Sobre un virus bien dañino-Ernesto Tironi

Sobre un virus bien dañino-Ernesto Tironi

Compartir

No sé si a ustedes les pasará lo mismo que a mi cada vez que hablamos con otros de la situación del país, elecciones o política. Inevitablemente la conversación deriva hacia todos los problemas que hay, de lo indolentes o irresponsables que son quienes están a cargo y no hacen nada, y la lamentable situación a la que hemos llegado. A poco andar se nos va apretando el estómago y sentimos como si una nube negra nos envolviera enteros. Mejor cambiar de tema.

Creo que en este ámbito de lo político nacional estamos enfermos de negativismo. Vemos todo lo malo y casi nada de lo bueno. Es como un nuevo virus que además inconscientemente nos contagiamos unos a otros. Y es verdad; la emociones y estado de ánimo se contagian. Alguno por ahí suele intentar salir de ese estado invitándonos a mirar al resto del mundo que está mucho peor. Pero esto sirve poco como remedio. Es una enfermedad más fuerte y profunda la que parecemos tener.

¿Habrá remedios para el negativismo crónico en el dominio político-social? ¿Será un rasgo inherente a la condición humana? ¿No habrá nada que hacer?

Me resisto a resignarme todavía y por eso debe ser que escribo sobre este tema ahora. Antes que se caliente más la competencia electoral presidencial y parlamentaria. Mirémosla como una oportunidad para mejorar el estado de ánimo nacional.

Pienso que un camino posible es reducir nuestro consumo de noticias negativas en la televisión y algunas redes sociales. Cuidemos nuestra alimentación no sólo para estar sanos del cuerpo sino también de la mente. Otro camino es declararse uno mismo en rebeldía contra el negativismo. ¿Cómo? Buscando algo bueno que pueda encontrar en cada momento en que me dé cuenta que me pongo en el “Modo negativo o de reclamo” cuando veo, leo o pienso en algo o converso con alguien. Parece absurdo, pero es posible y resulta. Siempre también hay cosas buenas pasando; es cosa de encontrar el tiempo y la calma para mirar mejor.

Voy a dar un ejemplo con situaciones políticas de esta semana. Vi en YouTube, por ejemplo, el Foro VIP de los tres principales candidatos presidenciales y me pillé diciéndome, “Esto parece bien arreglado para favorecer a algunos; qué injusto”. Y después: “Qué utópico lo que plantea; típicas promesas de campaña que después no cumplen”. Cuando escuché mi negativismo, me dije además: “Pero qué orgullo estar en un país donde tiene lugar este foro tan serio”. De eso se trata: al menos empatarle a lo negativo.

Después pensé… ¿Cómo no va a ser positivo también que una candidata del Partido Comunista asuma posiciones tan moderadas, declare que no va a nacionalizar mineras de cobre y que va a respetar todas las instituciones democráticas? Claro, muchos pueden no creerle, y elijan combatirla. Pero el hecho que ella lo esté diciendo no es trivial y puede tener consecuencias importantes y valiosas en el futuro. La vida e historia de los países se entretejen entre muchas cuerdas (o variables, diría un economista), la mayoría de las cuales no vemos ni menos consideramos en las aparentemente certeras predicciones que suponemos o expresamos con tanta seguridad.

Recuerdo algo que decía a menudo nuestro sabio científico-humanista Humberto Maturana sobre lo que nos permitió recuperar pacíficamente la democracia en 1988-89. Lo más determinante para eso no fue sólo haber ganado el Plebiscito, como nos gusta destacar en la centro-izquierda. Esto fue sólo una condición necesaria más. Tampoco fue que Pinochet estableciera en su Constitución del 80 un artículo transitorio que debía hacerse dicho acto electoral ocho años después, como gusta decirse en la derecha. Lo determinante fue, decía Maturana, la profundidad con que estaba grabado en la consciencia de los chilenos el valor de la democracia y de las elecciones libres para elegir sus máximas autoridades. Por eso Pinochet estuvo obligado a decir que iba a restablecer la democracia desde que asumió y tuvo que mantener su palabra y nombrar una Comisión Constitucional para redactarla, después promulgarla y aceptar sus normas hasta el final. Le fue indispensable para tener un mínimo de legitimidad para ejercer el poder, a pesar de toda su autoridad militar. Un proceso de las características del chileno no puede darse en Bolivia ni en muchos otros países sin esa extendida valoración de la democracia por las personas.

He recordado esto a propósito de las muchas críticas que está recibiendo Jara por moverse últimamente hacia posturas más equilibradas o de centro en materias como basar el desarrollo sólo en el mercado interno, nacionalizar la minería o eliminar las AFPs. No nos quedemos en la pura crítica y en lo superficial diciendo que es poco creíble. Podemos dar otra interpretación más positiva de esta situación. Por ejemplo, puede estar pasando que a pesar que este gobierno buscó lo contrario, está terminando por ayudar a fortalecer no sólo la democracia en la mente de los chilenos, sino también la conveniencia de tener más inversión privada en minería y de un sistema mixto de previsión social. Faltaría sólo que también haya una mayoría para abrir el litio a la inversión privada.

Estas miradas más positivas y esperanzadoras se nos están olvidando en el Chile de hoy. Empecemos nosotros mirando más allá de la contingencia y lo superficial. (El Líbero)

Ernesto Tironi