El costo que ha tenido que pagar la centroderecha por no tener elecciones primarias con Kast y Kaiser es notorio. Le ha impedido focalizar su esfuerzo en un electorado específico en etapas bien definidas.
Si hubieran tenido una primera votación acotada, que se definiera al interior de la oposición, todo hubiera sido más simple. Se tendría en disputa un electorado bien conocido y se podía utilizar el lenguaje y la mentalidad que los caracteriza. En este escenario, Chile Vamos podía presentar su capacidad de construir acuerdos como la gran diferencia con sus vecinos del espectro político.
Al no despejar la representación del sector, se llega a la necesidad de buscar el electorado de centro sin tener consolidado el espacio propio. Desde allí no hay soluciones óptimas, porque los mensajes adaptados a diferentes públicos pueden sonar a contradictorios y hablar de generalidades no convence a nadie.
No es un asunto que se pueda terminar por resolver y, por lo tanto, acompañará al despliegue de la candidatura a cada paso, lo que es manifiestamente incómodo.
Es obvio que los énfasis y prioridades de la campaña siguen siendo parte de un debate no resuelto, lo mismo que el diseño de las etapas en que se deben aplicar.
Una de las recetas políticas más utilizadas para asegurar un triunfo electoral consiste en arrebatarle las banderas al adversario. Ocurre cuando la izquierda hace de la seguridad una de sus prioridades o la derecha destaca entre sus propuestas la importancia de la equidad.
No se trata de dejar de ser lo que se es, perdiendo identidad ante sus electores de siempre, sino de demostrar que los anhelos de otros se ven mejor logrados por la candidatura que se presenta. Es una gran demostración de astucia y habilidad.
No hay que olvidar, sin embargo, que lo que permite esta estrategia de copar un territorio ajeno es posible cuando el abanderado es muy fuerte y su atractivo personal hace creíble una maniobra difícil, pero posible de implementar.
S lo que parece que se está intentando en la campaña presidencial de Chile Vamos, pero con resultados contraproducentes. Porque no se ha hecho bien, se dio paso a una polémica que no pudo quedar atrapada al interior del comando.
Cuando los voceros definen lo que dicen
Los aspectos anecdóticos importan. Paulina Núñez, actuando como vocera de Matthei, afirmó que la candidatura buscaba atraer a un «socialismo democrático que se siente huérfano». Fue eso lo que provocó la indignación de otros en la coalición.
Lo que dijo Núñez estaba lejos de ser un despropósito. Corresponde al modo de proceder de “quitar banderas” que hemos mencionado. Sin embargo, este paso crucial no es algo que esté al alcance de una vocera, sino de la candidata.
Tiene que corresponder a una decisión personalmente asumida por la abanderada y colectivamente respaldada por la coalición. Lo que está claro es que tal directriz no se había tomado y que no puede ser impuesta por sorpresa.
La declaración tampoco fue pulcra, porque a los adversarios se les pueden arrebatar lo que consideran sus temas propios, pero no las denominaciones de su proyecto político. Si se intenta, su formulación se hace excesiva y la crítica viene del frente interno. Se trata de debilitar a los adversarios, no de confundir a los aliados. Es el tipo de cosas que ocurre cuando se estima que la dirección de campaña no está tomando decisiones distintas de las rutinarias.
Estamos tranquilos, es solo que nos dio susto
No es casual que este tipo de discusiones se dé cuando en paralelo se conoció la encuesta Cadem que, a diferencia de otras, daba a Matthei empatada en preferencias con Kast. La reacción de la centroderecha es más significativa que el valor que pueda tener una encuesta. Alimentó una duda e hizo visible un temor.
La reacción fue anormalmente alarmista. El jefe de bancada de la UDI, Henry Leal, tuvo que salir pidiendo “calma”, porque “es una encuesta más de muchas que van a seguir saliendo”.
La respuesta más reveladora fue la de Mario Desbordes, otro vocero del comando: “veo a Chile Vamos pasmado, dormido, sin moverse, más preocupado de la pelea contingente que de la elección de fines de año”. Y siguió, “hay que preocuparse de hacer mejor las cosas”, “lo que me preocupa es que Chile Vamos esté a la altura”.
Desbordes lo dice de un modo que no señala a nadie en específico, pero es a la campaña a la que apunta. Es un vocero que no se dirige al público en general, sino a su propio sector dando una voz de alerta. El descontento es con la conducción y es eso lo que se expresa del modo que se puede hacer sin tocar a la candidata.
Es usual que los comandos comuniquen poco hacia fuera sus problemas cotidianos. El reclamo por el retraso en la llegada de la propaganda es universal. Siempre se siente que se está retrasado respecto de lo que se podría emprender. Sólo en la derecha este tipo de asuntos se les trata como grandes problemas. No es casual, es un síntoma. Algo similar sería impensable en los republicanos, por ejemplo.
Es raro que los mismos que señalan estos inconvenientes informan que al frente no hay ambiente de primarias y que se ve poca actividad. Así que no se trata de estar siendo superados. Lo que en verdad se quiere decir, es que no se tiene conciencia de estar haciendo lo suficiente para asegurar el triunfo. No es una evaluación del desempeño en sí, sino en relación con la finalidad última.
Lo que desestabilizó a la centroderecha no fue el resultado de una encuesta aislada, es la percepción recién adquirida de que pequeñas variaciones sucesivas pueden dejar a Matthei sin el aura de candidata inalcanzable.
Tres competidores cercanos (Matthei, Kast y Tohá) pueden llegar en primera vuelta en distintas posiciones. Hoy en día asoma como posible un escenario de segunda vuelta entre dos representantes de derecha, como también que uno de ellos compita con un abanderado oficialista.
Se ha de entrar en la segunda vuelta con la capacidad de aglutinar a los próximos recién derrotados y competir con otro para la conquista de los indecisos. La capacidad de adaptarse a múltiples circunstancias depende mucho del liderazgo con que se cuenta, más cuando la amplia ventaja inicial que se tenía pasa a ser reemplazada por una cierta cuota de incertidumbre.
No hay que pensar mucho cuando los competidores se ven muy lejanos, pero no es lo mismo cuando se ven cada vez más próximos. Ahora importa más las decisiones que se tomen porque los errores pueden hacer que la distancia disminuya aún más.
Se requiere tomar decisiones adecuadas en los momentos oportunos. No se puede decir sí, no y tal vez a cuestiones cruciales. Es la candidata la que tiene que definir el rumbo y es de esperar que esa sea su especialidad. Si no es así, asústese. (El Líbero)
Víctor Maldonado



