Por qué duele el caso Dávalos

Por qué duele el caso Dávalos

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El enriquecimiento rápido de la pareja Dávalos-Compagnon –“en una pasada”, como dicen los que saben de jerga especulativa– es un golpe al corazón de quienes creen que existe otra forma de convivencia entre los seres humanos, en la que no prima la ambición desatada, la competencia y el dinero fácil. Es un mazazo en la cabeza de quienes votaron por Michelle Bachelet para que liderara una transformación política, económica y social destinada a construir un país más justo y equitativo. Los Dávalos-Compagnon representan precisamente aquello que la Presidenta prometió suprimir de la sociedad chilena.

Más allá del contenido de sus declaraciones, la primera aparición de Michelle Bachelet después del escándalo Dávalos dejó en claro que sufrió un remezón hasta lo más profundo. Y es que no fue sólo ella, fueron miles los chilenos que –una vez más– se sintieron engañados y frustrados. Porque este caso excede el financiamiento de la política o la relación entre política y negocios.

Esos 2.500 millones de pesos que ganaron en unas cuantas semanas constituyen una cifra imposible de soñar para el 95 por ciento de los chilenos. Una persona que gana dos millones al mes (es decir, un excelente sueldo) tendría que trabajar más de cien años para recibir esa cifra, ¡no para ahorrarla en su cuenta bancaria! Cuesta imaginar cómo puede disminuirse la brecha de la desigualdad cuando algunos obtienen esas cifran en un abrir y cerrar de ojos, mientras la inmensa mayoría de los trabajadores termina su vida laboral con pensiones que no alcanzan para llegar a fin de mes.

¿Qué méritos tiene esta pareja para conseguir una ganancia de tal magnitud? No se les conoce una trayectoria relevante en lo profesional, ni en lo empresarial, ni en lo académico. Como lo señaló esta semana el Premio Nobel de Economía, Paul Krugman, en su columna de The New York Times: “El incremento de la desigualdad no se debe a la educación sino al poder”. Por cierto, Krugman no desprecia la educación, pero –tal como queda en evidencia en este caso– advierte que en materia de desigualdad, más que los grados y títulos, la clave está en el poder para influir en la toma de decisiones.

Esto no fue un emprendimiento en el que una idea genial, a lo Bill Gates o Steve Jobs, se convierte en una mina de oro. Tampoco se trató de una importante inversión que dio trabajo a otros, construyó una obra provechosa y, finalmente, entregó sus frutos a quienes arriesgaron su capital. En esta operación sólo hubo préstamos y recaudación impropios, sean o no legales.

Más aún, los negocios de esta naturaleza son los que crean las llamadas “burbujas” inmobiliarias. Son los que van subiendo los precios que finalmente obligan a los compradores de una vivienda de clase media a endeudarse en cifras astronómicas que pagan durante toda la vida. Transacciones como estas son las que han tenido a la economía mundial al borde del precipicio. En septiembre de 2008, ante la Asamblea General de Naciones Unidas, Michelle Bachelet sostenía al respecto que: “La codicia y la irresponsabilidad de unos pocos, unidas a la desidia política de otros tantos, han arrastrado al mundo a una situación de gran incertidumbre”. No cabe duda que ella no comparte estas acciones.

Y lo reiteró en sus declaraciones del lunes pasado al señalar que su Gobierno “no tiene un discurso de igualdad sino una práctica de trabajar por la igualdad de oportunidades”, para luego detallar las reformas que está llevando adelante en esa dirección. Sostuvo que, como Presidenta, su compromiso “es con el anhelo de las grandes mayorías, de vivir en un país donde no existan privilegios, en que las oportunidades estén disponibles para todos por igual, y que la ley la respetemos todos”.

¡Qué difícil debe haber sido pronunciar estas palabras en medio de un escándalo marcado por el beneficio impúdico de ventajas que sólo se le concedieron a su hijo por tener esa condición!

Sin duda la Presidenta ha vivido momentos “difíciles y dolorosos”, como ella misma lo expresó. Y es que el caso Dávalos apunta también a la distancia y la incomprensión de su hijo hacia su rol como Presidenta de la República y –quizás más triste todavía– hacia su trayectoria política y profesional, su historia personal y el sufrimiento familiar producto de sus convicciones.

Vendrán meses duros para Michelle Bachelet. Como Presidenta tendrá que encarar el desencanto y el enojo de su pueblo para tratar de recuperar su credibilidad y popularidad. Probablemente no bastará con la reforma educacional, habrá que encarar con decisión los desequilibrios de poder. Como madre…, imposible saber cuán delicada y compleja es la vida puertas adentro.(El Mostrador)

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