Qué mostrará el discurso presidencial de mañana

Qué mostrará el discurso presidencial de mañana

Compartir

La segunda cuenta sobre el estado de la Nación del Presidente Boric volverá a ponerlo a él al centro del escenario y en el rol protagónico. Los focos estarán sobre su performance y los balances -dudosamente estadísticos- de promesas cumplidas e incumplidas. Oficialistas y opositores participarán en el rito con el acostumbrado guión: a favor y en contra. Blanco o negro, todo o nada.

Un recuento menos pautado de los procesos ocurridos durante el período, y una visión menos precocinada y envasada al vacío de cómo podría  proyectarse el gobierno de Boric, abren las puertas a un ejercicio que puede resultar de interés. Dos claves, en particular, sirven para este efecto: la primera dice que estamos, políticamente hablando, frente a otro país que aquel que eligió a Boric; la segunda, que también el Gobierno es otro muy diferente del que asumió el poder el día 11 de marzo de 2022.

1

Efectivamente, atrás quedó el país que eligió a Boric en la huella del 18-O y que se pensó, imaginó y escribió a sí mismo en la Convención Constitucional. Aquel que de entrada proclamaba: (i) Chile es un Estado social y democrático de derecho. Es plurinacional, intercultural, regional y ecológico; (ii) se constituye como una república solidaria. Su democracia es inclusiva y paritaria. Reconoce como valores intrínsecos e irrenunciables la dignidad, la libertad, la igualdad sustantiva de los seres humanos y su relación indisoluble con la naturaleza; (iii) [que] la protección y garantía de los derechos humanos individuales y colectivos son el fundamento del Estado y orientan toda su actividad. Es deber del Estado generar las condiciones necesarias y proveer los bienes y servicios para asegurar el igual goce de los derechos y la integración de las personas en la vida política, económica, social y cultural para su pleno desarrollo.

Se trataba, en breve, del país donde predominaba un clima expansivo, primaveral y en el que por todos lados florecían brotes verdes. El de un cambio generalizado del paradigma neoliberal de la economía y la sociedad que quedarían enterrados, se decía, para dar paso a una visión utópica de refundación nacional. Esta se concebía en términos de los ideales, valores y aspiraciones contemplados en el Reglamento General de la Convención, los que luego debían plasmarse en el texto constitucional. La lista parece interminable pero vale la pena reproducirla en su totalidad, pues prefiguraba de manera ejemplar la ambición normativa de las izquierdas, con las cuales al comienzo se identificó el recién estrenado gobierno de Boric:

a) Preeminencia de Derechos Humanos.

b) Igualdad y prohibición de discriminación.

c) Enfoque de género y perspectiva feminista.

d) Plurinacionalidad.

e) Interculturalidad.

f) Descentralización.

g) Equidad territorial.

h) Plurilingüismo e igualdad lingüística.

i) Participación popular incidente.

j) Participación incidente de Pueblos Indígenas y Consulta Indígena.

k) Probidad y ética.

l) Enfoque de cuidados.

m) Principio de respeto y cuidado de la Naturaleza y aplicación de un enfoque ecológico.

n) Eficacia.

ñ) Coherencia.

o) Enfoque de niñez y adolescencia.

p) Inclusivo.

q) Enfoque de culturas, patrimonio y arte.

r) Publicidad y Transparencia.

s) Economía y cuidado de los recursos públicos.

t) Principio de interpretación pro persona.

u) Pluralismo.

v) Tolerancia.

w) Deliberación informada.

x) Lenguaje claro e inclusivo.

y) Trazabilidad (tanto de la información producida como de aquella requerida externamente).

z) Perspectiva Socioecológica.

No necesitamos repetir aquí la crónica de ese desvarío ni cómo se gestó entre los ecos del estallido social y la revuelta. El hecho es que fue asumido íntegramente por el gobierno de Boric en su primera encarnación, al punto de confundirse con su programa. De esta manera, una propuesta construida para los breves cuatro años de la administración, se puso a la sombra de esta otra proclama refundacional que apuntaba, en el largo plazo, a materializar un nuevo modelo de país.

