Restauración de la iglesia quemada por el octubrismo-Roberto Astaburuaga

Restauración de la iglesia quemada por el octubrismo-Roberto Astaburuaga

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La parroquia de La Asunción, a pocas cuadras de la plaza Baquedano, fue violentamente saqueada y destruida en el estallido social de octubre de 2019. Al año siguiente, la foto de su cúpula ardiendo y desmoronándose dio la vuelta al mundo y se convirtió en uno de los símbolos de la violencia octubrista. Ayer, el cardenal Chomalí presidió una misa y celebró su inauguración.

Recuerdo llegar, una mañana de un sábado de noviembre de 2019, a ayudar, junto con varias personas, a limpiar la iglesia, vandalizada el día anterior, luego de las típicas concentraciones en la plaza Baquedano. Paredes y pilares sucios y rayados con blasfemias, insultos y dibujos obscenos, cruces invertidas y consignas octubristas. Las bancas escondidas en un lugar cercano. Estatuas, imágenes y ventanales rotos. El odio había entrado sin contemplaciones.

Un año después, en el primer aniversario del 18O, la iglesia fue quemada y su campanario se desmoronó, ante el antiquísimo y revolucionario grito “La única iglesia que ilumina es la que arde”. Pero, luego de años de recolección de fondos y reconstrucción, gracias a la institución Ayuda a la Iglesia que Sufre, se abren nuevamente las puertas de la antigua iglesia.

Su reapertura se produce poco después de la elección del Papa León XIV y su llamado a la paz. San Agustín, en la “Ciudad de Dios”, define la paz como la tranquilidad en el orden. Y el orden se alcanza con la distribución de las cosas al asignarles su propio lugar, según el fin para el que fueron creadas. Inversamente, el desorden produce intranquilidad, inquietud. No hay descanso porque hay algo que no está en su lugar. No hay paz ante una iglesia saqueada y destruida, porque su fin -dar culto a Dios- se ve impedido.

¿Cómo, entonces, se alcanza la paz ante el desorden? Dicho de otra manera, ¿por qué se reconstruyó la iglesia, en lugar de cerrarla, demolerla o desacralizarla? O incluso de forma más amplia, ¿por qué los cristianos, frente a la destrucción y vandalización de templos y capillas a lo largo de todo Chile, los limpiaron y reconstruyeron? La respuesta está en la esperanza. Es la más pequeña de las virtudes, pero la más fuerte.

San Juan Pablo II decía que la esperanza “por una parte, impulsa al cristiano a no perder de vista la meta final que da sentido y valor a toda su existencia y, por otra, le ofrece motivaciones sólidas y profundas para su compromiso cotidiano en la transformación de la realidad para hacerla conforme al plan de Dios”, y Benedicto XVI, en su encíclica Spe Salvi, la describe como una virtud capaz de “producir hechos y cambiar la vida”.

La reapertura de la iglesia de La Asunción es un signo de paz y esperanza en tiempos de desorden e intranquilidad, así como una oportunidad para seguir transformando la realidad, en las escuelas, en las leyes y en el hogar, conforme al reinado social de Cristo. (El Lóbero)

Roberto Astaburuaga