Sudáfrica y Chile

Sudáfrica y Chile

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“No tengo el estándar de Mandela para pedir que bajen las armas”, dijo Elisa Loncón respecto del conflicto mapuche. Más allá de los cuestionamientos que se le hicieron, creo que es fundamental reparar en que Loncón está ante un desafío que en varios sentidos es semejante al de Mandela. Por de pronto: ella debe decidir entre asumir una posición partisana y vencer sobre la minoría derechista en la Convención, o disponerse —como el líder sudafricano— a acordar con ella, con la vista puesta en la tarea de producir un nuevo orden legítimo.

En estos días leemos que Sudáfrica experimenta un estallido social, similar, en muchos aspectos, al de octubre de 2019 en Chile, aunque al parecer más sangriento: con protestas, saqueos, centenares de muertos, militares en las calles. El estallido expresa, parecido a Chile, un desajuste hondo entre los anhelos populares y las instituciones, discursos y élites.

Las coincidencias con Sudáfrica no son aisladas. Una consideración de la compleja historia de aquel país muestra un entero listado de similitudes llamativas.

Sudáfrica, la nación más austral del continente africano, y Chile, la más austral del sudamericano, iniciaron procesos de transición a la democracia, luego de regímenes autocráticos —acá, la dictadura; allá, el Apartheid— en épocas parecidas: la dictadura chilena terminó en 1990, el Apartheid, en 1991. Tanto nuestra dictadura como el gobierno blanco en Sudáfrica estuvieron marcados por un fuerte anticomunismo. Sorprendentemente, parecido a Chile, que se halló enfrentado con la Cuba de Fidel Castro —la que formó al Frente Patriótico Manuel Rodríguez e internó armas en Carrizal Bajo—, los sudafricanos debieron combatir también a los cubanos, en una larga guerra en lo que más tarde sería Namibia, durante los setenta y los ochenta. Tanto Chile como Sudáfrica vivieron, asimismo, procesos de transición y las dos transiciones fueron encabezadas por figuras eminentemente a la búsqueda, antes que de revanchas, de consensos integradores: Patricio Aylwin, acá; Nelson Mandela, allá.

¿Más coincidencias? Las hay. Ambos países se encuentran en la lista de los “en vías de desarrollo”. Chile está más adelante que los africanos, aunque allá hay un desarrollo industrial menos incipiente que acá. En Chile, la primera imprenta se instaló en 1811; en Sudáfrica, en 1810. En ambos países la producción de vinos fue importante desde sus inicios coloniales. Sudáfrica y Chile tienen costas de las más extensas en el mundo; ambos poseen grandes desiertos, extensas porciones del territorio en situación de semiaridez, son afectados por la corriente del Niño; ambos padecen graves sequías.

Las similitudes se vuelven políticamente significativas cuando se repara en lo que sigue: los dos países se hallan marcados por tensiones sociales profundas, que son también raciales. En ambos casos, la división social y racial adquiere, como una de sus formas llamativas, la segregación. Los barrios y sectores ricos de Johannesburgo, Pretoria y Ciudad del Cabo son usualmente de blancos, fuertemente resguardados, más incluso que Santiago.

En África la mixtura es menor, de modo que el asunto racial es más patente que en Chile, donde tiende a ser solapado. Sin embargo, pese al largo proceso de homogeneización por la vía del mestizaje, no son pocos los sorprendidos por la aparición de una india en la presidencia de la Convención Constitucional chilena. Los destinos de la República en las manos de un órgano donde la derecha es minoría y la conducción está a cargo de una mapuche: esto viene a darle patencia a una división que no quería ser vista mientras la hegemonía era de los más pálidos y ricos. La lucha de clases reprimida emerge a la luz y entonces nos acercamos otro poco a los sudafricanos, quienes hace décadas son gobernados por la mayoría aborigen.

El caso sudafricano no promete un camino fácil, tampoco uno exitoso. De hecho, las protestas a las que he aludido marcan profundas divisiones no zanjadas y la posibilidad de que ese país se hunda, en un proceso de descomposición mayor. Sin embargo, en épocas de cambio, como aquella en la que nos encontramos, donde los criterios y discursos que usualmente servían ya no logran comprender adecuadamente la situación —y es precisamente esa incapacidad la que evidencia que nos hallamos en una crisis—, los países con procesos parecidos son lugares de observación y eventual comparación de alto valor para intentar entender lo que está ocurriendo, lo que ha resultado y lo que no, lo que cabe esperar, lo que ha de evitarse.

Hugo E. Herrera

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