Seamos sinceros: el resultado obtenido por Franco Parisi no sorprendió solamente a la elite política, como se ha sostenido. El fenómeno cayó como un balde de agua fría sobre encuestadoras, medios y la propia ciudadanía que no votó por él. Al intentar descifrar el enigma, los análisis coinciden. Parisi representó a chilenos que comparten un perfil definido. Se trataría de grupos medios que desconfían del paternalismo estatal y político (conservador o socialista). Su motor sería el esfuerzo y su demanda, una lucha por el estatus. Carecerían de arraigo y de un relato grupal noble (familia, nación, lucha de clases). El liberalismo, finalmente, no sería capaz de llenar el vacío, porque nadie da lo que no tiene…
Así descrito, el perfil del elector de Parisi es desolador. Estas personas, como diría Jorge González, quieren dinero, y horror, cuarenta años después, quieren, además, “pertenecer”. Este análisis, agudo y certero en varias dimensiones, conlleva un sesgo cuestionable. ¿Qué explica la falta de un relato ético entre grupos emergentes en un país sudamericano que, como Chile, se abrió al mercado y vive en democracia? ¿Se trata de un vacío inherente al orden libre o responde más bien a la satanización del lucro promovida por los enemigos del mercado?
Las palabras que usamos, las que callamos y proscribimos, no son meramente descriptivas, sino que moldean nuestra comprensión del mundo y la propia identidad. El efecto performativo del tabú en el lenguaje es especialmente profundo. Aunque confiamos en discursos políticos para incidir, no parecemos conscientes del daño que ha causado la falta de un relato ético y socialmente transversal que reconozca el valor colectivo del esfuerzo individual, la motivación por la ganancia y la responsabilidad personal. El lucro se ha convertido en una mala palabra, siendo algo virtuoso. Es la utilidad de quien emprende, innova, arriesga, y multiplica valor y bienestar. Distinto de remuneraciones y honorarios, es tan legítimo como ellos y, sin embargo, decirlo es tabú, y solo se emplea como sinónimo de usura o ganancia injusta.
No es de extrañar entonces que quien busque lucrar no se atreva a confesarlo, no se sienta representado por liderazgos que lo condenan o callan, no responda encuestas y luego vote, en silencio, por quien parece tan enojado como él y le entrega validación. La satanización del lucro ha tenido costos enormes al privar a la población de una narrativa que proporcione fundamento ético al modo de vida de millones. Cuando los liderazgos políticos responsables no son capaces de articular relatos que compatibilicen afán de lucro, ascenso social y deber cívico en una sociedad de mercado, y les reconozcan virtud, el populismo avanza. El silencio, y no la libertad, es lo que permite que una persona que quiere emprender, y sí, lucrar con ello, vote por Pamela Jiles, aunque la trayectoria política de la candidata sea, a todas luces, abiertamente contraria a estas ideas. (El Mercurio)
Fernanda García



