Populismos

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La alta votación de Jair Bolsonaro es una expresión elocuente de los problemas sociales, económicos y políticos de Brasil. Y de los muchos fracasos, renuncios y debilidades de las fuerzas políticas democráticas, de centroizquierda y centroderecha, que debiendo haber ofrecido respuesta eficaz y oportuna a algunos de esos desafíos, no lo han hecho.

Aquí no caben eufemismos ni atenuantes. El historial discursivo de Bolsonaro, sexismo, racismo, homofobia y desprecio por los derechos humanos, es moralmente indignante. Sus propuestas son livianas algunas, extremas otras (es muy instructivo que tanto José Antonio Kast como Manuel José Ossandón se hayan subido públicamente a esa micro). Ahora bien, y esa debiera ser una pregunta central a hacernos, ¿qué llevó a 49 millones de brasileños a darle su voto?

Los analistas coinciden en apuntar a dos factores principales: la delincuencia desatada y la corrupción extendida. Pues bien, y si esas eran las preocupaciones centrales del pueblo brasileño: ¿por qué no hubo margen para propuestas sensatas? ¿Por qué no convencieron los partidarios de los cambios realistas y respetuosos de los derechos humanos?

Vistas así las cosas, y junto con ejercer la crítica a las ideas de Bolsonaro, tiendo a pensar que debiesen dedicarse tiempo y energía a comprender la cierta incapacidad de los políticos reformistas o progresistas cuando deben competir con populistas como él.

Intelectuales progresistas, filósofos liberales, empresarios, cuadros tecnocráticos y líderes de opinión, varios llevan (…llevamos) casi 20 años usando el sustantivo “populista” como una adjetivo descalificativo. Como el arma arrojadiza que lanzamos contra todo caudillo o aspirante a caudillo que promete más de lo que previsiblemente puede entregar. Se la usó y usa contra los Le Pen en Francia (padre e hija), contra la Liga y 5 Estrellas en Italia, contra Trump en Estados Unidos y, por supuesto, contra los líderes del socialismo bolivariano (Evo, Chávez, Correa, Maduro, etc.). Y ahora, Bolsonaro. La verdad sea dicha es que, tal como se la ha estado usando, la consigna antipopulista no parece estar teniendo resultados. No entre los que votan.

La equivocación de los “razonables” no consiste, por supuesto, en denunciar los peligros inherentes a la demagogia, el discurso intolerante y la irresponsabilidad fiscal. El error parece radicar en el hecho de no haber advertido suficientemente la radical pérdida de credibilidad de políticos y partidos “tradicionales”. Es la sensación de haber sido traicionados por sus representantes, la que explica que los ciudadanos ya no acepten sus explicaciones y presten oídos, en cambio, a unos “outsiders” a los que se les “perdona” todo tipo de barbaridades. No me parece justo ni lógico eludir la autocrítica por la vía de sugerir que el 40% o 50% de los ciudadanos está formado por mentecatos fácilmente engañables o por fascistas en potencia. A los que votaron el domingo recién pasado en Brasil hay que escucharlos. A todos. (La Tercera)

Patricio Zapata

 

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