Tal confluencia utópico-programática duró poco sin embargo. En efecto, el resultado del 4-S de 2022 significó  un rotundo rechazo ciudadano de la propuesta refundacional y un completo desarreglo del gobierno en su vértice superior y al interior de la coalición oficialista, obligada a redefinirse y rearmarse para un segundo advenimiento de la administración. Sobre esto más en la siguiente sección.

En suma, el país gobernado cambió rotundamente bajo los pies del equipo gobernante. Este, identificado hasta ese momento con el discurso octubrista-primaveral, debió abandonar su ímpetu juvenil-refundacional y recular en sus pretensiones programáticas, junto con iniciar el difícil tránsito hacia una nueva identidad. De hecho, el país esbozado por aquel planteamiento radical de los inicios debió dar paso, abruptamente, a un nuevo escenario.

De una ola popular-plebeya-octubrista-refundacional se giró hacia una ola en sentido contrario que envolvía fuerzas mesocrático-institucionalistas-restauradoras-y-de-seguridad. Más que un cambio puramente político, se trató de un cambio de clima cultural y social. La calle se había vaciado, desmovilizada. Los territorios -apenas saliendo de la devastadora pandemia- se volcaban sobre sus propios asuntos. Los coqueteos con la violencia del estallido social por parte de las izquierdas y de sectores sociales protestantes, daban paso a un contagioso, epidémico, temor frente a la violencia criminal y a un clamor por mano firme contra todo tipo de delincuencia.

El clima de expectativas expansivas se tornaba depresivo por el estancamiento de los ingresos, la amenaza del desempleo y la pérdida de dinamismo de la economía doméstica y su matriz nacional. El involucramiento público con el fervor del cambio -de jóvenes, redes sociales, la televisión y las protestas masivas previas a la pandemia- es sustituido por una intensa privatización de la vida, el intimismo del hogar, un minimalismo político y un retorno a las necesidades cotidianas de las familias. La academia de los profetas (desarmados) -que se había entusiasmado con los manifiestos octubristas- entraba en receso y se declaraba momentáneamente confundida por los signos del tiempo. Las instituciones más valoradas son ahora bomberos, detectives, carabineros y las FF.AA.

2

Se transformó pues el país, mas no sólo en la esfera política, pero es allí -en los dominios de la gobernabilidad– donde encontramos los cambios más intensos de orientaciones y desempeños. Seguramente el Presidente Boric no lo dirá mañana en su solemne discurso. Pero él sabe que ahora preside sobre otro gobierno al originalmente diseñado. En vez de llevar a cabo un programa refundacional, debe abocarse a administrar -en condiciones estructurales adversas- un cuadro complejo, intrincado, de varias crisis simultáneas.

Dicho en un breve resumen: este es un gobierno minoritario en la población y el Congreso. Con una coalición de dos alianzas de izquierdas mal ensambladas entre sí. En manos de un equipo político joven sometido a enormes desafíos, carente de cuerpos tecnoburocráticos sólidos y bien coordinados, y cuyas prioridades le han sido impuestas -contradiciendo su programa original- por el rechazo del 4-S. A su turno, dichos resultados fueron ratificados por la votación de consejeros constitucionales del 7 de mayo, los que revelan el avance de las fuerzas más conservadoras de la derecha.

Contra toda previsión y augurios escépticos, el Presidente ha mostrado resiliencia, capacidad de maniobra en medio de grandes dificultades y una saludable capacidad de aprender, al mismo tiempo que la opinión pública encuestada reconoce su carisma personal como un atributo positivo.

De hecho, más allá de la copiosa acumulación de traspiés, chascarros y chapucerías, el Presidente ha reforzado el flanco de la gestión gubernamental. Desde el primer día puso al mando a un ministro de Hacienda con sólidos antecedentes de liderazgo político-técnico. Gradualmente ha complementado ese pilar con un equipo más afiatado en La Moneda. Hay una jefa de gabinete experimentada, dialogante y que ha logrado dar un cierto sentido estratégico a la acción gubernamental. Lo mismo ocurre con las dos secretarías -de la Presidencia y de Gobierno- que, junto con el subsecretario del Interior, conforman el segundo pilar del gobierno. Este, muy distinto al gobierno original con su programa maximalista, ha debido lidiar con la agenda de problemas  impuestos por las circunstancias del rechazo del 4-S y por el nuevo clima político-cultural.

