En el fútbol y en la política, siempre hay un rival al frente, y siempre es de cuidado. Ignorarlo es de supina estupidez.
Por eso, de entrada, no resulta grosero ni grotesco que los analistas de Chile Vamos hayan armado varios escenarios posibles ante la eventual carencia de primarias entre los partidos que quisieran proyectar el legado de Bachelet.
Es el horror al vacío, una vez más: «si ellos no están, entonces mejor que nosotros tampoco estemos».
Pero lo que los calculadores de siempre, lo que los equilibristas electorales del piñerismo debieran considerar -si algo así fuera posible en individuos tan pragmáticos- es que en primer lugar hay que sopesar las consecuencias que puede tener en el propio sector no cumplir con el compromiso anunciado y programado.
Si fuera cierto que en política todo tiene que ver con la conciencia -y lo es, porque de personas y para personas se trata-, entonces los primeros que resultarían muy dañados son todos los que han cacareado por meses que Chile Vamos va a demostrar su solidez con primarias abiertas y competitivas, a las que han invitado a participar a la totalidad de sus posibles candidatos. Pero ¿y si no se hacen las primarias? Entonces todos sus promotores debieran pedir que se los trague la tierra, aunque más de alguno, con su conciencia cauterizada, saldría a dar alambicadas explicaciones; y sus asesores lo felicitarían.
El daño se extendería después a los tres precandidatos que han aceptado participar en esa instancia. ¿Qué pasaría si dos -y así está sucediendo- insistiesen en que quieren competir en primarias, mientras el favorito prefiriese no hacerlo y escogiese llevar la confrontación a la primera vuelta? Cualquiera podría concluir que el único perjudicado sería quien se obstinase en evitar las primarias -eventualmente Piñera, mal aconsejado- y que los únicos beneficiados serían sus contendores.
Pero eso no es así: los otros dos saldrían también muy dañados. Uno de ellos, porque al presentarse en primera vuelta, tensionaría fuertemente al partido al que perteneció hasta hace poco, RN, y aunque después de su derrota seguiría siendo senador, difícilmente podría recomponer sus lealtades con los restantes parlamentarios de Renovación. Quedaría muy aislado. Más grave sería todavía el escenario para el otro candidato, el de Evópoli, porque al ser derrotado en esa primera vuelta, perdería su actual presencia en el Congreso.
Esas tres heridas en personas concretas, ¿no son acaso muy dignas de consideración?
Y todavía falta más: el pacto.
Pero no hacer primarias es volver a fojas cero.
Convencer a cientos de miles de electores que tres candidatos presidenciales con una lista común al Parlamento pueden remar en la misma dirección es casi imposible. Bueno, pero entonces que cada uno lleve su propia lista parlamentaria. Totalmente inviable: se le regalaría así el Congreso a la izquierda. Por eso, la única opción es que, después del 2 de julio, los derrotados en las primarias colaboren para conformar esa lista única al Congreso que para Chile Vamos es tan decisiva como la eventual presidencia.
¿Y el miedo a unas primarias falsificadas por la izquierda independiente? Qué poca seguridad en los propios votos, si es que ese argumento pesara finalmente.


