Siempre me ha llamado la atención el que los grupos de izquierda se llamen así mismos “progresistas”, ya que el nombre alude a progreso, y al menos lo que podemos ver como resultado de los gobiernos de esa línea en América Latina es retroceso. Países como Venezuela, Brasil, Argentina y Ecuador siguen pagando las cuentas de gobiernos progresistas que generaron una falsa mejoría sustentada en una bonanza transitoria en los precios de sus exportaciones, y les restan aún varios años de ajustes para volver a progresar de verdad.
Nuestra América Latina se está quedando rezagada, debido en parte importante a las llamadas ideas progresistas. Hace algunos días atrás las proyecciones del Fondo Monetario Internacional confirmaban las perspectivas de mayor dinamismo mundial, con tasas de crecimiento para este año y el próximo de 3,5% y 3,6%, respectivamente. Para los países en desarrollo las perspectivas son aún mejores, con expansiones proyectadas de 4,6% y 4,8% en el bienio. Asia emergente crecería a ritmos de 6,5%, los países europeos en desarrollo a 3,5% y 3,2% en 2017 y 2018, y sin embargo, nuestra región seguiría mostrando tasas de crecimiento muy inferiores, de 1% y 1,9%, respectivamente, levemente por debajo de lo que se había proyectado en abril pasado.
Los números anteriores reflejan que América Latina no ha superado los efectos del fin del boom de los commodities, y que el aumento de ingresos de ese período no fue utilizado en una forma que elevara el crecimiento potencial. Por el contrario, especialmente los gobiernos de línea progresista, utilizaron los aumentos de ingresos fiscales para financiar gasto corriente, aumentando los subsidios y la contratación y sueldos en el sector público. El fin de la bonanza dejó a la mayoría de los países con severas restricciones fiscales, a lo que se suman los problemas políticos de una sociedad que debe ajustarse a un estándar inferior a las expectativas de mejoría que se crearon en el período del boom.
Lamentablemente, Chile no es ajeno a estas tendencias, encontrándose en el rango bajo de crecimiento dentro de los países de la región (sólo Brasil, Venezuela y Ecuador crecerían menos que Chile este año). Esto marca una diferencia respecto a décadas anteriores, en las que el desempeño de nuestro país era más cercano a los países emergentes del Asia que de América Latina. Baste decir que entre 1990 y 2013 América Latina creció un 3,2%, mientras Chile lo hizo a un 5,2% (con un precio del cobre promedio real muy inferior al promedio 2014-2017). En los cuatro años de gobierno “progresista” el crecimiento promedio sería de 1,8%.
Si tuviéramos que resumir lo que ha sido el ideario del gobierno de la Nueva Mayoría, habría que decir que en lo valórico se caracteriza por una agenda que entrega al Estado la primacía en la educación. “Los niños son bienes sociales” escuché decir hace un tiempo a una progresista, a quien, sin pensarlo un segundo, le contesté “al menos mis hijos, no lo son”. Los que no compartimos esta visión la vemos como destructora de la familia, atentando con eso contra la base del desarrollo social. En lo económico, las ideas progresistas rechazan el lucro y asignan al Estado un rol preponderante en la provisión de bienes y servicios. La condena al lucro le pega al corazón del crecimiento económico, mientras un rol creciente del Estado, en un contexto de captura funcionaria y de ineficiencia, sólo puede generar lo que vemos, una productividad estancada y un crecimiento similar al aumento poblacional.
El candidato de la Nueva Mayoría ha dicho que continuará el camino del progresismo, acentuando las reformas del actual gobierno. Afortunadamente, al menos por ahora, las probabilidades no lo acompañan, ya que su llegada a la Moneda significaría mantener el escenario anti-progreso en que nos encontramos. (La Tercera)
Cecilia Cifuentes