Primarias presidenciales: recambio generacional en elegidos y electores

Primarias presidenciales: recambio generacional en elegidos y electores

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En promedio, la edad de los candidatos que se presentaron a las primarias presidenciales este 18 de julio era de 49,8 años. Si del cálculo se excluye a los dos ganadores de la instancia, quienes además eran los más jóvenes de la competencia, la cifra sube en cinco años y medio.

Por eso, quizás, uno de los aspectos que sorprendió de la votación fue el triunfo de Gabriel Boric (CS) a sus 35 años y de Sebastián Sichel (IND) a sus 43. Si bien ha habido debate con respecto a si a esas edades se considera a un adulto como «joven» o no, es un hecho objetivo que son números poco tradicionales para las candidaturas presidenciales: en 2017, Sebastián Piñera ganaba la primaria con 67 años y Beatriz Sánchez con 46. Alejandro Guillier, por su parte, tenía 64 años. Marco Enríquez-Ominami, quizás, fue el candidato más joven al llegar a la primera vuelta de 2009 con 36 años. Pero Boric va a superar esa marca en noviembre.

Si alguno de los dos vencedores de primarias llega a La Moneda efectivamente a fin de año, sería histórico: desde Gabriel González Videla, que empezó su mandato a los 48 años en 1946, que ningún Presidente de la República ha tenido menos de 50 años. El único menor de 40, de hecho, fue Manuel Blanco Encalada, el primero en ocupar el cargo en 1826 a los 36 años.

El contraste tiene que ver con un fenómeno político que algunos analistas vienen observando hace tiempo: la irrupción de una nueva generación que empezó a trizar el clivaje autoritarismo-democracia que reinaba luego de la dictadura.

«Eso ocurre, a mi juicio, después de las movilizaciones de 2011, cuando aparece una nueva generación que no votó por el Sí y por el No y que, por lo tanto, no puede definirse por ese clivaje», explica a Emol el doctor en Filosofía Política y académico UAI, Cristóbal Bellolio.

«A partir del 2013 aparece Evópoli, Revolución Democrática, la Izquierda Autónoma —que es el antecedente de Convergencia Social—, el Frente Amplio se organiza y ese proceso finalmente se consolida en 2017, cuando el FA hace su irrupción gloriosa con 20 parlamentarios y una candidata presidencial que casi pasa a segunda vuelta y cuando Evópoli saca dos senadores. Podríamos hablar, quizás, de un quiebre generacional dentro de cada uno de los dos mundos», dice.

Se debe, a su juicio, a una incapacidad tanto de la izquierda como de la derecha de lograr la renovación de sus cuadros por dentro de los partidos. No han sabido, asegura, «darle tiraje a la chimenea».

«Estamos llegando a un momento en el cual la generación de los baby boomers, que son Piñera y Bachelet, le va a dar paso a la de los millennials, saltándose a la generación X», advierte. Los abuelos le van a entregar el mando a sus nietos, sin pasar por sus hijos.

RENOVACION FUERA DE LAS COALICIONES

Las hipótesis que se manejan sobre las razones para que los dirigentes más jóvenes se asentaran fuera de las coaliciones tradicionales son varias. El fenómeno incluso fue reconocido por la ex Presidenta, Michelle Bachelet, quien en 2017 dijo que «los jóvenes del Frente Amplio son hijos de militantes de partidos tradicionales«.

«Tiene razón», comenta Bellolio. «Son hijos que no quieren estar en el partido de los papás, y es parecido a lo que pasa en Evópoli. Yo siempre digo que la diferencia es que los del Frente Amplio se fueron de la casa de sus papás para mudarse a otro barrio, pero los de Evópoli se fueron y se quedaron viviendo en la misma zona», dice.

Como ejemplo de su teoría toma a Boric. «Él es un socialista liberal, en el fondo. Si el PS se hubiera tomado en serio la renovación, un tipo como Boric habría salido del seno del PS y él es quien hoy captura de mejor manera los anhelos del socialismo entendido en toda su complejidad», asegura.

«El PS no fue capaz de parir nuevos liderazgos. Hay pocos partidos más negligentes y que hayan fallado más en renovar sus cuadros dirigentes que el PS. Durante los 90 y los 2000 tuvieron solo dos presidentes de partido, cuando apareció Bachelet se aferraron a ella sin buscar otras alternativas y cuando llegaron los jóvenes, los otros ya tenían más de 50 años. Se transformó, en el fondo, en un lugar hostil para los jóvenes», agrega.

Pero la edad confluyó además con otro factor: el estallido social, que trajo consigo una manifiesta oposición al orden establecido en los últimos 30 años. Las figuras que se impusieron en estas primarias no tuvieron un rol preponderante durante la ejecución de esos proyectos. Pueden, por lo tanto, desmarcarse de lo que se hizo, algo que para figuras como Joaquín Lavín (UDI) o Yasna Provoste (DC) puede ser más difícil de conseguir.

ELECTORES MÁS JÓVENES

El «recambio generacional», además, es doble: desde el Plebiscito se ha evidenciado la entrada de un nuevo contingente de votantes que, hasta antes del estallido social, no solía interesarse en política ni en los procesos democráticos institucionales. La participación electoral de los jóvenes también está inclinando la balanza.

Según datos publicados en junio por el propio Servicio Electoral, en el Plebiscito de 2017 la participación de jóvenes de entre 18 y 19 años aumentó un 20% con respecto a la registrada en las elecciones de 2017. En el rango de 20 a 24 años, el aumento fue del 21%.

Para el Servel, se trató de un «efecto estallido». En las elecciones de mayo ya se notó una diferencia en el perfil de los elegidos: la edad promedio de los constituyentes electos fue de 44 años y entre los 13 alcaldes elegidos por el Frente Amplio la media fue de 34 años de edad.

Los votantes jóvenes, parecieran indicar los resultados, tienden a privilegiar también a los liderazgos jóvenes. Es un fenómeno que ha estudiado el doctor en Ciencia Política radicado en Italia, Kenneth Bunker. «Los jóvenes votan, de alguna forma, de manera distinta a los votantes viejos», explica.

Él lo analizó ya con los resultados de las elecciones de 2017 y cree que esta vez la teoría se refuerza. «Los jóvenes prefieren candidatos jóvenes y los votantes mayores prefieren tanto candidatos mayores como jóvenes en partes iguales. Ellos no diferencian, pero los jóvenes no quieren ‘los mismos de siempre'».

«Después del estallido entró mucha gente a votar, incluyendo segmentos de la población que antes no existían en las elecciones. El mejor ejemplo es La Pintana, que pasó de un 13% de participación en 2017 a un 31% en el Plebiscito«, dice.

En estas primarias, si bien el nivel volvió a reducirse, de igual forma llegó a un 17% en la comuna, lo que representa un aumento con respecto a las últimas presidenciales.

«Son personas que estaban absolutamente marginadas de la política y ahora vieron una oportunidad, y son en su mayoría jóvenes de clases vulnerables que han vivido los problemas de la modernización: dificultades para encontrar empleo, que viven en ciudades urbanas donde el arriendo es caro. Esas son las personas que entraron, y esos jóvenes rechazan la política institucional», concluye.

Los jóvenes, por partida doble, parecen estar tomando el protagonismo de la política chilena. (Emol)

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