La renuncia de Patricio Fernández como encargado de la conmemoración oficial de los 50 años del golpe ha provocado un debate áspero. Quienes lo critican parecieran estar animados por un espíritu de cruzada buscando establecer una interpretación oficial del golpe militar y las violaciones a los derechos humanos de la dictadura.
Se trata de cancelar la discusión sobre las causas que motivaron tan trágicos como condenables sucesos. Es más entendible que este propósito esté en las agrupaciones de las víctimas cuya motivación principal es la condena universal a lo ocurrido, el esclarecimiento de los crímenes y el castigo de los responsables. Es menos comprensible que esta posición haya sido avalada y hecha suya por el PC llegando incluso a reprocharle a Patricio Fernández el ser “demasiado reflexivo”.
No sólo a cualquier ciudadano le interesa entender lo que pasó y sus causas para intentar no tropezar de nuevo con la misma piedra, también los historiadores y politólogos tienen como tarea buscar el hilo conductor de los procesos sociales y políticos que se suceden en el tiempo; pero los partidos políticos debieran preocuparse principalmente de aprender de lo vivido y analizar los hechos con libertad y espíritu crítico.
Nada de ello supone relativizar la condena del golpe militar y mucho menos de los atropellos cometidos con posterioridad.
Efectivamente, prácticamente a muy poco andar del golpe militar, mientras se difundían las noticias de la violencia desatada por las nuevas autoridades, intelectuales y políticos empiezan a escribir sobre los factores que habían incidido en el fatal desenlace. Incluso algunos, presintiendo lo que vendría, empezaron a dejar sus reflexiones por anticipado: fue el caso de Alain Touraine, recientemente fallecido, en su diario “Vida y muerte del Chile Popular”. O el clásico libro de Arturo Valenzuela sobre el quiebre de la democracia en Chile con una presentación de Juan Linz.
Existe una variada y vasta literatura sobre la UP, el golpe militar y Salvador Allende. A ella se ha sumado recientemente la obra de Daniel Mansuy sobre el tema y en los próximos días se presenta un libro póstumo de Patricio Aylwin, protagonista destacado de esa época, donde consigna sus puntos de vista como dirigen te de la DC.
A ninguno de ellos le cabe el epíteto despectivo de ser “demasiado reflexivo”. El problema es que alejándose de lo sostenido recién ocurrido el golpe militar, el PC pareciera querer diluir la idea de que el gobierno de Allende vivió el final de una grave crisis política, pasando a sostener que el proyecto político de la UP estaría inconcluso, como suspendido en el tiempo, esperando que otros actores lo retomen, como si los últimos 50 años con sus tragedias y logros fueran sólo un paréntesis.
Parecieran enterradas para siempre las agudas reflexiones de Enrico Berlinguer, entonces Secretario General del Partico Comunista Italiano, el más grande de Occidente, formuladas en varios artículos de su autoría publicados en la revista Rinascita órgano oficial de ese partido. En esos artículos sostiene que el camino del progreso democrático no está pavimentado de rosas, que en todas las latitudes conoce avances y retrocesos, que para alcanzar éxito debe haber siempre una correspondencia entre la amplitud y coherencia de las fuerzas sociales, políticas y culturales que impulsan la transformación y los propósitos programáticos de los gobiernos que las encabezan; que para realizar cambios profundos no basta la mayoría electoral y parlamentaria simple; que un punto decisivo, en cada momento, es la conformación de alianzas tras objetivos comunes: a veces para defender lo logrado, en otras ocasiones para avanzar o bien para ordenar un repliegue que permita futuros logros. Este conjunto de ideas se concretó en la propuesta de un compromiso histórico con la DC.
No puedo dejar de recordar el coraje que tuvo Berlinguer cuando en un congreso del PCUS a finales de la URSS afirmó categóricamente: “el impulso renovador de la revolución de octubre se ha agotado”. Y la historia la dio la razón.
Traigo a colación un encuentro especial: acompañé a Bernardo Leighton, que vivía en el exilio en Roma antes del atentado de 1976, junto con Julio Silva Solar, a una conversación con Berlinguer. Su oficina era pequeña y su escritorio cargado de libros. En cuanto nos sentamos, en tono amable Berlinguer comenzó a formular preguntas sobre lo sucedido en Chile: ¿Por qué había ocurrido el paro de los camioneros? ¿Por qué la huelga de los mineros de El Teniente? ¿Por qué había habido desabastecimiento de productos? ¿Por qué los sectores medios se habían alejado de la UP?, y así continuó por largo rato. En vez de abrumarnos con el desarrollo de su propia tesis política, buscaba más información y elementos de juicio, principalmente de parte de B. Leighton. Hoy tal vez sería tildado de “demasiado reflexivo”.
Es alentador ver la reacción amplia y plural frente a este intento de cancelación.
Todo indica que viviremos el próximo aniversario del golpe militar con un creciente consenso respecto al valor de los derechos humanos -lo que no es poco para los tiempos que corren en el mundo- pero con diferentes enfoques sobre el fin trágico de nuestra democracia. Y en general, entre moros y cristianos, un gran respeto por la figura de Allende, a quien el Presidente Matarella de Italia en su reciente visita a Chile recordó como un “mártir de la democracia”. Teniendo en cuenta la personalidad de Allende, como lo dijo en el Estadio Nacional, me parece que quisiera ser recordado como un servidor del pueblo, que como todo político tuvo aciertos y errores. Pero su final lo coloca en un nivel superior.
Corresponde al gobierno asumir esa realidad y organizar los actos oficiales sin pretender desconocer la libertad de análisis y de crítica. Lo más importante son los argumentos que se esgriman. En este caso no puede haber bordes al debate. (El Líbero)
José Antonio Viera Gallo



