Repercusiones de Alaska. ¿Póker o partida de ajedrez?

Repercusiones de Alaska. ¿Póker o partida de ajedrez?

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Sabido es que los estadounidenses juegan al póker mientras que los rusos al ajedrez. Ambos están impregnados con la lógica de su juego favorito. En el póker se buscan victorias de corto plazo, se estimula la simulación, sabiendo que, si se pierde, viene otra manga. En el ajedrez, en cambio, se debe mirar el tablero en su conjunto, tomando nota que cada pieza tiene un valor y que para ganar una partida sólo sirve el cálculo frío. La metáfora es del reconocido internacionalista Jeffrey Sachs y sirve para ilustrar cómo ambos países abordan los asuntos estratégicos de manera distinta.

Por eso, cualquier interesado en política internacional debe haber observado entre atónito y fascinado lo ocurrido durante el último encuentro ruso-estadounidense. Todo puede ser seguido acorde a aquella interesante metáfora. El lugar escogido, la llegada de los principales personeros, los ademanes de unos y otros, las palabras que se prodigaron los dos protagonistas, la agenda formal preparada por los asistentes, los temas tratados en un plano personal entre Trump y Putin, los desplazamientos desde la bajada de sus aviones y, last but not least… la actitud de cada uno, marcada por el peso de la historia.

Por ejemplo, por el lado ruso, fue su propio canciller el encargado de poner en la mente de los periodistas, analistas y especialistas de audio e imágenes que cubrían el evento ese factor tan vital, la historia. El mensaje golpeó mediáticamente. Y es que ningún país, por más que quieran sus mandatarios, puede escapar de su propia carga histórica.

Al salir de su automóvil e ingresar al hotel, Lavrov lucía vistosamente, aunque con aire casual, una polera con grandes letras CCCP. O sea, URSS en letras cirílicas. Imposible algo más sugerente en esto del peso de la historia.

Lavrov está al frente de la cancillería rusa desde 2004. Hasta ese año era el representante permanente de su país ante la ONU. Tiene un profundo conocimiento de las élites estadounidenses y se le considera un hábil negociador. Creció política y profesionalmente al alero del legendario canciller soviético, Andrei Gromyko. Conoce del peso de la historia. Sus biógrafos destacan que habla fluido inglés, francés, ruso, cingalés, dhivehi y tiene un nivel razonable de dominio de varias lenguas de la antigua Unión Soviética. En este punto se diferencia de Gromyko, quien sólo hablaba inglés y ruso. Pero, además, Kissinger -quien lo trató innumerables veces- reconoce otra gran diferencia. Gromyko era conocido como “Mr Niet”. Hasta la frase más sencilla e inocua la iniciaba con un “no”, que después iba matizando o acentuando según fuera necesario, según relató varias veces el otrora secretario de Estado. Lavrov, en cambio, es un político que se maneja en ese amplio panorama de los matices grises. Rara vez es categórico en sus opiniones. En Chile sería un adicto a esa muletilla tan de moda: “si bien es cierto, no es menos cierto…”.

Observando su trayectoria, se podría asegurar que Lavrov aprendió desde joven a conocer los ríos subterráneos de la negociación diplomática que hicieron famosos al antiguo canciller soviético y que algunos denominan doctrina Gromyko: “cuando hayas conseguido la mitad o dos tercios de lo que no te pertenecía, podrás ser un negociador de verdad”.

Por lo tanto, que Lavrov haya ingresado al hotel vistiendo esa polera recordatoria de la URSS no fue algo intrascendente. Fue un mensaje subliminal. La delegación rusa llegaba a la cumbre de Alaska teniendo en mente una jugada estratégica; dicho en lenguaje ajedrecístico. Alaska debía significar un salto fuerte en su diplomacia y volver a ser una superpotencia reconocida. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, la URSS fue la única capaz de tratar a EE.UU. en igualdad de condiciones.

