A poco más de 72 horas de la elección presidencial de los Estados Unidos, cuesta pensar en otra cosa.
Esta es la elección más decisiva en la historia de la democracia. Su desenlace podría decidir el futuro de la seguridad, desarrollo y libertades de la civilización occidental.
Las encuestas anticipan ligeramente la victoria de Donald Trump el martes. Peor, anteriores encuestas, de las campañas de 2016 y 2020, subestimaron las preferencias a favor de tan polémico candidato.
También hay razones para la derrota de Kamala Harris, impuesta en la desesperación, sin haberse sometido a primarias, ante la evidente senilidad del Presidente Biden, resistente a renunciar a la reelección, siendo la única salida honorable ser reemplazado por su vicepresidenta, de oscuro desempeño en este cargo y en el anterior, como senadora.
El retorno de Trump sería una tragedia mundial. Quien tenga el poder de la primera potencia del mundo y su compromiso con las libertades y la democracia es determinante para la paz global y el desarrollo de los pueblos y naciones libres.
Ahora se trata de Trump 2.0, reforzado por la experiencia de cuatro años como Presidente. Confiado en su impunidad, no obstante escándalos en su vida privada y negocios, estar condenado por fraudes y transgresiones a la ley electoral, y sometido a otros tres procesos criminales, nada le ha impedido su candidatura. Favorecido de no poder ser juzgado por delitos en el ejercicio de su cargo debido a la inmunidad de jefe de Estado, reconocida por la Corte Suprema, tendrá más espacios para atentar contra el Estado de derecho y vengarse de amigos y enemigos que contradigan sus excesos. Grave para la seguridad y el progreso de EE.UU. y del mundo es la agenda aislacionista que promueve. Está convencido de que EE.UU. puede prescindir del resto del mundo y que el resto del mundo puede prescindir de EE.UU. Contrario a la cooperación y el multilateralismo, en su narcisismo, cree ser capaz, con su sola intervención y en días, de poner fin a la invasión rusa en Ucrania, a las guerras en el Medio Oriente, a las amenazas a la paz de Irán, China y Corea del Norte. Su proteccionismo y nacionalismo obstaculizan compartir los mercados, la ciencia, tecnología, cultura, producciones y servicios extranjeros.
En democracia está permitido votar por el candidato menos repugnante. En este caso, Kamala. También hay una realidad: la gestión económica determina las votaciones presidenciales y, en términos de empleo, crecimiento, inflación y varias otras variables, la economía norteamericana sobresale en el mundo y, bajo Biden y Harris, supera a la gestionada por Trump. Esas son esperanzas de victoria para la vicepresidenta. Ante la fatalidad de un triunfo de Trump, solo queda la confianza en la Constitución norteamericana y sus equilibrios de poder, que impedirían que él concretara sus excesos, sabiendo que no contará con mayoría en el Congreso. (El Mercurio)
Hernán Felipe Errázuriz