Populismo K, este cuento se acabó

Populismo K, este cuento se acabó

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Tras 18 años en el poder, el kirchnerismo se acerca a su colapso. Su sentencia de muerte fue firmada en las últimas elecciones legislativas, donde tuvo una derrota tan estrepitosa, que, pese a los múltiples subterfugios para edulcorarla, tiene efectos terminales indisimulables. Jorge Lanata describió el momento como el tránsito de “derrota épica a triunfo sicótico”. Será una agonía lenta, cubriendo un lapso desde este calamitoso 2021 hasta el 2023, fecha de las presidenciales. Un verdadero melodrama.

Difícilmente no sea así. Por un lado, el kirchnerismo es una especie de microcosmos con ejemplares que recuerdan a los más exuberantes caudillos de la provincia argentina del siglo 19. Por otro, su gran centro de gravitación -vanidad de vanidades- es, en este final de ciclo, una mujer que ve la política como Godard veía el cine: “un arte de la cosmética donde todos los medios se ponen a disposición de la estrella”.

Mirado desde el punto de vista político, el fin del kirchnerismo no significará en todo caso la desaparición de todo el peronismo. Lo que se derrumba es su variante más reciente, la más ideologizada, cuyo ascenso fue fugaz debido a la conjunción de circunstancias fortuitas; algo relativamente frecuente en política.

La primera fue de carácter interno, al no ponerse de acuerdo los caciques peronistas de la época, en ese caótico 2001, y terminaron depositando su confianza en esa especie de primus inter pares, el bonaerense Eduardo Duhalde, para reponer el diálogo. Pensando en convertirse en un kingmaker, Duhalde optó por Néstor Kirchner, un abogado que ejercía la gobernación de una provincia algo apartada del sur y aparentemente sin grandes ambiciones. Craso error de cálculo.

Instalado en la Casa Rosada, y en cosa de semanas, Kirchner mostró una insospechada habilidad para tejer nuevas redes de poder. Aliado a un tecnócrata como Roberto Lavagna, estabilizó la situación económica, y en el plano externo apareció una nueva circunstancia fortuita, Hugo Chávez. Este, rodeado de un aura irresistible por un precio del barril de crudo a US$ 120 y más, se mostró generoso en extremo con su nuevo aliado. En Brasil ya estaba Lula, luego llegaron Evo Morales, Rafael Correa y otros, armando velozmente un bloque de gobiernos populistas en torno a UNASUR.

Aunque carente de la verborrea de Chávez, Néstor armó un relato anti-militarista con sostén en múltiples polos de la antigua izquierda argentina, partiendo por los sindicatos y las organizaciones de DDHH. Degradó el diálogo con los militares y se olvidó de nuevas inversiones en ese ámbito.

Luego, aceptó numerosas incrustaciones comunistas, las cuales fueron paulatinamente hegemonizando esta nueva cara del peronismo. De igual modo, no le fue difícil acoplar antiquísimos sentimientos antiestadounidenses anidados en la sociedad argentina para enfrentar las dificultades con la banca internacional acreedora. Poco a poco, el anti-neoliberalismo pasó a ser un rasgo distintivo de esta nueva faceta del peronismo.

Sin embargo, sería durante el mandato de su esposa cuando los K se terminarían acercando a Cuba. Fueron los años de mayor esplendor. Cristina no sólo poseía un instinto muy desarrollado por el poder, sino que comprendió que debía darle un sello diferenciador a su mandato. A la vanitas personal agregó una desmesura pocas veces vista, donde la única condición era no abandonar una lealtad categórica. Proliferaron caciques, mini-caciques y alteradores del orden público (piqueteros) a lo ancho y largo del país, armados de discursos con una buena carga ideológica. Y fue más lejos aún. Inspirada en los Castro, trató de crear una narrativa que le permitiera a los K proyectarse en el tiempo.

En esa lógica, decidió ornamentar el sector de la Casa Rosada conocido como Galería de los Patriotas con una bizarra iconografía de la gauche latinoamericaine. Cuarenta cuadros y dibujos de Guevara, Allende, Sandino, Tupac Amaru, del militante montonero Roberto Walsh, y desde luego de “Él”, como solía llamar a su marido. En un arranque de excesos incluyó ahí al propio Perón, pese a haber sido un pragmático sin simpatías por los regímenes de izquierda (su periplo en busca de refugio terminó en la España de Franco es ilustrativo). Lo hizo porque necesitaba un ancla con las ilusiones nacionales. Fue una escenografía destinada a ensalzar a estas figuras revolucionarias como ángeles protectores de la pureza de su nueva fe.

La expresidenta también organizó en el palacio presidencial encuentros con militantes de base, bajo el precepto que el pueblo K se había tomado el poder. Luego, para que no hubiese espacio a la duda de sus nuevos compromisos, apenas su hija Florencia se vio tensionada por dificultades judiciales, confió en médicos cubanos el restablecimiento de su salud.

Pese a la paliza electoral de los K, le sobrevivirá el resto del peronismo, dado que su vitalidad se entrelaza precisamente con su enorme heterogeneidad. Sus puestos de comando han sido ocupados por grupos muy distintos. Desde los Rodríguez Saa en San Luis o Gildo Insfrán en Formosa (quienes manejan sus provincias como haciendas del siglo 19), hasta sectores modernizadores, como lo fueron Menem y su ministro de Economía Domingo Cavallo, pasando por expresiones provinciales de gran raigambre como lo fueron De la Sota en Córdoba o el propio Duhalde en la provincia de Buenos Aires, e incluso figuras muy dialogantes como Sergio Massa.

Lo que se difumina es esa maraña de grupos desenfrenadamente populistas, oscilantes entre la marginalidad (y el lumpen, diría algún conocedor de sus profundidades) y muy ideologizados. La mayoría fueron retratados fantásticamente por la pluma de N. Wiñazki.

El motivo de tan lúgubre perspectiva radica en que, tras el fiasco electoral, quedó en evidencia que ninguno de los grupos K tiene un proyecto ni grandes figuras capaces de convocar a una re-lectura del desastre. Por eso, pese a que el escenario está lleno de divos, estrellas y criaturas míticas, ya no tienen respuesta a los desafíos. La verborrea parece insuficiente. Cayeron presos del corset ideológico. Los K fracasaron justo en ese ámbito donde el comunismo manifestó una inoperancia colosal, la economía.

En la agonía se distinguirán grupúsculos menores, como Soberanxs formado por Amado Boudou, aquel DJ que Cristina seleccionó alguna vez como su más cercano colaborador y terminó enredado en causas judiciales muy poco dignas del cargo de vicepresidente ostentado durante el esplendor del cristinato. Quizás, también el hijo del matrimonio, Máximo, encabece algún otro grupo heredero de La Cámpora, ese gran pilar del poder K.

En algunos años más, cuando se mire en retrospectiva, se concluirá que quizás el kirchnerismo no fue otra cosa que un inventario de meras ficciones y el resultado de políticos extremadamente osados. (El Líbero)

Iván Witker

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