¿Quo vadis, Chile?

¿Quo vadis, Chile?

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Dice un libro apócrifo –el de los Hechos de Pedro- que el Padre de la Iglesia huía de Roma por la Vía Apia y se encontró con Jesucristo cargando la cruz; el apóstol le preguntó al Señor dónde se dirigía y éste le respondió que a Roma, a ser crucificado nuevamente. Pedro comprendió, entonces, que su acción era cobarde y regresó a la ciudad donde fue finalmente crucificado, en el lugar en que hoy se levanta la basílica que lleva su nombre.

La historia, aunque mítica, es hermosa, porque simboliza el momento en que las personas enfrentan su conciencia y, con ella, el imperativo de preguntarse hacia dónde caminan, cuál es el destino que han tomado y que llegará inevitablemente si persisten en seguir por su “vía apia”. El libro apócrifo nos muestra, además, que la misma ruta, pero recorrida en distinto sentido, define nuestra identidad: de salida, para Pedro era el camino de la cobardía; de regreso, era el del heroísmo y la santidad.

A fines del siglo XIX el escritor polaco Henryk Sienkiewics escribió la famosa novela que lleva esta misma expresión latina como título y que relata la historia de amor entre Marco Vinicio y Ligia. En realidad, la novela es una metáfora de la situación de Polonia bajo el poder del Zar y el imperialismo ruso. Así, Quo Vadis era también la pregunta por el destino del sufrido pueblo polaco, la respuesta fue casi un siglo de opresión, pasando por nazismo y luego por el comunismo, hasta encontrar su salida hacia la libertad un siglo después, de la mano de Lech Walesa y, paradojalmente, del único polaco que se ha sentado en la silla de Pedro.

¿Quo vadis, Chile? Esa es la pregunta que no puedo evitar hacerme al terminar este año. Mi respuesta es que, como Pedro, vamos caminando en el sentido equivocado de la Vía Apia, hemos tomado la senda del progreso y las oportunidades, pero en la dirección contraria. Vale decir, nos alejamos de nuestro mejor destino para caminar hacia el estancamiento, la pobreza, la falta de oportunidades y con ello hacia las divisiones, la sospecha, el resentimiento entre unos y otros.

Ya no se escuchan discursos de colaboración, no hay proyectos en el horizonte. Todo lo contrario, cada vez suenan más fuertes las voces de amenaza: ¡que se prepare el uno por ciento más rico! El discurso predominante no tiene que ver con cómo crear riqueza, sino cómo quitarla bajo la promesa de una redistribución voluntarista e indefinida.

En Europa, y los países desarrollados en general, las políticas redistributivas viven un período de crisis política por la evidencia de su fracaso económico, que las ha mostrado tan insostenibles como contrarias al crecimiento. El mundo camina en dirección a la rebaja de las cargas tributarias, a la flexibilidad laboral, a reformas que incrementen la competitividad. Es claro que no estamos en los ochenta, con la revolución neoconservadora de Reagan y Thatcher, pero la socialdemocracia se ha debilitado ante la evidencia de la realidad y soplan otros vientos.

Nosotros, en cambio, vamos en sentido del aumento de impuestos, más rigidez laboral, pérdida de competitividad, establecimiento del Estado de bienestar en la Constitución. O sea, lo que no han podido financiar y sostener los países ricos, pretendemos declararlo al nivel de derechos constitucionales, como si la riqueza se pudiera establecer por ley.

¿Caminamos hacia una sociedad más justa? No, tampoco. Porque no puede esperarse más justicia en un ambiente de incertidumbre jurídica, en una inflación de expectativas imposibles de cumplirse –como la gratuidad en educación superior- y con una agenda política que entiende el Derecho como una categoría subordinada a agendas ideológicas que prescinden de la realidad, porque la consideran injusta.

El año que viene será un período clave, determinará si nuestro país es capaz de preguntarse hacia dónde va y decidir, como Pedro, enmendar su rumbo. Claro, con la diferencia que para nosotros la opción no es volver al martirio; por el contrario, es la oportunidad de retomar la senda del progreso.

¿Quo vadis, Chile? Ojalá el año que está por comenzar nos hagamos la pregunta, aunque en nuestra ruta no aparecerá el Nazareno cargando su cruz; a lo más se aparecerá el populismo, cuyo rostro casi olvidado algunos empezamos a reconocer. (El Líbero)

Gonzalo Cordero

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