Vista la cumbre desde la perspectiva americana, también fue clave para el póker que juega la administración Trump. Como ha trascendido, el Presidente de EE.UU. está en una carrera acelerada por obtener el Nobel de la Paz y el tema del restablecimiento del diálogo con Moscú (como escalón previo a la paz en Ucrania) es central. Es su manga de póker.

Por lo tanto, desde ambos puntos de vista, la cumbre puede ser vista como un magnífico logro, pero también para el análisis internacional. Hay varias facetas extremadamente instructivas.

La primera es, sin dudas, la reivindicación de la política del poder. Esta apareció de manera descarnada sobre el escenario en Alaska. Sin rodeos ni remordimientos. Lo sabido en los días posteriores ratifica algo que flota en el aire desde hace tiempo. Ambos tienen el convencimiento más absoluto de que el poder es para usarlo.

La segunda es la constatación de que las grandes potencias siguen siendo fundamentales. Que la nueva etapa del orden mundial sigue teniendo como pilar estructural la existencia de las mismas. En tal sentido, Rusia y EE.UU. se encargaron de mantener vivo el dictum realista en orden a que los rule-makers del sistema internacional son las superpotencias.

La tercera lección, y directamente relacionada con la consideración anterior, es el reforzamiento del principio de que el poder emana de los poderosos y el resto debe someterse a sus acuerdos. Se trata, por cierto, de un aserto que los estudios internacionales remiten a Tucídides, pero que rara vez logra plasmarse de manera tan aguda y abierta como en esta ocasión. Ahora le correspondió a la Unión Europea ofrendar un ejemplo no exento de cierto dramatismo. Sus principales líderes debieron concurrir de manera ex-post a Washington para recibir un relato de lo ocurrido. La burocracia de la Unión Europea debe haber sentido en carne propia lo que es ser un rule-taker. En Alaska se reforzó aquello que el poder no es algo abstracto ni alegórico.

Una cuarta lección está constituida por una luz roja levantada respecto a la peregrina idea que los elementos constitutivos del poder a veces se disipan. Alaska ha demostrado que la noción sigue intacta en cuanto a sus características. En este sentido, la cumbre demostró la relativa rapidez con que Rusia retomó papeles protagónicos en el escenario mundial, tras el profundo debilitamiento al derrumbarse la URSS, tiempos en que hasta su moneda parecía difuminarse. En unas cuantas décadas, consiguió recomponer una estructura militar y diplomática acorde a las necesidades de hoy. Un punto a destacar es su habilidad diplomática para retener su asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, consciente de que, por esa vía, contribuye a articular el quehacer mundial.

Por último, la cumbre de Alaska ha confirmado que en política internacional existe un verdadero abismo entre la teoría y la praxis.

Todo este conjunto de lecciones, pero especialmente esta última, han sido explicadas con claridad meridiana por el reconocido internacionalista español, Luis Perez-Gil: “las teorías que describen un mundo de paz y seguridad mundial para todos [..] igualdad entre los países y avances de las organizaciones internacionales se deshacen como azucarillos cuando llegan las crisis, porque son incapaces de explicar los factores que mueven el conflicto, sino lo que es más grave, carecen de herramientas teóricas para ponerles fin o alcanzar acuerdos y lograr la paz”.

En conclusión, lo ocurrido en Alaska ayuda a conocer mejor a este actor tan relevante, y que en el imaginario suele ser visto tan lejano, como es Rusia, el cual muchos, equivocadamente, asocian a una continuidad mecánica de la URSS. Aquellas apreciaciones olvidan que, tanto Lenin como Trotsky, sostenían que el proletariado no necesita diplomacia. Para el marxismo, la clase obrera se entiende sin intermediarios. Por eso, en los momentos iniciales de la revolución, hubo reticencia a nombrar un comisario externo, o sea un ministro de Relación Exteriores. En suma, en las próximas semanas y meses se verá si Alaska fue una partida de ajedrez o una manga más de póker. (El Líbero)

Iván Witker