Sin fraternidad en el centro

Sin fraternidad en el centro

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La actual crisis de la Democracia Cristiana no tiene parangón con ninguna otra que haya sufrido la colectividad falangista.

A fines de los años 60, en las postrimerías del gobierno de Eduardo Frei M., parte importante de sus juventudes, lideradas por el carismático Rodrigo Ambrosio, abandonaron el partido para fundar el MAPU. A esos liderazgos juveniles se sumaron figuras consolidadas del sector rebelde. Y a comienzos de 1971 se produjo una nueva sangría, cuando otros importantes parlamentarios y líderes sociales renunciaron a la DC para fundar la Izquierda Cristiana, a la que se sumaron algunos mapucistas, ya desencantados.

Lo que caracterizó a esa doble crisis fue la radicalización de quienes abandonaron la Democracia Cristiana. Unos y otros, los del 69 y los del 71, optaron por posturas de izquierda cada vez más incompatibles con el centrismo DC y, por eso mismo, fueron integrantes de la coalición que acompañó a Salvador Allende, la autodenominada Unidad Popular. O sea, quienes dejaron el partido lo hicieron porque veían en otra ideología el espacio para concretar sus ideales. Y esa ideología era el marxismo.

Hoy es justamente al revés.

En las semanas previas al plebiscito, al conocerse la decisión de la Democracia Cristiana a favor de la opción Apruebo, comenzaron a producirse las renuncias al partido. Exministros, primero, y actuales parlamentarios y gobernadores, después, figuras muy importantes anunciaron —y han seguido haciéndolo— que dejaban el partido en el que algunos de ellos habían militado desde su juventud.

Las razones son exactamente las opuestas a las invocadas medio siglo atrás. Esta vez, es el partido el acusado por quienes lo abandonan de haberse apartado de sus propios principios y de su sentido común de colectividad de centro. En diversos tonos, los renunciados le enrostran a la DC el haberse convertido en una colectividad más de las izquierdas, funcional por unas migajas de poder a las actuales coaliciones gobernantes.

¿Qué puede esperarse de unos y otros, del Partido Demócrata Cristiano nacido en 1957, después de 20 años de falangismo, y de sus detractores, que inician nuevas iniciativas partidarias?

Del PDC, dicho en chileno coloquial, puede esperarse cualquier cosa. La nueva presidencia Undurraga no asegura en lo más mínimo una recuperación de sus ideales fundacionales, por bien intencionada que sea la persona de su nuevo timonel. La disolución de los estilos y de los criterios democratacristianos originales ha alcanzado tal magnitud en la colectividad, que es muy difícil que una presidencia logre recuperar esas coordenadas básicas. Es cierto, eso sí, que la base territorial de la DC es amplia y sigue estando bien consolidada. Sus éxitos electorales a nivel municipal hace poco menos de dos años, con una excelente representación en alcaldes y concejales, plantean una duda fundamental: ¿Quién se va quedar con esas bases? ¿Los actuales representantes del partido o quienes han decidido buscar una nueva opción centrista fuera de él? ¿Cuán eficaces van a ser los parlamentarios y gobernadores renunciados para llevarse las aguas de las bases locales a su molino?

Los problemas para quienes impulsan Amarillos y Demócratas, no son, por lo tanto, menores. Por una parte, deben lograr constituir sus respectivas colectividades y, por otra, deben superar la prueba de la blancura en la primera elección que se les presente por delante, ya sea la de convencionales para un nuevo proceso constituyente, ya sea la de alcaldes y concejales.

La disputa por esas bases y por esos votos va a ser poco fraternal. Tal como ha sido la respuesta de Provoste a Walker y Rincón: nada fraternal. (El Mercurio)

Gonzalo Rojas