Pandemia en Chile, la ‘estrategia inteligente’ sucumbe ante la realidad

Pandemia en Chile, la ‘estrategia inteligente’ sucumbe ante la realidad

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“La realidad es más extraña que la ficción. ¿Por qué? Porque la ficción es siempre apropiada, mientras que la realidad es sólo hechos y se limita a ocurrir, brutalmente, sin importarle su conveniencia para la gente o las cosas que la rodean”.

Aldous Huxley. Ficción y realidad

Los imponderables ocurren, a veces para bien y otras veces para complicarnos la vida. Una reciente noticia reveló que la OMS sospecha que los primeros casos de Covid-19 en España no fueron en enero o febrero, sino en diciembre, con la masiva llegada de extranjeros a la COP-25. La misma Cumbre Climática que no pudo hacerse en Chile por el estallido social y que España tuvo que improvisar con mucha voluntad aunque, lamentablemente, con magros resultados. Es paradójico que el mismo estallido social que atormentaba al gobierno chileno fuera probablemente la salvación de una crisis sanitaria temprana, con las devastadoras consecuencias que eso hubiese traído para el país.

La pandemia llegó a Chile en marzo, casi al unísono con su despliegue por el continente. Por esos días el gobierno insistió que hizo suficientes preparativos frente a la expansión de los contagios y anunciaba la inminente llegada de mil ventiladores. Un Ministro Mañalich, gratuitamente desafiante, declaraba que la  habilitación sanitaria de Espacio Riesco era solo una precaución, que probablemente no se llegaría a ocupar; que incluso estaba dispuesto a ser interpelado por el Congreso por el arriendo de ese centro de eventos, en circunstancias que nadie había planteado esa posibilidad. También se anunciaron compras médicas diversas, varias de las cuales nunca se concretaron, y se insistió que todo estaba predispuesto desde febrero, cuando la mayoría del gabinete se fue de vacaciones. En ningún momento se difundió cuál sería la estrategia para enfrentar la pandemia en sus distintas etapas, es más, cuando el Presidente hace pocas semanas llamó a la ‘nueva normalidad’ lo asimiló a una nueva fase, dando la apariencia de un plan perfectamente diseñado pero, a la luz de las improvisaciones, claramente inexistente.

Lo cierto es que, salvo contados países, la mayoría ha reaccionado frente a la pandemia con distintos grados de ensayo y error. En Europa, el inicio de la crisis del Covid-19 tuvo un manejo particularmente complejo, no sólo por la poca información sobre la evolución de la enfermedad y la efectividad de tratamientos, sino también porque la confiabilidad de los test rápidos y los de PCR no estaba totalmente resuelta; de hecho los test rápidos demostraron ser muy poco concluyentes. Tampoco había suficiente información sobre el comportamiento del virus y los daños que podía provocar en el organismo. La complejidad y cantidad de variables, sumadas a la urgencia sanitaria, efectivamente limitaron la aplicación de políticas públicas efectivas. Sin contar que la acción sobre la pandemia involucra inéditos cruces sectoriales, como logística, seguridad y economía.

Con esos antecedentes instalados en la discusión pública internacional no deja de ser sorprendente que el gobierno chileno tomara la pandemia como una oportunidad para correr en solitario y pensar que podría salir triunfante en algo que solo acarrea penuria y dolor. Al parecer el Covid-19 permitía al gobierno recuperar cierta iniciativa perdida por el estallido social, cosa que rápidamente habría dado lugar a una puesta en escena por mostrar posesión del control, o sea, duplicar la apuesta. Estos meses La Moneda se esmeró en transmitir que el modelamiento de los contagios tenía un correlato efectivo en la realidad a través de las cuarentenas parciales y que la mitigación de la enfermedad estaba teniendo un éxito descollante tanto en contagios como en un acotado número de decesos.

Como suele ocurrir en nuestro país las cosas se fisuran por alguna o muchas partes. Las cuarentenas dinámicas no tenían la misma efectividad en comunas socioeconómicas más vulnerables; ni siquiera el toque de queda ha sido suficientemente respetado; la cantidad de test y su cobertura ha estado en permanente cuestionamiento; la meseta de contagios que la autoridad quiso ubicar en unos trescientos casos diarios no tenía ningún fundamento; y hay serias sospechas que la cantidad oficial de muertos está subvalorada, esto por mencionar algunos factores. La estrategia inteligente se estrelló contra la realidad.

