Aprovecho el mensaje espontáneo para escribir una reflexión a contrario sensu. Si me examino en silencio, mi corazón sí discrimina, y lo hace sin ambigüedades. Entiendo por corazón el centro del amor, tal y como lo han relatado miles de poetas y pensadores.
Es verdad: si intento parafrasear al niño de nueve, mi mente, mis actitudes, mi trato, mi afabilidad, mi conversación no discriminan entre seres humanos diversos y de edades o sexos distintos. No deben hacerlo en el trabajo, en la calle, en el trato diario y habitual de miles de encuentros.
Pero lo siento mucho, en el centro del amor que es mi corazón, existe una sagrada e íntima privacidad. La mía y de los queridos míos. No existe voz ni condición general proigualdad que me pueda llevar a claudicar ese carácter selectivo, propio, surgido del ser, y arrasador. El amor es solo mío y de los míos.
El amor del poeta es parecido al mío: contiene solo a su amada; a su padre, a su madre generosa al traerle al mundo. En grado similar, a hermanos e hijas, al núcleo familiar. Cualquiera que sea la composición de hogar, mi amor focaliza en el nido. Nido que es único, alegre, identitario.
La confusión ambiental está llevando a muchos chilenos y chilenas a poner a todos los seres en el mismo plano de atención, por un afán de solidaridad entendible y democrático, en una sociedad marcadamente desigual. Con el grado de racionalidad que puede tener ese nuevo afán, en los tiempos convulsos que corren, ello se aplica en lo urgente y medular a lo público, al mundo del trabajo, a la empresa, a las oportunidades, a los bienes colectivos y comunitarios.
Pero vuelto a la persona única e irrepetible que soy —ciudadano, casado, de 71 años, profesor— no podría aceptar el dictum del niño vocero citado.
Llegado a un tipo de sociedad —eventual— donde todas las esferas fuesen sociales, colectivas, siempre impositivamente igualitarias, me rebelaría con fuerza. Lo haría amable, pero con la fiereza de la famosa canción popular entonando: “…Mi corazón es mío, me lo quieren quitar…”.
Ofrezco esta reflexión personal en la epifanía de estas fechas.
Eduardo Aninat



