Rediseño político doloroso-Harald Beyer

Rediseño político doloroso-Harald Beyer

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En el último estudio nacional de opinión pública del CEP (abril-mayo 2022), un 69% de los entrevistados prefería convencionales que privilegiaran acuerdos amplios antes que sus propias posiciones. La proporción que sostenía la postura contraria estaba 50 puntos porcentuales por debajo. En diciembre de 2019, en la misma investigación, un 78% demandaba líderes políticos que privilegiaran los acuerdos por sobre sus convicciones. La alternativa opuesta generaba una proporción inferior en 64 puntos porcentuales. Esta, que es una demanda sistemática por cooperación política, es una de las dos regularidades empíricas bastante asentadas en la política chilena. La otra es que hay mucha fluidez electoral, porque las adscripciones ideológicas son más bien débiles y, por tanto, es erróneo realizar interpretaciones definitivas a partir de actos electorales específicos. Es decir, en la mayoría de estos procesos, una parte significativa de los votos de las distintas alternativas es prestada.

Los resultados de este domingo encuentran en estas dos regularidades una explicación fundamental. Nadie anticipó una brecha tan amplia en favor del Rechazo, pero las encuestas dejaban en claro que mientras mayor fuese la participación, más holgada sería ella; votó casi un 86% del padrón. A pesar de ello, muchas personas dudaban de sus números e incluso se elaboraban curiosas teorías para explicar resultados alternativos. El pensamiento mágico que siempre ha estado presente en América Latina y, también, en Chile hizo de las suyas en la campaña electoral. Y seguramente estará presente para explicar la votación de ayer. Sin embargo, esta no es más que una nueva demostración de que en Chile los procesos políticos tienen que ser interpretados con humildad. Son reflejo de un momento específico y de circunstancias particulares. Las votaciones pasadas no sirven, entonces, para proyectar las presentes. Del mismo modo, las de ayer poco nos dirán respecto del futuro. Si algo dejaban en claro los distintos estudios de opinión pública es que la población no se sentía interpretada por la propuesta constitucional, incluso mucho antes de que se entregara el texto final, pero no hubo ánimo de enmendar. Y en un país que ha madurado política, cultural y socialmente, ese hecho se castiga con fuerza.

Por cierto, la holgura con la que triunfó el Rechazo —el Apruebo solo logró imponerse en ocho de las 346 comunas del país, y por márgenes muy modestos— no puede ser entendida como un llamado a cerrar el proceso constitucional. Las tentaciones existirán, pero, por ejemplo, los presidentes de los partidos de centroderecha confirmaron su compromiso con un cambio de la Constitución. Tienen la oportunidad de liderar un proceso de transformaciones articulando quizás nuevas alianzas en un proceso que forje un texto ampliamente compartido.

El Senado, ¡vaya paradoja!, se convierte en un actor privilegiado para desarrollar la deliberación que posibilite acordar la hoja de ruta que logre ese propósito. El Presidente deberá nombrar en el Gabinete un equipo político que tenga la flexibilidad suficiente para abordar esta compleja tarea, una que estará, además, muy marcada por la compleja situación económica que se viene. Debe ser, entonces, un equipo que también “juegue de memoria” con el ministro Marcel. La votación del Rechazo, el Presidente debe reconocerlo desde ya, es también un castigo a su proyecto político y, por tanto, no puede dejar de rediseñarlo. Este es quizás el mayor dolor para el oficialismo, pero sus posibilidades de influir en los próximos meses dependerán crucialmente de esta aceptación. (El Mercurio)

Harald Beyer