¿Quo vadis economía chilena?

¿Quo vadis economía chilena?

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¿Es el 2016 un año perdido desde el punto de vista económico? La derecha releva que en el período 2014 – 2016, la tasa de crecimiento alcanzó un promedio de 1,9% mientras que el mundo crece a un 3,2%. Comunicacionalmente el eje del argumento es la alusión a la “retroexcavadora”. La afirmación es sin embargo difícil de sustentar pues se sostiene, al mismo tiempo, que las instituciones básicas del modelo siguen en pie. El equipo económico gubernamental, retoma el argumento de la derecha al señalar que los fundamentos siguen sanos; se limita a enfatizar el esfuerzo de ajuste fiscal y adjudica la culpa de la baja tasa de crecimiento a los problemas de la economía internacional. Más o menos implícitamente reconoce que la gestión política de las reformas ha afectado las expectativas. El nuevo presidente del Banco Central llama a la calma al señalar que si bien estamos creciendo poco; estamos creciendo.

Coinciden estas distintas perspectivas en una mirada autocomplaciente cuya peligrosa consecuencia es el entronizamiento de un desempeño estructuralmente mediocre. Para unos, la recuperación de la economía mundial traerá consigo mejores precios para las materias primas y con ello – automáticamente – mejorará la tasa de crecimiento. Para los analistas de la oposición, el próximo triunfo de la derecha,  terminará con el clima de desconfianza, mejorarán las expectativas empresariales y luego mediante “business as usual” se recuperará el ritmo de crecimiento experimentado en los años del gobierno de Sebastián Piñera. Se olvida que sin el efecto dinamizador del esfuerzo de reconstrucción luego del terremoto del 2010 y el alto precio del cobre en ese período presidencial, la tasa de crecimiento promedio en el cuatrienio no habría sido sustancialmente superior al 4%. Más aún, el análisis del PIB trimestral deja en evidencia que desde el segundo semestre del 2012 se observaba una tendencia a la baja y un gran volatilidad.

Sin duda que los problemas de la economía global han incidido en el comportamiento de la economía nacional alcanzando el peor desempeño en el año que termina. No obstante, lo cierto es que desde hace ya tiempo el ritmo de crecimiento viene de capa caída lo que debe necesariamente remitir a la conclusión de que el modelo económico ha entrado en fase de rendimientos decrecientes. Una tasa de inversión congénitamente baja comparada con los países que crecen dinámicamente; desde el 2000 el aumento de la productividad ha sido de apenas 0,3% (mientras que en los 90 alcanzó una tasa de 2,1%) promedio anual; las exportaciones de cobre siguen representando el 53% de nuestras exportaciones y la producción de cobre representa un 16% del PIB, el gasto en investigación y desarrollo no llega al 0,5% del PIB; el programa de infraestructura lleva detenido casi 10 años. En los últimos años, no han surgido nuevos impulsores del crecimiento; no es raro que una economía que no logra reinventarse presente, a partir de un cierto momento, rendimientos insatisfactorios.

En este contexto, las expectativas para el año 2017 son modestas. Un crecimiento de 2%; sustentado en un política fiscal restrictiva, en dos reducciones de la tasa de política monetaria; un incremento del precio del cobre (cuya magnitud dependerá principalmente de la concreción o no del programa de infraestructura de Trump), un Estado prescindente y un empresariado que no logra identificar nuevos impulsores del crecimiento. Por ello, sólo un nuevo Presidente que termine con la autocomplacencia de uno u otro signo y apueste a un cambio en la estrategia de desarrollo, permitirá abrir el paso a una nueva fase de crecimiento dinámico. (La Tercera)

Eugenio Rivera

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