En Chile no hemos llegado a esos niveles de violencia, pero sí conocemos dinámicas que comparten un preocupante trasfondo: la cancelación.
Algunos ejemplos recientes: el caso del exdirector del INDH, Sergio Micco, atacado por no adherir a ciertas miradas del estallido el 2019. O del diputado Vlado Mirosevic, cuya foto fue puesta sobre un ataúd afuera del Congreso. Más allá de disentir con el parlamentario respecto de la ley de eutanasia, estos actos y expresiones pertenecen a un mismo terreno fértil para la polarización.
Hace pocas semanas en la UC se debatieron precisamente los riesgos de la cancelación. Alfredo Zamudio, director del Centro Nansen para la Paz y el Diálogo, definió el diálogo como “una forma de comunicación para mostrar las realidades de las personas”, donde la perspectiva de cada parte podía ser “bastante incómoda”. Durante el mismo encuentro, el cardenal Chomali relató ejemplos de ataques que vivió en su rol como arzobispo de Concepción, y atribuyó estos hechos a dejarse arrastrar por los propios juicios y anteponer antojadizamente la ideología por sobre la verdad.
Al escucharlos pensé que la incomodidad, lejos de ser un problema, es la condición necesaria para que un verdadero diálogo exista. Y en este contexto, la universidad es, por esencia, un espacio incómodo donde abundan y se cruzan voces distintas. Sin esa fricción ni posturas opuestas, no habría pensamiento crítico ni avance del conocimiento. Por eso lo que nunca debiera tener cabida en ella es la tentación de cancelar: anular, desacreditar y atacar al otro en lugar de debatirlo con el uso de la razón.
Evitar la cancelación no significa restar importancia a la expresión visible de injusticias, al empoderamiento de los más vulnerables ni a la exigencia de responsabilidades institucionales o personales. Implica impedir que el otro, mediante distintos mecanismos, como pueden ser las redes sociales, o, como en el caso de Utah, por la dramática fuerza de un disparo, esa voz sea silenciada por no coincidir con mi identidad y mis valores.
Cuando el espacio universitario acepta esa lógica, se traiciona a sí mismo, dejando límites sin resguardo. La universidad debe ser un referente de convivencia: cualquier idea religiosa, filosófica, política o científica puede y debe ser escuchada en su mérito. Lo inaceptable es negarla. “La ignorancia es fuente de fanatismo”, dijo el cardenal. Agregaría que el conocimiento, generado en comunidad, en cambio, es fuente de discernimiento y libertad.
Ambos expositores coincidieron en la importancia de la humildad. Zamudio ironizó que en Chile ninguna universidad la enseña como asignatura. El cardenal agregó que “a menor conocimiento, menor humildad”.
Entonces, ¿quién mató a Kirk? Tal vez fue la soberbia, esa Fuenteovejuna que enardece a una multitud e incluso aplaude cuando todos apuntan en la misma dirección. La bala de un colectivo incapaz de aceptar la incomodidad de un pensamiento distinto.
De ahí la urgencia de defender espacios seguros donde la diferencia se escuche. En la apertura a la búsqueda libre de la verdad se juega la educación universitaria, y en ella nadie sobra ni menos se cancela.
Juan Carlos de la Llera M.
Rector UC



