Es cierto que en Chile gran parte de la población tiene sangre mapuche, aunque sea en pequeñas proporciones. Pero tratamos de tapar el Sol con una mano y negamos una realidad que es a todas luces evidente. Nuestros antepasados se enfrentaron una y otra vez con la principal etnia indígena del país, despojándola de sus tierras ancestrales, de sus creencias y de su razón de ser. Lo cual derivó, como resultado ulterior, en esta falta de empatía que existe para con los mapuches hoy en día, esta suerte de “persecución” social y legal, que no se entiende, y que está totalmente desfasada respecto de los tiempos que corren. Afortunadamente, la gente joven siente de manera mucho más cercana el tipo de integración que es necesario realizar, para incluir y comprender la rica cultura mapuche; hacerla parte de nosotros, como ha sucedido en otras naciones del continente y en otras latitudes que tuvieron una problemática similar.
Siempre me ha parecido insólito que mi país, al que quiero y admiro profundamente, no haya sido capaz de solucionar el problema histórico que acarrea por siglos con la etnia mapuche. En realidad, somos la única nación de América que no ha logrado una verdadera pacificación y reconciliación con quienes representan su base poblacional. No hay un entendimiento, pero sus nombres y topónimos están en miles de lugares geográficos de importancia, y sus apellidos se entremezclan con los de otras nacionalidades, en el sur, en el centro, en todas partes. La excusa que escucho frecuentemente – sobre todo entre los de mi propio sector, la derecha -, es que se trata de un caso imposible de solucionar puesto que “ellos viven en pequeñas comunidades, no tienen una voz autorizada que los represente, además son flojos, violentos, deshonestos, poco fiables, y un largo etcétera”. Pero la verdad dista mucho de lo anterior, y quienes conocemos la historia podemos decir sin titubeos que con mayor frecuencia la deshonestidad y las mentiras históricas estuvieron de parte del resto de la sociedad nacional, a menudo representada por el Estado. La Operación Huracán y el caso Catrillanca son sólo las últimas manifestaciones de una odiosidad que es necesario terminar.
El actual gobierno ha intentado un enfoque diferente a través del Plan Araucanía, comenzando por el Consejo para la Paz. Es un esfuerzo loable que habrá que mantener, pero el inicio debe ser otro. Ha sido tan enorme el daño y falta de respeto hacia el pueblo mapuche, que lo primero que sería imprescindible realizar – a través de un ceremonial que sea significativo para ellos -, es un gran acto de contrición nacional que incluya la participación activa de toda la sociedad chilena. Se debe tomar consciencia del grave perjuicio causado, el cual no puede equiparase a la violencia y la criminalidad de algunos; para los violentistas está la ley y la justicia, como corresponde.
Luego vendría el proceso cultural de incorporar y entender el mundo mapuche, con su rica y maravillosa cosmogonía, que es cósmica, animista y chamánica, y que está en contacto profundo con la naturaleza, donde residen también los espíritus de sus ancestros. Y por último, se requerirá de un plan nacional de reparación y apoyo todo abarcador, tipo “Plan Marshall”, de muy largo aliento. Es sólo el comienzo de un extenso camino por recorrer. (La Tercera)
José Miguel Serrano


