Parto inducido

Parto inducido

Compartir

No había más alternativa que la consumada ayer: la obvia y excesivamente dilatada salida de Cristián Riquelme de La Moneda. Las circunstancias para ello se habían ido conjugando desde hace meses; la presión política de todos los sectores era insostenible, y el ‘golpe de gracia’ lo dieron los últimos antecedes revelados por Ciper-Chile, donde se acreditaban negocios entre empresas creadas por el ahora ex administrador de Palacio y diversas reparticiones públicas.

Lo que queda sin embargo en el aire son las interrogantes políticas que rodean este caso; los factores que recubren la decisión presidencial de prologar hasta el límite de una crisis, una situación que pudo resolverse de otro modo y en mejores plazos. Las dudas sobre la necesidad de mantener in extremis a Riquelme en su puesto y pagar costos políticos excesivamente altos, es decir, las motivaciones que explican el actuar de la presidenta; y también, las preguntas que este caso repone sobre la capacidad de su entorno y el equipo político para poder anticipar un desenlace a todas luces previsible. Por qué La Moneda llegó a exponerse a este desgaste innecesario sin que nadie pudiera provocar a tiempo una inflexión lógica, es algo que sin duda denota problemas de conducción que perviven en el corazón del gobierno.

‘Un parto inducido’, como bien lo definió el ministro Burgos, pero que estaba ya sentenciado hacía largas semanas, sin que nadie lograra tomar las decisiones obvias para que los daños fueran menores. Ese es, al final del día, el verdadero problema, que lamentablemente para el Ejecutivo no concluye con la renuncia de Cristián Riquelme a su cargo. En estos casi dos años de gestión, han sido demasiados los ‘errores no forzados’, la seguidilla de autogoles en materia política, como para continuar apostando a un diseño que tiene encapsulada la toma de decisiones en un enigmático ‘segundo piso’, que no responde al necesario control de un equipo político compuesto por ministros de indudable experiencia en estas lides.

La lección que deja este penoso capítulo es simple pero a la vez compleja. Hay un diseño de conducción política que finalmente hizo agua; estas coyunturas deben pasar por el análisis y la deliberación de la presidenta de la República y de sus ministros políticos. Ellos son los encargados de anticipar y, si no es posible, corregir cuando todavía hay tiempo para evitar estos costos excesivos. Eso es precisamente lo que en este y en otros caso no ha ocurrido.

La salida de Cristián Riquelme descomprime por ahora la tensión generada en torno a su continuidad en el cargo, pero es indispensable tener en cuenta que el problema no termina aquí: él fue en esta ocasión el síntoma de un problema que el gobierno viene repitiendo desde el primer día y que ningún ‘cónclave’ ha podido arreglar: un entramado de complicidades, desconfianzas y lealtades mal entendidas, donde el peso de la política ha terminado brillando por su ausencia.

Dejar una respuesta