Populista ultraliberal

Populista ultraliberal

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Hay titulares que tildan a Javier Milei de “populista ultraliberal”. Las dos palabras son escurridizas. Se han escrito libros enteros tratando de definirlas; y ambas significan distintas cosas para distintos usuarios. Lo inusual es que se vean juntas, porque para muchos la una es la antítesis de la otra. ¿Cómo llega Milei entonces a representar lo que parece ser un oxímoron?

No hay duda de que muchas de sus ideas provienen de fuentes liberales. Pero con él adquieren un sabor populista por el aire de magia poco liberal que les da. Ideas complejas que presenta como ideas seductoramente simples que solucionarían los problemas complejos de su país. Ideas que por cierto él dice va a plebiscitar si el Congreso no las aprueba: otro clásico del populismo. Ideas que Milei comunica con una retórica encendida que también parece populista, sobre todo porque está dirigida a denostar a enemigos, como si compartiera con Carl Schmitt o Ernesto Laclau (pensadores profundamente antiliberales) la noción de que la política es conflicto, cuando no guerra.

Ahora bien, con esta retórica “populista”, en apariencia iliberal, Milei ha logrado que, por primera vez en casi un siglo, jóvenes argentinos crean que el mercado y el capitalismo son cool. También ha conseguido despertar adhesiones de gente muy modesta, gente que entendió que el peronismo es para sus caciques y no para ellos.

Tal vez la gran contradicción que representa Milei esté en la disociación que se va dando en la política actual entre estilo y contenido. Cada vez más los políticos no tienen empacho en usar el estilo de sus adversarios ideológicos para promover sus ideas. Es así como el estilo de Milei se parece en muchas cosas al de nuestro estallido, o al del Frente Amplio en su carrera hacia el poder, o al de Podemos en España en sus inicios. Un ejemplo: las denuncias constantes contra las élites, o la “casta”, el apelativo favorito de Milei que tanto usaba Pablo Iglesias. O las imágenes simplificadoras, no exentas de soterrada violencia, como la “motosierra” con que Milei cercenaría el Estado. Imágenes que funcionan perfecto en Tik Tok y que levantan el ánimo porque apuntan a una Argentina redimida. Finalmente, el aire de juventud despeinada, aire de rockstar juvenil. Milei tiene 16 años más que el Presidente Boric, pero logra en sus huestes un efecto parecido.

Hay dos cosas que preocupan.

Primero, la eficacia de las recetas en oferta. ¿Las certezas económicas de Milei van de verdad a mejorar las cosas? ¿Se necesita en Argentina una liberalización tan constructivista (valga otra contradicción) en vez de ajustes más graduales y seguros? ¿Serían las recetas que ocupa Milei tanto más eficaces que las del Frente Amplio antes de llegar al poder? Por cierto, estas últimas —proteccionismo, política industrial, control estatal— tienen alarmantes similitudes con las que han llevado a Argentina a la ruina.

El segundo problema: ¿los votantes, sobre todo los jóvenes, se enamoran finalmente de las ideas o del estilo? Si algunos jóvenes ya se han desilusionado con el rockstar Boric, ¿no ocurrirá lo mismo con el rockstar Milei? A nadie, sean los jóvenes o la gente humilde que apoya a Milei, le gusta que no se cumplan lo que ven como promesas, y de Milei emanan promesas de difícil realización. Finalmente, si la gente vota por un Boric o un Milei por rebeldía, para rechazar, decirle que no a la élite, se produce un problema cuando estos mismos se convierten en élite.

Entiendo que Milei les ha dicho a amigos cercanos que le da lo mismo no ganar si con sus actuaciones disruptivas logra mover el eje de la política argentina hacia el centro, si logra romper la hegemonía que ha ejercido el peronismo. Si es así, su contribución sería magnífica, y le ayudaría mucho a una Patricia Bullrich a gobernar. Pero eso puede ser una quimera, ya que Milei podría ganar hasta en primera vuelta. Si eso ocurre, esperemos que esté Bullrich a su lado, y que ella pueda aterrizar algunos de sus impulsos más extremos. (El Mercurio)

David Gallagher