En efecto, tanto el desafío sanitario como el de procurar el sustento de miles de millones de personas —preservando de paso el delicado equilibrio que es necesario mantener entre ambos— requieren ser abordados con el caudal del conocimiento científico acumulado, y luego, apoyado en este, reclutar lo mejor del ingenio humano y apelar a esa porción de su repertorio emocional que induce a la colaboración, para combatir la pandemia.
Así, la ciencia y la tecnología proveyeron los modelos matemáticos de propagación del virus, y, a partir de los datos que se recolectan, la estimación diaria de los ajustes paramétricos necesarios para mejorarlos; asimismo, la tecnología permitió secuenciar en días el genoma del virus, y a partir de este, los marcadores biológicos para los kits de testeo de alta sensibilidad y de rapidísimos resultados que se requieren; ha potenciado la telemedicina, para que el médico reciba en tiempo real los datos de un equipo diagnóstico que el paciente se autoaplica, preservando el distanciamiento social; también, el desarrollo digital ha permitido desplegar aplicaciones que geolocalizan innominadamente a las personas contagiadas y envían mensajes de texto a quienes entren en contacto con ellas, aislando solo a aquellos que se requiere, minimizando así el impacto sobre el bienestar del resto; además, una multitud de científicos y tecnólogos está trabajando en paralelo en múltiples laboratorios y en diversas partes del mundo, compartiendo información y resultados para sintetizar drogas que sanen a los contagiados y vacunas que prevengan el contagio ante la aparición de nuevos brotes.
Pero para que todo ese esfuerzo dé frutos, y la humanidad pueda dominar esta pandemia —y las que, seguramente, vendrán a futuro— se necesita, adicionalmente, de sistemas productivos ágiles y eficientes, que implementen las aplicaciones digitales, que fabriquen los kits de testeo y las eventuales drogas y vacunas que la ciencia, la tecnología y la innovación descubran, y que luego las distribuyan con diligencia a los sistemas de salud. Todo ello precisa un Estado que provea a sus ciudadanos de un entramado institucional y relacional, que induzca a la ciencia, la tecnología, la innovación y el emprendimiento a concatenarse virtuosamente, de maneras intrincadas y no lineales. Es lo que se conoce como un “ecosistema”. Mediante ese ecosistema los países modernos se incorporan a la “sociedad del conocimiento”, sin la cual no es posible combatir exitosamente pandemias como la desatada por el virus SARS-COV-2.
Pero, además, este ecosistema es el que permite crear la riqueza que el mundo contemporáneo requiere para satisfacer las crecientes necesidades de las personas y de paso hacer frente a la complejidad del siglo XXI, que incluye desafíos globales como el cambio climático.
Esta pandemia ha puesto de relieve que es el conocimiento, adecuadamente inserto en la sociedad, la piedra angular que sustenta la vida humana sobre el planeta. Nuestro país no puede permanecer ajeno a este, como un mero espectador de su desarrollo. Por el contrario, requiere ser un activo participante de la “sociedad del conocimiento”. Sus frutos solo se obtienen si se crea e intercambia conocimiento científico, si se es capaz de aplicarlo tecnológicamente, si se promueve la suficiente innovación para crear valor a partir de ellos, y si se fomenta el espíritu emprendedor que implemente lo anterior productivamente.
Este es un desafío que debe estar presente en la reflexión que el país está haciendo respecto de su futuro.
Álvaro Fischer Abeliuk
Presidente del Consejo Nacional de Innovación



