¿Se cae a pedazos?

¿Se cae a pedazos?

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De una manera nada casual, la semana que incluía el sexto aniversario del que después fue llamado “estallido social” (ha sido llamado de otras maneras también), comenzó para mí escuchando un debate nada menos que sobre la posibilidad de que Chile se estuviera “cayendo a pedazos”. Quienes dialogaban -amablemente, debo decir- eran Alfredo Joignant  y Rodrigo Álvarez, coordinados por el periodista Iván Valenzuela cuya opinión también se escuchaba y, el escenario, el programa Mesa Central de Teletrece Radio. De modo igualmente nada casual, al día siguiente el Presidente de la República, en su cuasi fallida intervención en Enade 2025, se refirió también a esa posibilidad que él, naturalmente, rechazó.

Y, a pesar de que ni en la conversación radial ni en la intervención presidencial se asoció directamente la expresión en cuestión con el aniversario aquel, su presencia estuvo gravitando sobre ambos eventos como una sombra difícil de ignorar. De igual modo, a pesar de que la presunta “caída en pedazos” de nuestro país no estuvo directamente asociada a la expresión “crisis de la democracia” en la conversación radial, ni apareció en la accidentada presentación del Presidente, los tres elementos: la efeméride y las dos expresiones, no pudieron dejar de parecer asociados.

Y es que no se puede olvidar que durante los primeros días de “estallido” y durante la larga coda de violencia que siguió, hubo muchos en nuestro país que pensaron que éste “se caía a pedazos” y otros tantos que lo asociaron a una “crisis de la democracia”. Y esas opiniones, naturalmente, han cobrado fuerza en un período electoral. Hace poco tiempo, IDEA Internacional aseveró en un informe “…deterioro global de la democracia, caída histórica de la libertad de prensa, debilitamiento institucional, erosión de contrapesos al poder. Tendencias a nivel regional latinoamericano que alcanzan también a Chile” (El Estado de la democracia: Democracia en Movimiento, septiembre 2025). Y no puede ignorarse que por lo menos una postulación presidencial, la de José Antonio Kast, se basa en la afirmación de que la “crisis” que nos estaría afectando lleva a la necesidad de constituir un gobierno dedicado a enfrentar el período que viene como una “emergencia”.

Las explicaciones de esta supuesta crisis suelen asociarse a aspectos puntuales del funcionamiento de la democracia. La penosa situación de seguridad pública que arrastra el país es una de esas situaciones: la encuesta “Crónica para el futuro», de El Mercurio y Black & White (diciembre 2024), mostraba según sus realizadores que “la ‘crisis de seguridad’ afecta la imagen del país, la calidad de vida, la inversión extranjera y genera incertidumbre social y económica. Se evalúa negativamente a los tres poderes del Estado en relación con su eficacia en seguridad”. Y el “World Report 2024” de Human Rights Watch, luego de analizar la seguridad pública y las reformas policiales en Chile, afirmó que respuestas punitivas rápidas podían debilitar controles democráticos y afectar derechos fundamentales. Otra “crisis puntual” que se asocia a una “crisis de la democracia” es la crisis del sistema político. Según el Índice de Democracia de The Economist (2022), “Chile ha retrocedido en algunos indicadores de calidad democrática, en gran parte debido al debilitamiento de la confianza ciudadana en los partidos políticos”.

Estas visiones y opiniones son las que parecen estar detrás de otras, como la que refleja la encuesta UDP-Feedback de agosto de 2024, en la que preguntados sobre qué tipo de régimen lo haría mejor para enfrentar la delincuencia, si el democrático o el autoritario, un 52,8% contestó que un régimen autoritario lo haría mejor y sólo un 34,7% prefirió el democrático. En la versión de la misma encuesta de enero del presente año, un 31% de los encuestados consideró que en ciertas circunstancias el autoritarismo puede ser preferible a un gobierno democrático, en tanto que sólo un 63 % prefirió la democracia. Y en la encuesta CEP de comienzos de 2023, la afirmación “en algunas circunstancias un gobierno autoritario puede ser preferible a uno democrático”, obtuvo un 19% de opiniones favorables.

Todas las opiniones y constataciones anteriores, sin embargo, si bien novedosas -y en algunos casos incluso alarmantes-, no son suficientes para llevar a la conclusión de que Chile “se cae a pedazos”, ni mucho menos para afirmar que vivimos una “crisis de la democracia”. Lo cierto es que una crisis del sistema político (debilidad de los partidos, polarización extrema, fragmentación parlamentaria) no es una “crisis de la democracia”, es sólo la constatación de las deformaciones que puede haber desarrollado un aspecto específico y puntual del orden democrático, que las mismas instituciones democráticas pueden solucionar mediante su propia reforma. Y la consideración de que los severos problemas de seguridad pública son una invitación a regímenes autoritarios sólo puede surgir de admiradores y promotores de ese tipo de regímenes, pues para todo el resto de las ciudadanas y ciudadanos de este país es claro que el problema puede ser controlado si el soberano, que es el pueblo, decide democráticamente, eligiendo las autoridades adecuadas para ello, proveer los recursos para controlarlo en el marco de los principios que definen a una democracia.

La conclusión ineludible a la que conducen opiniones como las que he mostrado antes es en realidad otra: ese soberano, que es el pueblo, es exigente y no está dispuesto a adherir a la democracia incondicionalmente. Que exige de ésta una retribución a esa adhesión. Y que la retribución más probablemente esperada es que la democracia contribuya, por lo menos, a solucionar sus problemas.

Esa puede ser una buena síntesis del desafío democrático que chilenas y chilenos enfrentaremos en noviembre. En última instancia se trata de elegir a alguien capaz de resolver los problemas por los que podamos estar atravesando, y de hacerlo por los cauces que la propia democracia nos entrega. Una posibilidad que no sólo exige la capacidad de formar buenos equipos de gobierno sino, sobre todo, la capacidad de reunir y movilizar voluntades diversas hasta lograr el amplio apoyo que cada solución requiere para ser efectiva y perdurable en el tiempo.

Para que la posibilidad de que Chile “se caiga a pedazos” siga siendo algo muy alejado de la realidad. (El Líbero)

Álvaro Briones