Es cierto que la ficción puede ser más benévola que los hechos, en especial si es una amenaza que empezamos a experimentar en carne propia y que se puede prolongar por meses o años. Pensar en algo no es lo mismo que vivirlo. Cuando le preguntaron al reconocido pintor Roberto Matta por su rutina diaria, declaraba que después de dibujar: “…camino durante una hora en el parque Luxemburgo. Es hermoso en la mañana cuando no hay nadie. Caminar te hace pensar de una manera diferente, porque tú piensas con todo el cuerpo. Yo le hago una crítica a los escritores, porque si caminando uno piensa con todo el cuerpo, ellos como piensan sentados, piensan con el poto”. En su desenfado habitual Matta planteaba la importancia de entender desde dónde estamos ubicados. La perspectiva de las cosas puede cambiar frente a experiencias duras, y no es que hasta aquí se pensara “con el poto”, lo que importa es que la sensibilidad personal y social de la pandemia evoluciona con ella, el virus marca el paso.

La pandemia nos obliga a pensar con todo el cuerpo, no admite espectadores. La enfermedad está presente en el riesgo de tocar el pomo de una puerta, un interruptor, las llaves de la casa o incluso usar dinero en efectivo, cualquier cosa se convierte en un ejercicio de atención permanente. También en la necesidad de sostener la casa, de enfrentar un trabajo precarizado, en la incertidumbre del futuro próximo y en la supervivencia. Todo esto se amplifica cuando los sistemas de salud no tienen más capacidad, los contagios aumentan, la economía doméstica no resiste y rescindir la libertad personal se vuelve una imposición y no un llamado de buena voluntad. El punto de inflexión es claro y conlleva sacrificios enormes.

Desde la perspectiva política, el supuesto control que exhibía el gobierno se hace insostenible. Cada vez es más difícil establecer relaciones de causa y efecto y darle un carácter “científico” a las medidas que se adoptan. El escritor Antoine  de Saint-Exupery, el mismo de El Principito, en sus libros de notas advertía que las relaciones causales aplicadas a la vida son una construcción subjetiva para explicar los hechos ocurridos, por eso “…tengo que llamar causa no a uno cualquiera de los elementos ligados al elemento en consideración, sino a aquél que ordena la mayor cantidad posible de elementos”. Las causas, al menos en política, son un balance y un factor ordenador de la realidad. El momento en que el Ministro Mañalich culpó a la irresponsabilidad de la gente por el aumento de contagios evidenció que el escenario era otro, que había cosas que el gobierno no controlaba. Como en la célebre novela Fuenteovejuna, los culpables del crimen somos todos y por lo tanto no lo es nadie. Ese es el fin del supuesto manejo inteligente de la crisis, de ahí en más viene el “acompañamiento” del proceso epidemiológico con cuarentenas totales y medidas más o menos a ciegas.

A veces la realidad debe ser conducida en lo que se puede y no pretender que se la ha dominado. Al minotauro no se le puede domesticar ni convencer, más bien se le evita o elimina. La pandemia nunca debió ser una apuesta de ganancia política porque en esencia se aproxima al nihilismo de Nietzsche, un lugar vacío, apenas un páramo desde donde revisar nuestros principios, sistemas de creencias y su falibilidad. Lejos de ser una oportunidad, esto es una aparatosa bofetada que hace presente que no todo es el interés del individuo, que más nos habría valido invertir en Salud y Ciencia, que el Estado es relevante cuando todo naufraga y que las fuerzas del mercado no son nada sin las personas. Es cierto que la pandemia, como diría Huxley, “se limita a ocurrir, brutalmente”, pero si queremos aprender de esta situación es necesario asumirla con mucha más humildad. En este sentido, no solo importa desde donde miramos esta crisis sino, finalmente, y acudiendo a otra expresión de Matta, que “….lo que se dice depende no del oído del que escucha sino de la fertilidad de la conciencia”. (Red NP)

Luis Marcó

 

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