En medio de tantos y tan graves focos bélicos registrados en el mundo estos últimos meses, un hecho bastante simbólico de la degradación democrática que vive América Latina tuvo un paso fugaz por el escenario global. Ocurrió en México, donde, siguiendo una iniciativa del ex Presidente Andrés Manuel López Obrador, la jefa de Estado sometió a votación popular la conformación del Poder Judicial. 2681 cargos en un ejercicio inédito. Tal cual suena.
Hay quienes ven en esto una especie de dialecto del archi-conocido populismo mexicano. Es posible. Pero parece necesario escarbar algo más.
¿Representará esta reforma, como muchos sugieren, el avance hacia un régimen totalitario de nuevo cuño? ¿O es simplemente una movida de humor negro, un arrebato demagógico, tan propio del expresidente AMLO? ¿O habrá que verlo como un signo más de la desmesura visual tan presente en la realidad política mexicana?
Delinear respuestas convincentes es difícil. Hay de todo un poco. Una cosa sí es irrefutable, se perciben fuertes pulsiones anti-democráticas.
Pero claro, no debe olvidarse que la política mexicana parece estar siempre urdiendo actos destinados a demostrar que la realidad supera a la ficción. Políticos que desaparecen por arte de magia, balaceras impactantemente sangrientas, truculentas historias de amores y traiciones, giros estrambóticos. El listado es interminable.
Imposible no recordar, por enésima vez, ese fantástico y siempre recurrente micro-cuento de Augusto Monterroso sobre el dinosaurio. Es como si sus dioses le insistiesen en no dejar en el olvido ese animal inextinguible.
Lo problemático es que México es un país con poderoso ascendiente sobre el resto de América Latina, donde el terreno es fértil a la hora de copiar desmesuras y arrebatos anti-democráticos. No pasa un mes sin que un país latinoamericano no ofrezca deslices tan peligrosos como grotescos.
Con frecuencia aparecen autócratas vociferando contra las instituciones. Otro día emerge un dirigente tratando de explicar sus formas burdas para eludir las leyes y la Constitución y reelegirse. O bien, ejemplos desopilantes, como la entronización de matrimonios en calidad de co-presidentes de la República. Hace algunos años se vio en un país cercano una vorágine de jefes de Gobierno entrando y saliendo del sillón presidencial imposibilitados de poner orden. Todo un récord mundial. Y, por cierto, abundan los acusados de las cosas más disparatadas. Por eso, la ocurrente reforma judicial mexicana no es un asunto menor.
Las preguntas señaladas refuerzan el pesimismo distópico sobre la calidad de la democracia. Estamos asistiendo a la captura del Estado por parte de un partido. Y todo en nombre de una “profundización de la democracia”. Ahí anida la tentación.
Y es que en los últimos años se ha popularizado en América Latina una especie de dictum absurdo y estrafalario, asegurando que “los problemas de una democracia se solucionan con más democracia”. AMLO y su sucesora lo reiteran hasta la majadería. En su caso, los problemas de la Justicia se “solucionan” llamando a elección popular de jueces y magistrados. “Así, estamos profundizando nuestra democracia”, dijo con orgullo Sheinbaum hace algunos días.
De tan peregrina idea a abrazar nuevas tentaciones hay un pequeño paso. Total, la democracia se puede profundizar ad infinitum. Los soldados podrían elegir a sus oficiales y los feligreses a sus obispos. Hasta se podrían re-inventar las minucias de la vida familiar con esa lógica tan extrema.
Federico Fellini alertó de manera magistral que, para lo grotesco y caricaturesco, no hay límites.
Visto con lupa de la teoría política, la maniobra de MORENA, la colectividad que lidera esta reforma, se corresponde con el propósito de poner en práctica el concepto de partido-Estado.
Pero, como se sabe, ya han caído en desuso varias versiones del totalitarismo (stalinismo, nazismo, pol potismo, castrismo, maoísmo y otras). Ante eso, AMLO y Sheinbaum resolvieron aplicar creatividad. Se les ocurrió que, en vez de establecer un dominio inmediato y absoluto de las instituciones del Estado (ideas subyacentes en las versiones desfasadas del totalitarismo), la idea ahora es irlas capturando.
La versión histórica por antonomasia es la del partido bolchevique en la Unión Soviética. Allí se implantó de golpe el dominio sobre las FF.AA., la política exterior, el Legislativo y la Justicia. Se dejaron a un lado ciertos sectores de la economía, pero por muy breve tiempo. Gorbachov comprendió que tal cocktail estatizante discrepaba con la idea de la democracia liberal y decidió acabar con tal dependencia. El problema que tuvo es que el país se terminó desintegrando.
Otras versiones históricas se corresponden con el Partido del Congreso en la India, el Partido del Congreso Nacional Africano en Sudáfrica y otros similares en países africanos. Todos esos fueron (son) Partido-Estado muy particulares. Debían servir de soporte en la generación de nuevas estructuras de gobierno. Incluso en Cuba, la creación del Partido Comunista le tomó años a Fidel Castro, pues el original estaba inserto en la democracia burguesa (el cual, aunque muchos quieren ignorar, tuvo dos ministros con Batista entre 1942 y 1944). Los Castros prefirieron gobernar inicialmente (y de forma menos jerarquizada) con su Movimiento 26 de Julio.
En síntesis, el capricho -o frío cálculo de AMLO- fue transformar su partido, MORENA, en un ente todopoderoso, siguiendo un camino propio. Amalgamador. La meta ha sido ir capturando de forma paulatina los tres poderes del Estado y sumarlos al control de las alcaldías y gobernaciones.
Al terminar todo en una amalgama, resulta difícil adivinar las consecuencias finales de la operación. México no está en Africa y está muy inserto en la economía mundial; vecino de EE.UU. Por eso, las críticas apuntan, por ahora, a ciertas cuestiones más inmediatas.
Por un lado, hacia los efectos político-estructurales de la maniobra, pues se perderá esa esencial formalidad de la separación de poderes. Por otro, en ambientes opositores y en redes sociales se critica algo que parece obvio, la inevitable politización de un poder del Estado. Junto a ello, se han hecho audibles críticas igualmente graves, como el surgimiento de candidatos que eran, o habían sido, defensores de narcotraficantes. Entre otros, una abogada del “Chapo” Guzmán. Los reporteros que cubrieron las elecciones advirtieron que en la biografía presentada por esa peculiar candidata se omitió el nombre de tan distinguido cliente.
Luego, desde el punto de vista de las relaciones exteriores de México, hay quienes advierten sobre el impacto en el T-MEC. Ese tratado de libre comercio, que México ha firmado con sus vecinos del norte, exige la existencia de tribunales independientes para la resolución de controversias laborales. El próximo año corresponde revisar el tratado comercial y podría haber sorpresas.
En la mejor línea del populismo latinoamericano, AMLO y Sheinbaum inscriben este grandilocuente proyecto en lo que denominan Cuarta Transformación. Es decir, después de la Independencia, la Reforma del siglo 19 y de la Revolución de inicios del siglo 20.
Por ahora, la maniobra ha dado a luz a un Partido-Estado. Hay allí ahora un enorme dinosaurio, diría Monterroso. (El Líbero)
Iván Witker