El manejo de crisis es un componente esencial de los gobiernos. Entre nosotros, esto se hizo más patente durante las tres últimas administraciones: de Bachelet 2, Piñera 2 y Boric. A este último le ha tocado, sin duda, el desafío más difícil, por la superposición de varias crisis de magnitud.

Para sólo nombrar las más importantes: político-constitucional, que se halla encauzada institucionalmente por ahora; de orden y seguridad, rampante en los territorios, los media y las redes sociales; económica, por reducción de ingresos, empleo formal, efecto inflación, deudas y pérdida de dinamismo del crecimiento; de la inmigración ilegal y proliferación de campamentos; educacional, por el impacto de la pandemia sobre los aprendizajes y la lenta y a veces confusa reacción ministerial; de salud, por efecto retardado de la pandemia, atrasos en la atención y el desplome de las Isapres; previsional, por incapacidad del sistema político de concordar diagnóstico y soluciones; medioambientales por el cambio climático y los desastres naturales o provocados, y así por delante.

A estas crisis emergentes cabe agregar aquellas otras más profundas y de más largos alcances: de nuestra democracia en sus bases de legitimidad y confianza en las instituciones; de desintegración social por fenómenos de anomia, violencia y erosión de las estructuras de autoridad; del crecimiento económico por el deterioro de la productividad y la falta de proyectos generadores de nuevas dinámicas de producción;   institucionales y de funcionamiento del Estado.

El conjunto de estas crisis -las urgentes y las estructurales- y las enormes dificultades que plantea su manejo simultáneo, constituyen el trasfondo de la crisis de gobernabilidad que experimenta el país, más visiblemente, durante las últimas tres administraciones presidenciales. Esta crisis (del manejo de las crisis) es provocada sin duda por fallas institucionales y de funcionamiento del Estado, pero además por un gobierno débil como el que tenemos (y tuvimos anteriormente con Piñera y Bachelet en sus segundas administraciones). Ella responde, básicamente, a la ausencia de un entramado de fuerzas, un bloque de poder, una capacidad orgánica de la sociedad -sus clases, grupos y élites- para asegurar una conducción relativamente estable del país. O sea, de acordar políticas con respaldo mayoritario y de llevar a cabo reformas de más largo aliento que hagan sentido a los diferentes sectores políticos y a la gente.

Supone alineamientos de intereses, coordinación de voluntades e ideas. Sobre todo esto último, ideas que generen consensos necesarios para coordinar esfuerzos colectivos de magnitud. Hoy día no hay ese alineamiento, con excepción quizá del trabajo constitucional realizado por la Comisión Experta. Pronto se verá si el consenso allí logrado resistirá la discusión entre los consejeros elegidos y, más adelante, si obtendrá el apoyo de la ciudadanía en el nuevo plebiscito de salida.

La salida real del atolladero en que nos encontramos (débil capacidad de manejar el conjunto de crisis) depende pues no sólo del gobierno de Boric -incluso con su interesante dinámica de aprendizajes- sino de las diversas fuerzas que mueven a la sociedad y su esfera política: grupos generadores de ideas y formadores de opinión; la coalición de gobierno que aún está lejos de consolidarse; el espectro opositor de derecha que navega con la corriente a favor pero bien podría desembocar en un mero movimiento de restauración autoritaria; los gremios, sindicatos y demás organizaciones de la sociedad civil que inciden (abierta o fácticamente) en las decisiones. Tal es la complejidad de la tarea que se necesita completar para dar sustento a un nuevo arreglo de gobernabilidad del país.

Es probable que el Presidente no se refiera mañana en su discurso a estos aspectos claves del estado de la Nación, para concentrarse, en cambio, en la lista de logros y dificultades. Pero inescapablemente estará hablando del país que de pronto apareció después de ser elegido y en nombre de un gobierno que mudó (y sigue haciéndolo) para poder subsistir en las nuevas condiciones. (El Líbero)

José Joaquín Brunner