¡Qué malo! ¡Qué bueno!

¡Qué malo! ¡Qué bueno!

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Escribo estas notas durante la mañana del viernes 3 de febrero, abandonada toda esperanza de conocer la decisión del Partido Socialista relativa a cómo va a ser su participación en el proceso de elección de constituyentes: si irá en coalición con el Partido Comunista y sus aliados del Frente Amplio o con los partidos que se reconocen a sí mismos como “Izquierda Democrática”. Me había propuesto comentar esa decisión y ahora me veo obligado a comentar la indecisión. Una indecisión que es tan elocuente, o quizás más, que la decisión y que torna imposible no recordar a Los Prisioneros entonando “Nunca quedas mal con nadie”, la canción de Jorge González que ahora sonaría a acusación.

El hecho concreto es que, a horas -sí, a horas- de tener que inscribir sus candidatos, el Partido Socialista no ha decidido qué han de representar éstos frente al país. Qué inspiración política los guiará, qué tendencia de pensamiento y qué oferta de futuro estarán ellos -y el partido- ofreciendo a las chilenas y chilenos. Porque la decisión no versa sobre votos más o votos menos posibles de ser obtenidos si van con una u otra de las coaliciones que sostienen al gobierno, pues los límites del electorado de los partidos que las componen son previsibles gracias a años de estadísticas. Tampoco dice relación con la lealtad al gobierno del presidente Boric, pues los partidos de ambas coaliciones han declarado una y otra vez su decisión de seguir sirviendo de soporte a ese gobierno que, también hay que decirlo, carecería de rumbo y estabilidad de no ser por el apoyo del Partido Socialista y los restantes integrantes de la Izquierda Democrática.

No. La verdadera disyuntiva que enfrenta este viernes y a esta hora el Partido Socialista no tiene que ver ni con votos ni con apoyo al gobierno: tiene que ver con su identidad. Un tema con relación al cual el partido que dirige Paulina Vodanic está demostrando una profunda división. Una materia ante la cual el Partido Radical, otro integrante de Izquierda Democrática, no puede tener dudas: desde su nacimiento y a lo largo de su casi bicentenaria vida ha sido un partido del cambio (por lo tanto, de izquierda) y nunca ha dejado de ser democrático. Tampoco puede tener dudas el Partido por la Democracia, que nació para agrupar a demócratas que estaban por el cambio en plena dictadura militar. Sí son comprensibles, en cambio, las dudas y vacilaciones del Partido Liberal: un partido demasiado nuevo y que aún busca establecer su identidad definitiva.

Y también son razonables las dudas y las opiniones encontradas que, hasta este día y a esta hora, impiden que el Partido Socialista adopte una decisión identitaria entre las dos izquierdas que, como bien ha señalado Ricardo Lagos, existen en nuestro país. Una encabezada por el PC y otra que agrupa a partidos que no temen diferenciarse de éste y de sus aliados del Frente Amplio. La relación del PC con la democracia quedó bien definida en su reciente XXVI Congreso: ellos son marxistas-leninistas y, por lo tanto, su relación con la democracia no puede ser sino táctica y utilitaria. El Frente Amplio, por su parte, es justamente eso, demasiado amplio, y la relación de cada uno de sus partidos con la democracia no alcanzaría a ser descrita en el espacio que permite esta columna; basta con decir que de todo hay en esa viña del señor.

¿Y cómo se define el Partido Socialista? Durante los años sesenta el Partido Socialista adoptó en sus Congresos de Chillán y Linares definiciones que lo acercaron e incluso llegaron a adelantar por la izquierda a las posiciones del Partido Comunista, tanto en lo ideológico como en lo táctico. Sin embargo, la experiencia de la Unidad Popular significó para este partido la revisión de esas posturas y la adopción de definiciones que valoraron a la democracia como el medio y el fin de su accionar. Esas nuevas definiciones establecieron además como objetivo el constante perfeccionamiento de la democracia, mediante cambios en el marco que la misma democracia proporciona, esto es abandonaron toda aspiración revolucionaria para adoptar al reformismo como vía de acción política. Ese proceso, que vale la pena recordar fue también vivido por buena parte de los partidos comunistas de la Europa mediterránea bajo la denominación de “eurocomunismo”, fue conocido entre nosotros como “renovación socialista” y permitió la alianza de partidos democráticos que generaron los treinta años de mayor prosperidad de la sociedad y la economía chilenas.

Hay que insistir en ello: la “renovación socialista” y la alianza del Partido Socialista con partidos democráticos de centro y de izquierda, trajo a Chile una prosperidad que estuvo lejos de ser alcanzada cuando su alianza fue con el Partido Comunista. Sin embargo, dentro del PS esa realidad parece no contar y todavía quedan importantes dirigentes y militantes que añoran la “unidad de la izquierda”, una aspiración propia de un  pensamiento mágico que cree en el poder de las palabras e ignora la realidad de las evidencias. No debe extrañar por ello que, ante las  puertas del templo a la esterilidad política a la que sus divisiones internas lo arrastran, la dirección del partido, hoy viernes y a esta hora, aún esté paralizado clamando a los cielos por esa preciosa “unidad”. Es verdad que con cierta elegancia ahora hablan de una unidad “que vaya desde la DC hasta el PC”, pero ellos y todo el resto de Chile saben que eso es sólo retórica, pues ni la DC, ni el PC (ni el Frente Amplio, ni el PR, ni el PPD) aspiran a esa unidad, porque saben que por encima de las palabras están las identidades esenciales. Algo que no se debe perder nunca en política, porque una política de partidos y coaliciones sin identidad propia no pasaría de ser un carnaval de ambiciones.

Cuando finalmente estas notas sean leídas, el PS ya habrá tomado su decisión y pronto estaremos conociendo sus efectos. Entre esos efectos habrá que consignar la actuación del presidente Boric que, como con relación al proyecto de constitución rechazado el 4 de septiembre pasado, ha puesto todo el capital político que le queda (y también el de algunos de sus ministros y ministras) a los pies de la “unidad”. Y no sólo eso: también le ha otorgado a la elección de constituyentes el rango de plebiscito de su propio gobierno. Ambas cosas no sólo innecesarias, sino que probablemente un nuevo disparo en el pie de un gobierno que ya está demasiado debilitado.

El resto de los efectos habrá de sufrirlos el propio PS. Si ha decidido ligar su futuro al del PC y sus acompañantes, perdiendo así la identidad que le permitió asumir una posición de liderazgo nacional durante las décadas anteriores, habrá que decir “qué malo”. Pero si ello ocurre ocurrirá también que quienes abrazaron con honestidad la “renovación socialista” habrán de entender que ese partido ya no es el   de ellos y, con la misma honestidad, quizás actúen en consecuencia. Entonces el resto de Chile dirá “qué bueno”, porque habrá llegado el momento en que la sinceridad comience a ser la norma en la política nacional y ésta volverá a ser respetada. (El Líbero)

Álvaro Briones