¿Qué republicanos?

¿Qué republicanos?

Compartir

La Comisión Experta avanza a buen ritmo, y lo más notable es que ha conseguido llegar a numerosos acuerdos por unanimidad. Queda, por cierto, mucho trabajo por delante. El texto no será perfecto y para eso estará la labor de los consejeros constitucionales, que empezarán a trabajar dentro de poco.

En todo caso, estamos ante un buen comienzo, al menos por tres razones. La primera y más obvia es que los consejeros no partirán de cero en junio próximo. De este modo, no tendremos el alma en vilo al observar que un grupo de iluminados pretende diseñar una nueva república en una isla desierta. A través de este anteproyecto que entregarán los expertos, los consejeros constitucionales estarán vinculados a una larga historia; a la experiencia de las generaciones pasadas; en definitiva, a toda una tradición, porque el ser humano es un ser tradicional: cada generación entrega a la siguiente una herencia, para que la conserve y mejore. Tradición viene de “tradere”, entregar.

Un segundo motivo para estar razonablemente esperanzados es que, en términos generales, se ha evitado el gigantismo constitucional. Una ley fundamental ha de ser algo muy modesto y no es el medio para resolver todos los problemas que aquejan al país. La humildad siempre es apreciable, y cuando se trata de una Constitución es una ayuda para su larga vida.

Pero hay una razón adicional que —para un escéptico constitucional como yo— resulta particularmente importante y constituye un motivo de esperanza. En Chile tenemos que recuperar el valor de la política, esa nobilísima tarea que ha sido desplazada muchas veces en las últimas décadas, sea por la pretensión tecnocrática, por las retroexcavadoras o, hace menos tiempo, por la violencia octubrista. El hecho de que la Comisión Experta haya podido transformarse en una instancia donde se delibera, es decir, donde se realiza una actividad política, es una magnífica señal, si se tiene en cuenta que allí hay comunistas, frenteamplistas, socialistas, socialdemócratas y toda suerte de derechistas. ¿Alguien podría haber imaginado un escenario semejante hace tan solo un año? El mensaje es claro: en Chile, pese a todo, podemos entendernos.

Por todo lo anterior, resulta sorprendente la declaración de un grupo de militantes republicanos, donde se afirma que “de mantenerse intacto el texto emanado por los expertos designados, este debe ser rechazado”. Ahora bien, ¿existe en Chile quien piense que el proyecto que se plebiscitará será el mismo —“intacto”— que aquel que se habrá redactado en la instancia actual? Aproximarse al texto de los expertos con responsabilidad exige tanto evaluar muy bien los cambios que se le introduzcan como formular las mejoras que resulten indispensables. Ni más, ni menos.

Quizá sea solo un malentendido o el intento de entregar una señal política cuyo sentido no alcanzo a advertir. Sin embargo, tal vez nos muestre otra cosa. Quizá indique que los republicanos no son un grupo tan monolítico como se imagina la izquierda, y que en ellos conviven dos almas, que se expresan en las distintas actitudes ante el proceso constitucional. Estas dos sensibilidades comparten su aprecio por la Constitución vigente, pero una querría mantenerla a toda costa y está dispuesta a sumarse a la izquierda más radical para votar “en contra” en el plebiscito. La otra, en cambio, ha elegido jugar con las reglas que nos rigen y se empeñará para que el nuevo texto sea el mejor posible según sus convicciones.

Si es así, entonces resulta muy positivo que las posiciones se clarifiquen con tiempo. Porque si los republicanos aspiran no solo a liderar a la derecha, sino también a encabezar un futuro gobierno, entonces es fundamental que los chilenos sepamos quiénes son en verdad y si la imagen que se presenta de ellos obedece o no a una caricatura que solo corresponde a una minoría.

Muchos han señalado que el Partido Republicano se encuentra ante una oportunidad única, como lo ha mostrado su directiva estas semanas. En los próximos meses conoceremos cuál es su capacidad de diálogo y qué disposición tienen a construir alianzas circunstanciales, habituales en este campo: podremos calibrar su aptitud política. A ellos se les dio una posibilidad que no tuvo el Frente Amplio, que pasó de la oposición más cerrada a dirigir el gobierno sin un período mínimo de adaptación. Esto resultó muy problemático, porque La Moneda es un lugar donde se ejercita la actividad política, no el sitio donde se aprende lo básico de ella.

Este ejercicio político de los republicanos no dejará contentos a todos. Algunos se sentirán decepcionados: han estado allí desde la primera hora; piensan que son los depositarios del genuino sello del partido; desprecian a la clase política tradicional y consideran que llegar a acuerdos con ella es una traición a los principios. Se trata de una curiosa postura, que eleva casi todo a la categoría de un principio intransable y que tiene como consecuencia inevitable la de moralizar la política. Es decir, funciona como un espejo del lado desagradable del Frente Amplio, con su misma pretensión de superioridad moral y su tendencia a dividir el mundo político entre buenos y malos.

Por eso, cuanto antes el Partido Republicano separe aguas del frenteamplismo de derecha será mejor para él y mejor para Chile. (El Mercurio)

Joaquín García Huidobro