Palabras

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A diario el Gobierno nos regala palabras: declaraciones van y declaraciones vienen. Estas, por lo general, contradicen los planteamientos tradicionales y fundamentales de las fuerzas oficialistas. Pero no acarrean actos que las reafirmen. Así planteadas las cosas, nadie sabe a qué atenerse. Detrás de las palabras no está el discurso original que dio forma y consistencia a estos grupos. A continuación de las palabras tampoco tenemos hechos que las refrenden. ¿Es el Gobierno solo una suma de palabras? Peor aún: con sus actos u omisiones, el Gobierno reafirma su discurso anterior, que fue repudiado por la mayoría en el plebiscito.

Los testimonios más salientes de estas contradicciones, y señalando solo algunos de los asuntos más notorios y publicitados últimamente, los constituyen las declaraciones sobre el terrorismo y la violencia, los discursos en favor del crecimiento económico y de la inversión, lo que se dice de la educación unido al enervamiento de la Ley Aula Segura, la pretensión de desconocer al Congreso a raíz del TPP11 mediante los tan mentados “protocolos anexos” y el ofrecimiento de pensiones maravillosas para un futuro lejano.

Todo pareciera indicar que con palabras quieren esconder medidas u omisiones profundamente contrarias al interés general de las personas y, por este camino, mitigar reacciones adversas que puedan afectar su control del poder. El mejor ejemplo del ocultamiento con palabras lo constituyen las referencias presidenciales al resultado del plebiscito: “un momento dialéctico”, como si fuera algo muy transitorio; “un traspié”, algo que no tiene importancia. Es decir, algo que nada significa ni compromete frente al país. Algo que nos deja como rebaño que, a lo más, podemos mugir si falta pasto.

Este recurso a las palabras viene del carácter de asambleístas estudiantiles de los miembros del Frente Amplio y figuras del comunismo. En dichos lugares, el palabrerío hipnotiza y configura la principal carta de poder: no se requieren actos que respalden ni tampoco asumir responsabilidad por lo que se dice y por el cómo se dice. Solo vale el efectismo, y la democracia no pasa de ser una máscara de verborrea para ocultar desmedidos afanes de poder.

Detrás de las palabras huecas se manifiesta la cultura de la transgresión. Al provenir de autoridades y de políticos de gobierno, ellas terminan erosionando en la conducta de las personas la base tácita y explícita que sustenta y encarna el orden y la tradición institucional. (El Mercurio)

Adolfo Ibáñez