Días de memoria, de reconocimiento o crítica alrededor de su figura y de incontables recuerdos del líder, el empresario, el padre, el amigo.
Una de las facetas que el presidente Sebastián Piñera vivió a sus anchas fue la del lector ávido y de curiosidad infinita. Diarios, revistas, minutas, reportes, libros de todos los géneros. Leía con fervor lo que pasara por sus manos, de preferencia en papel.
Desde luego, partía el día con la prensa, probablemente tenía un orden que no conozco con exactitud, pero puedo imaginar. Dada su reconocida impaciencia, celebró las ediciones “early”, cerraba el día mirando los diarios de la mañana siguiente. Con frecuencia compartía en sus innumerables chats pantallazos de alguna nota que le llamara la atención.
Cuando me incorporé a su equipo, Gonzalo Blumel me regaló “Momentos estelares de la humanidad” de Stefan Zweig. “Es el libro preferido del presidente, para que lo conozcas mejor”. Le fascinaba ese relato de hechos que cambiaron la historia, desde la muerte de Cicerón hasta “el fracaso de Wilson”, publicado por primera vez en 1927.
El rescate de los mineros quizás habría calificado como un capítulo más, con varios de los ingredientes del libro de Zweig. Determinación, oídos sordos a quienes le advertían un fracaso. Piñera había movilizado lo necesario hasta llegar literalmente al fondo, primero para dar con ese “estamos bien en el refugio los 33”, luego para comandar durante meses una operación titánica, con final feliz.
Preguntaba en almuerzos o reuniones “qué están leyendo”. Pedía recomendaciones. Detestaba las vaguedades, exigía razones fundadas para destinarle horas a una lectura.
Todo le interesaba. Literatura, poesía (Neruda y Mistral, siempre presentes en sus discursos). Biografías. Política, con plumas de todos los colores. Libros de historia, que incorporaba con detalle al conocimiento de Chile desde sus orígenes, guerras mundiales y episodios pretéritos en todo el mundo. La revista The Economist, publicaciones científicas como Science, todo lo que apareciera sobre inteligencia artificial y novedades tecnológicas.
Leyó y releyó los dos proyectos de nueva Constitución, con sus respectivos análisis. Tempranamente advirtió sus rechazos; al primero, por contradecir al sentido común; al segundo, por la imposición de visiones que no concitaban mayorías.
En una foto de su escritorio el 6 de febrero de 2024 aparecen dos libros. “La vuelta larga” (Gonzalo Blumel) y “Requiem por el Chile del estallido social” (Ignacio Walker). Más allá de la información institucional, el presidente Piñera siguió hasta la hora de su muerte juntando las piezas extraviadas sobre un episodio que marcó su segundo gobierno y también la vida de Chile, hasta hoy.
Hacia fines de 2019 le regalé “Las horas más oscuras”, la crónica de Anthony McCarten que describe día a día los pasos de Winston Churchill en mayo de 1940. En circunstancias muy distintas, evidentemente, pensé que renovaría su energía recorrer una vez más un capítulo de la historia que le apasionaba, con las luces y sombras en sus decisiones difíciles.
En febrero de 2024 leía la versión en inglés de “El Proyecto Chile. La historia de los Chicago Boys y el futuro del neoliberalismo”, regalo de su autor, el economista Sebastián Edwards. Un título provocador para la mayoría, no para Sebastián Piñera. Su posición en economía era nítida y la capacidad para fundarla, inagotable. Nadie podía acusarlo de tibio a la hora impulsar la libertad para emprender, impulsar el crecimiento económico y la austeridad fiscal.
Un post en X de abril de 2013 es elocuente respecto de su relación con la lectura: “Feliz Día del Libro. Un país que lee es un país que sueña”. (El Mercurio)
Isabel Plá



