Después de un año en pandemia, 2 millones de personas han fallecido por su causa y más de 100 millones han sido empujadas a la extrema pobreza. Y algunos de sus efectos económicos podrían extenderse más allá de las vacunas, por ejemplo, mediante una reducción promedio del 25% en el sueldo acumulado para la generación que hoy inicia su vida laboral, y una mayor prevalencia de enfermedades mentales, con incrementos de las tasas de suicidio y alcoholismo.
Pero estas consecuencias no golpean con la misma intensidad a todos. Países tan distintos como China, Corea del Sur, Dinamarca, Finlandia, Japón y Noruega han logrado manejar la crisis con mayor éxito, mitigando sus efectos sanitarios y económicos.
Una explicación posible es que estos países comparten niveles de confianza interpersonales e institucionales mayores que el resto. De hecho, en todos ellos la mitad o más consideran que la mayoría es confiable. En cambio, en Brasil solo 6,2% lo piensa; y en Chile, España y Francia, un 17%, 28% y 22% lo hace, respectivamente.
La confianza importa porque permite que un gobierno implemente políticas con menos recursos, debido a que los ciudadanos aceptan más sus consejos y respetan más las normas vigentes. Esto ayuda a ensayar distintas medidas, ajustándolas oportunamente cuando no generan los resultados esperados. Si la desconfianza predomina, sin embargo, los ciudadanos cuestionan en exceso y se rebelan ante las decisiones adoptadas por la autoridad central. Japón es un buen ejemplo de lo primero, logrando aplicar menos testeos y confinamientos masivos, pero con recomendaciones paliativas respetadas por los ciudadanos, como el uso de mascarillas, distanciamiento social y reuniones muy pequeñas. Brasil y España ilustran lo segundo.
Así, en lo inmediato, mientras se implementa el proceso masivo de inoculación en Chile, se debería fortalecer la confianza. Para ello, la autoridad debe actuar con cautela, ciñéndose estrictamente a la evidencia científica y promoviendo solo aquellas medidas que puedan ser aplicadas con certeza. En cambio, políticas extremas, como los confinamientos indiscriminados, que enferman en exceso a la economía y sacrifican irremediablemente la educación de los niños, además de forzar distanciamiento social que dificulta la reconexión con los demás —clave para superar el trauma—, tienden a debilitar la cohesión social.
Para lo que venga después, también la estrategia debería contemplar un trabajo incluso más ambicioso para fortalecer la confianza. Esta exige reconstruir la economía, partiendo por los grupos más afectados, como las mujeres —cuya participación laboral retrocedió al nivel de hace una década— y las pymes. Y asumir un proyecto que incluya reeditar la política de los acuerdos, que cimentó las décadas con mayor progreso social en nuestra historia; empezar, más allá del discurso, una profunda transformación del Estado tanto para mejorar la calidad de sus servicios como para reducir su captura regulatoria, la corrupción y la falta de meritocracia en el proceso de contrataciones y ascensos; impulsar una mayor competencia en todos los sectores; perfeccionar el mercado laboral, mediante el fomento de la capacitación y la flexibilidad, para complementar el trabajo y las nuevas tecnologías, y potenciar el seguro de cesantía y eliminar las indemnizaciones por años de servicio, reduciendo la jornada laboral, pero redefiniéndola mensualmente en vez de por semana, además de contar con salarios por hora; y un esfuerzo coordinado entre el sector público y los privados, al menos para la provisión de salud y educación de calidad, emulando a Europa.
Hasta aquí, hemos contrastado al Estado y al mercado; hemos permitido un debate en el que es habitual buscar la captura de las reformas para nuestro propio beneficio, transformando el objetivo público en privado; hemos optado por no profesionalizar nuestras instituciones, evitando mejorar la calidad de vida en sociedad. Y ahora, la pandemia nos recuerda, con la crudeza de una crisis humanitaria, que el desarrollo solo se alcanza si nos orientamos en pos de un objetivo común. Pero ello, sin confianza, no será posible.
Felipe Balmaceda
Economía – Universidad Diego Portales
Raphael Bergoeing
Ingeniería – Universidad De Chile



