desconfianza y la competencia tecnológica, la única forma de preservar la soberanía científica es fortaleciendo las capacidades internas, definiendo estrategias nacionales claras y gestionando con inteligencia las alianzas externas. Solo así Chile podrá convertir su potencial científico en una verdadera herramienta de desarrollo, sin quedar a merced de las presiones externas. La suspensión del proyecto TOM no es simplemente un incidente más: es una alerta. Un llamado a redefinir cómo se piensa la ciencia en Chile y cómo se construye su política exterior en un siglo donde el conocimiento es poder. En este nuevo orden mundial, quien controla la información, los datos y la tecnología tiene también la capacidad de definir el rumbo de las naciones. Y en ese juego, la neutralidad ya no existe (Paola Henríquez, REDCAEM)

Fuente: https://chinayamericalatina.com/chile-china-y-la-cooperacion-cientifica-astronomica-el-caso-tom-en-perspectiva-geopolitica/

CHILE, CHINA, AND ASTRONOMICAL SCIENTIFIC COOPERATION: THE TOM CASE FROM A GEOPOLITICAL PERSPECTIVE

For decades, international scientific cooperation has been presented as a neutral space, a terrain where knowledge transcends ideological or strategic boundaries. However, the recent experience between China and Chile, particularly with the halting of the TOM (Tracking and Object Monitoring) astronomical project, invites us to rethink this ideal. Can a telescope become a piece in a geopolitical game? To what extent can a small country like Chile autonomously decide which scientific alliances it enters into without arousing the suspicion of its traditional partners? These questions, which a decade ago would have seemed implausible, are now at the heart of the debate about Chile’s scope for action in the face of growing tensions between the United States and China.

The TOM case is revealing. It was an ambitious project for deep space observation and space debris monitoring, jointly developed by the Universidad Católica del Norte in Chile and the Institute of Fine Optics of the Chinese Academy of Sciences. In 2025, the Chilean government decided to suspend its execution amid a climate of diplomatic pressure, suspicions of espionage, and accusations about the potential «dual use» of the telescope.

Published weekly by Nuevo Poder. Articles and op-eds focusing on geopolitical issues around Indo-Pacific area

Editor: IW, senior fellow of REDCAEM and CESCOS

Submit contributions (that can be read with ease and pleasure), please contact: ilwb@email.cz