¿Sigue muerta la opción de una Constitución liberal?-Loreto Cox

¿Sigue muerta la opción de una Constitución liberal?-Loreto Cox

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Las personas tenemos ideas distintas de qué es una vida buena y, por lo tanto, de qué es una sociedad buena. Dice Isaiah Berlin que estas ideas sobre lo que es bueno no son solo distintas, sino también incompatibles —por algo la vida está llena de disyuntivas—. Es más, si las diversas formas de lo bueno confluyeran, resolver los asuntos humanos sería solo un problema técnico y la libertad para elegir carecería de valor en sí misma. La diversidad de objetivos, a menudo incompatibles, es de la esencia de una sociedad pluralista.

¿Cómo puede una persona identificarse con una Constitución? Una forma es que el texto recoja la propia idea sobre lo que es bueno; digamos, una forma de identificación positiva. Otra, es que no atente contra la idea personal de lo bueno; digamos, una identificación negativa. La visión liberal del constitucionalismo tradicionalmente ha apostado más por la segunda: buscar que la Constitución no ofenda a nadie, sin preocuparse mucho de que las identidades particulares se vean reflejadas en el texto. Ello exige un conjunto de derechos bien resguardados para todos y, también, que la Constitución no tenga demasiado contenido programático, sino que deje al juego democrático la definición de los programas políticos. Es lo que se conoce como una Constitución minimalista.

Pero el liberalismo no parece estar de moda. Cuando cayó el Muro de Berlín, Francis Fukuyama clamaba que habíamos llegado al “punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como forma final del gobierno humano”; hoy, más bien, él escribe sobre el descontento con el liberalismo. Es que una identificación negativa, basada en no atentar contra la identidad de nadie, parece destinada a ser menos seductora que una positiva, que promete plasmar ahí aquello que me gusta. El liberalismo comparte con la democracia una cierta modestia: mientras la democracia se ufana de permitirnos cambiar nuestros gobernantes sin derramar sangre (lo que es bastante), pero no mucho más; en cuanto a valores compartidos, el liberalismo no aspira a más que la tolerancia y la deliberación. Ambos son, en esencia, no revolucionarios, y quizás por lo mismo, entusiasman pocos sueños de juventud.

Como sea, la multitud de demandas y los deseos profundos de identificación con la Constitución que estallaron desde 2019 nos hicieron creer que una Constitución liberal no era posible. Aun cuando buena parte de las críticas a la Constitución actual consistían en demandas de identificación negativa —es decir, en remover todo lo que restringía la voluntad de las mayorías—, se terminó por asumir que la nueva Constitución debía identificar positivamente a ciertas identidades y demandas. La propuesta constitucional apeló, entonces, a una multiplicidad fragmentada de identidades, e incluyó una larga lista de deseos, abarcando desde el tipo de sistema de salud hasta las ferias libres.

Pero una impensada mayoría vio en el resultado un riesgo contra su propia identidad. La identificación negativa con el texto constitucional, parece, pudo más que su apelación a la identificación positiva. La pregunta ahora es si, aunque no esté de moda, sigue muerta la opción de una Constitución liberal. (El Mercurio)

Loreto Cox