De acuerdo con la literatura, la gobernabilidad democrática se entiende como el ejercicio de la autoridad que tiene la virtud de combinar eficacia con legitimidad siempre dentro de los márgenes del Estado de Derecho.
Respecto del primer componente, eficacia, el sistema político chileno se ha vuelto crecientemente disfuncional, en parte debido a los incentivos del sistema electoral. Las simulaciones disponibles anticipan que la próxima legislatura estará igual o más balcanizada que la actual. Cada proyecto de ley que busque cumplir con el programa de gobierno del ganador de la elección presidencial seguirá un camino sinuoso y desgastante.
Existe consenso en que el país necesita reformas urgentes para robustecer el empleo, fortalecer la seguridad y potenciar el crecimiento. Sin embargo, producto de la fragmentación del sistema de partidos, nadie está en condiciones de garantizar que podrá gobernar con eficacia, al menos en todo aquello que sea materia de ley.
Este parámetro no es modificable (el Gobierno renunció a una reforma) y afectará negativamente la gobernabilidad.
Respecto del segundo componente, legitimidad, la democracia chilena también enfrenta desafíos de envergadura.
Los problemas del sistema político nacional en este punto se explican fundamentalmente por la inadecuada conducta de los actores.
La gobernabilidad democrática supone que los actores estratégicos se relacionan, toman decisiones y resuelven sus conflictos en conformidad con un conjunto de reglas democráticas que todos respetan. En la práctica, es más probable que exista legitimidad cuando se observan dos cosas: primero, los gobiernos cultivan la autocontención (es decir, permanecen dentro de los límites de la acción ejecutiva), y segundo, quienes resultan derrotados en las elecciones se constituyen en una oposición leal: confronta al gobierno respecto de las políticas con las que no está de acuerdo, pero siempre respeta la validez de su mandato.
La autocontención es un problema cada vez más frecuente en la experiencia internacional. Solo si observamos nuestra región, se multiplican los casos: Bukele, López Obrador, el profesor Castillo, Morales y Bolsonaro son ejemplos recientes. Lo variopinto del listado sugiere que las amenazas a la democracia pueden venir desde cualquier parte del espectro ideológico. Con todo, hasta ahora la autocontención no ha sido un problema que caracterice a la democracia chilena desde la transición.
No podemos decir lo mismo de la lealtad opositora en 2019. Ahí, se dislocó uno de los ejes del juego democrático. No es del todo claro que el aprendizaje político al respecto haya sido internalizado por todos nuestros dirigentes y representantes.
Algunos han razonado que, al no observarse en la actualidad la frecuencia e intensidad de las protestas de hace algunos años, aquello sería demostración de destreza en producir gobernabilidad o paz social. Este argumento, esgrimido recientemente por altos representantes del Ejecutivo, es incorrecto. En lo fundamental, se ignora que, como apunta la teoría, los movimientos sociales entran en fases de latencia o pierden “potencia interna”. O bien, como ha demostrado la evidencia comparada, que bajo ciertas condiciones algunos grupos fuertemente movilizados pueden ser cooptados desde el poder político. A lo anterior subyace también, paradojalmente, la amenaza de “o yo o el caos”, que rememora otros tiempos donde no primaba precisamente el pluralismo.
La gobernabilidad democrática no es algo que se decrete, que se proclame en un discurso o que se mida por el número de protestas por año. Se teje pacientemente, día a día, mostrando lealtad con los adversarios políticos y voluntad de cooperar donde sea posible hacerlo.
La conducta de las élites políticas en el próximo ciclo será clave: autocontención del gobierno entrante, y lealtad de la futura oposición (las interrogantes se concentran en este punto).
La conducta de los actores será clave para que nuestro sistema político funcione con eficiencia y legitimidad. Y es que, como señalara Hugo Preuß, uno de los arquitectos de la fracasada Constitución de Weimar: “ni siquiera la mejor Constitución sirve de algo si es llevada a la práctica por sus ejecutantes de manera falsa o chapucera”.
Andrés Dockendorff
Instituto de Estudios Internacionales, Universidad de Chile



