Saliendo por la puerta chica

Saliendo por la puerta chica

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Parece que los evidentes esfuerzos desplegados en las semanas previas por Sebastián Piñera y su equipo, para alcanzar un 30% de respaldo ciudadano, no se van a cumplir. Movido por esa obsesión de ser querido con que –creo– regresó el Primer Mandatario a La Moneda, desde la elección de su sucesor en adelante, Piñera intentó mostrar un perfil más amable. Se le notaba hasta más suelto, más relajado, esto de seguro ligado a que durante estos meses, previos al cambio de mando, los presidentes pasan a ser personajes secundarios. Sin embargo, Sebastián Piñera trató de jugar una carta que podía traerle dividendos ante la ciudadanía, presentando un proyecto a todas luces popular: la creación de la Pensión Garantizada Universal (PGU). Una iniciativa no solo tardía, sino también desfinanciada y cuyo objetivo era dejar registrada su firma en la idea, pero traspasarle el problema al Presidente electo. Además de propinarle un golpe político a Boric, considerando que el proyecto estaba en el programa del diputado.

Pese al esfuerzo de Piñera y Bellolio de instalar lo que llaman “el legado” y de la jugada pirotécnica de la PGU, las encuestas no se movieron prácticamente nada, incluso hubo una pequeña baja en la favorita de La Moneda, Cadem. La ilusión de dejar una buena impresión final, después de convertirse en el Presidente con más baja aprobación de los últimos 30 años. Recordemos que Piñera llegó a tener 6 puntos en la encuesta CEP de diciembre de 2020 y 9 puntos en Cadem y Criteria en la misma fecha, lo que se repitió en abril del año pasado. De hecho, el Mandatario chileno ostenta un ranking muy poco apetecido: es el segundo peor evaluado de todos los gobernantes de Latinoamérica, solo superado por el peruano Alejandro Toledo, que en su tiempo llegó a tener 4 puntos.

A estas alturas, su antecesora, Michelle Bachelet, tenía 40% de aprobación, muy lejos de los entre 20% y 28% que obtiene Piñera hoy, dependiendo del sondeo, aunque Cadem le entrega 7 u 8 puntos más que todos los otros sondeos.

Y aunque no variaba en las encuestas, las cosas parecían ir bien para el Gobierno, hasta hace un par de semanas. Con la tranquilidad de que la noticia estaba centrada en Boric –las designaciones, su estilo, etc.– y la Convención –con el cambio de directiva–, el Presidente se daba algunos lujitos, como hacerle un tour por La Moneda al Mandatario electo, recorrer regiones inaugurando obras y preparar su última gira por Latinoamérica –que podría caerse por las alarmantes cifras de COVID en el continente–. La investigación de la fiscal de Valparaíso por los nuevos antecedentes de Dominga estaba en un evidente receso –más obvio imposible–, por tanto, la mar estaba serena.

Pero a última hora, reapareció el peor enemigo que ha tenido en estos años el Presidente Sebastián Piñera: él mismo. El miércoles se jactó en Coquimbo de la forma de manejar la pandemia –donde el proceso de vacunación sin duda es un logro–, ironizando con el resto del mundo, algo que hizo recordar cuando dos semanas antes del 18/0 dijo que Chile era un oasis, porque la apertura de fronteras y la fuerte entrada de ómicron ha dejado en evidencia que no somos una isla. Luego vendría la licitación del litio, donde al Gobierno ni siquiera le importó la petición de Boric y muchos actores.

A continuación, siguió una infinita designación de cargos amarrados que causaron la molestia del Mandatario electo, para rematar con una visión autocomplaciente sobre el combate a la delincuencia, el que fue rebatido por la Fiscalía Nacional y el sentido común de los chilenos. Y, por supuesto, la duda que dejaron las declaraciones de un dirigente de los camioneros, que afirmó que el Gobierno estuvo detrás del paro de ese gremio, cuando Víctor Pérez –el peor de todos los ministros de Piñera– estaba a cargo de Interior.

Sin duda, como en la metáfora del alacrán, Piñera será siempre Piñera. Su naturaleza no le permite actuar con un mayor grado de inteligencia emocional en momentos así. Si su objetivo era mejorar la alicaída imagen que tuvo durante todo su segundo período, estos hechos deberían provocar un efecto contrario en la ciudadanía, además del problema político que está tensionando el traspaso de mando. Además, es un autogolpe al discurso que desplegó durante la campaña de 2017, cuando criticaba –al igual que Parisi y JAK en 2021– ácidamente a Bachelet por los “apitutados”.

Las sospechas y preguntas que dejó la licitación del litio se sumaron a la estela de dudas que persiguió siempre al actual Presidente y que se vincula a su relación con el mundo de los negocios –que conoce bien, incluyendo a sus actores– y que muchas veces se convirtió en conflictos de intereses para él. No se entienden las conversaciones que sostuvo Jobet con el equipo del Presidente electo y las señales previas de la autoridad con relación a cómo actuaron finalmente. Además de la falta de cortesía con Boric, el episodio demostró que la ponderación no es un atributo de Piñera.

Y si se trataba de mostrar cifras para avalar algunos resultados, La Moneda demostró la falta de conexión con la ciudadanía y, lo que es peor, con el sentido común.

En tal sentido, durante la semana pasada intentaron demostrar que tanto la delincuencia como los homicidios y la situación de La Araucanía habían tenido buenos resultados durante esta administración. Esto no solo no es cierto –las cifras acumuladas estos cuatro años indican totalmente lo contrario– sino que además recibió un duro contraataque del Fiscal Nacional. El subsecretario del Interior descalificó a la Fiscalía y desplegó un relato que poco tiene que ver con la realidad que vemos los chilenos a diario. En La Araucanía pueden haber disminuido algunos hechos en estos pocos meses en que militares intervienen en el territorio, pero en los tres años y medio previos, la violencia se duplicó.

Si Galli tuviera razón, no tendríamos desatado el fenómeno de los portonazos –solo en 2020 hubo 13.425 y estábamos con cuarentenas en todo el país–, ni los asaltos violentos en malls o estaciones de servicio a plena luz del día. Tampoco veríamos en TV y RRSS todos los días los robos y homicidios que ocurren en ferias, calles y plazas. Salvo que todos y todas estemos locos y Galli en lo cierto.

Creo que el Presidente Piñera desaprovechó una oportunidad enorme para iniciar una salida inteligente que le ayudara a compensar el déficit de apoyo, ese respaldo ciudadano que le fue esquivo durante todo este segundo mandato y especialmente desde el estallido social en adelante. Aunque es correcto el argumento de que se gobierna hasta el último día, la prudencia –esa que le exigen tanto a Boric–, el sentido común y el olfato político indicaban que la asignación del litio podía esperar, que no era necesario dejarle cargos amarrados al futuro Mandatario y que jactarse de logros que la gente no percibe es muy contraproducente. Cuando las cosas terminan, en cualquier ámbito de la vida, siempre es mejor salir por la puerta ancha.

Sin contar que La Moneda tendrá que tomar decisiones durante las próximas dos semanas respecto de cómo enfrentar la última etapa del COVID. El aumento explosivo de casos de la mano de la apertura de fronteras le pone una presión mayor a un Gobierno que en cuatro años solo puede mostrar el exitoso proceso de vacunación y, por supuesto, la situación actual –el fin de semana se superó el récord de casos de estos dos años– puede arruinar la única pieza del “legado”.  (El Mostrador)

Germán Silva Cuadra

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