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Secreto bancario-Gerardo Varela

El director de la Unidad de Análisis Financiero (UAF), Carlos Pavez, ha declarado que el secreto bancario es un obstáculo para la investigación de la evasión tributaria y del lavado de activos. El exdirector del SII Javier Etcheberry ha advertido sobre los riesgos de que los funcionarios públicos, sin autorización de un juez, puedan intervenir en nuestras cuentas bancarias. Esto es parte del debate sobre el “secreto bancario” que a decir verdad en Chile cada vez es menos secreto y ahora la izquierda quiere eliminar el último vestigio que queda —la autorización de un juez— so pretexto de perseguir a los criminales.

El señor Pavez tiene toda la razón, los derechos personales y los jueces son un obstáculo para cualquier investigación criminal. En democracia hay que trabajar más y mejor para pillar a los malos. Por eso la Gestapo, la CNI o la KGB eran tan eficaces persiguiendo a moros y cristianos, no tenían límites en lo que podían hacer en la persecución del delito. Todo sería más rápido y eficaz si la policía o el SII pudieran allanar mi casa para ver si tengo plata escondida bajo el colchón. Sería mucho más eficiente poder torturar a un prisionero para que declare rápido lo que sabe o confiese lo que hizo. Pero no es tan fácil, los jueces existen para asegurar que los avances civilizatorios que hemos conseguido las personas frente al poder del Estado sean debidamente resguardados.

Ya la república romana estableció un poder judicial independiente, la Carta Magna (1215) protegió el derecho de propiedad y limitó el poder del soberano para ser juez y parte, y la declaración de Virginia (1776) recogió esos conceptos y reconoció la inviolabilidad del hogar. Por eso en los países anglosajones se dice que todo propietario es un señor en su castillo y hasta el rey debe pedir permiso para entrar.

Hoy no es fácil abrir cuenta para los malos. Los bancos deben hacer una investigación previa respecto de cada nuevo cliente (KYC), deben informar a la UAF de cualquier operación sospechosa y el Estado tiene convenios de intercambios de información con otros países. Estuve seis meses dedicado a la política y quedé como PEP (Persona Expuesta Políticamente) de por vida, dando explicaciones a los bancos de lo que hago con mis finanzas. Hasta junio de este año y desde el año 2007, 67 veces se ha solicitado a un juez el levantamiento del secreto bancario y nunca se ha denegado. Sin embargo, la fiscalía o el SII de turno debieron en cada caso convencer al juez de las virtudes y legitimidad de su petición. ¿Se imagina si los mismos que calculan el precio de la luz, se van de vacaciones con licencia médica o les roban a los pobres con fundaciones truchas pudieran acceder a nuestra información privada?

El secreto bancario no es un privilegio de los bancos, es un derecho de las personas a su intimidad. Tenemos derecho a que el Gobierno no nos abra la correspondencia, ni nos hackee el mail o nos grabe las llamadas telefónicas. No debe olvidarse que los mismos mecanismos destinados a perseguir delincuentes les sirven a los gobiernos para perseguir a sus adversarios y lo peligroso es que en el Estado coexisten funcionarios profesionales con operadores políticos del gobierno de turno. El secreto bancario es consustancial a la democracia y al Estado de Derecho, ¿o usted cree que en Venezuela o en Rusia existe secreto bancario? Todo sistema de persecución penal tiene derecho a interferir con los derechos individuales de las personas, pero en democracia requiere orden judicial para hacerlo.

La izquierda es oportunista con los derechos: para los violentistas todo, para los contribuyentes nada. Me recuerda a un amigo brasileño que decía “para mis amigos tudo, para mis enemigos la ley”. Este desprecio por los derechos se repite como con el de propiedad. Acaba de pasar con las cuotas en directorios. Tengo un cliente que tiene solo hijas mujeres y ahora no podrá nombrarlas a todas directoras porque tendrá que incluir hombres. La diversidad que necesitan los directorios es de nacionalidades, profesiones y edades, no solo de sexo, pero eso lo debe decidir cada dueño. En la Ley de Presupuestos el Gobierno ha exigido que las universidades entreguen los sueldos que pagan a sus directivos. Esto busca aprovecharse políticamente de la información. La regla general siempre debe ser la privacidad y el derecho a la intimidad. Es la actividad pública la que exige transparencia, no la privada. Lo que cada persona hace con su vida y su patrimonio es privado y el gobierno de turno no tiene derecho a inmiscuirse sin autorización judicial. (El Mercurio)

Gerardo Varela

El impulso de Kaiser-Juan Ignacio Brito

Escenario electoral: alza de Kaiser estrecha lucha de derecha por balotaje

A solo tres semanas de la elección presidencial, el panorama para la primera vuelta se ha tornado más incierto debido al sostenido crecimiento en las encuestas del candidato del Partido Nacional Libertario (PNL), Johannes Kaiser. Este fenómeno ha provocado que la disputa interna en la derecha por conseguir un cupo en la segunda vuelta se estreche, capturando la atención de los comandos de la oposición.

Si bien el abanderado del Partido Republicano, José Antonio Kast, se mantiene en el segundo lugar de la mayoría de los sondeos, el último mes ha mostrado una tendencia a la baja en sus cifras, acortando su ventaja sobre los otros aspirantes del sector. Esta dinámica se hizo evidente ayer, cuando las alertas se encendieron en el entorno de la candidata de Chile Vamos, Evelyn Matthei (UDI), luego de que la encuesta Feedback situara a Kaiser superándola en el tercer lugar. Un escenario similar fue reportado por Black & White, que muestra a ambos en un empate técnico.

En contraste con la fragmentación de la derecha, la aspirante a La Moneda del oficialismo, Jeannette Jara (PC), se consolida en el primer lugar de las encuestas, distanciándose de sus contendores. Esta situación es observada con preocupación por algunos líderes de la oposición, como el presidente de la UDI, Guillermo Ramírez, quien alerta que el dominio de Jara incrementa sus posibilidades de ganar en segunda vuelta. (NP-Gemini-El Mercurio)

La vuelta de los conservadores

A nadie le extraña que el oro haya subido de precio en estos tiempos turbulentos. Cuando no se puede confiar en los gobiernos, e incluso los bancos centrales de casi todo el mundo han dado muestras de irresponsabilidad, es muy explicable que las personas busquen los medios más seguros para proteger el fruto de su trabajo.

Algo parecido sucede en el campo político. Si recordamos la borrachera intelectual que afectaba a los chilenos cinco años atrás, la nueva sensibilidad que observamos marca un notable punto de contraste. El cambio ha sido muy rápido. Hoy los chilenos piden orden, parecen aburridos del crecimiento infatigable del Estado, ya no creen que sea un buen educador, valoran un mundo más estable y empiezan a preocuparse por el deterioro de la natalidad.

Después de haber pasado tantas turbulencias, los chilenos podrían repetir lo mismo que Konrad Adenauer en la Alemania de posguerra, cuando los socialistas querían cambiar el rumbo a pesar de que el país ya experimentaba el crecimiento económico y las bondades de la democracia: “¡Nada de experimentos!”.

Hoy los conservadores están contentos. En todo el mundo se publican libros y se organizan seminarios acerca de esa sensibilidad política, que ha adquirido un atractivo especial. Mientras tanto, se habla de la crisis de la izquierda, de la socialdemocracia e incluso del liberalismo. Los conservadores sacan cuentas alegres: hasta son los favoritos para ganar la próxima elección presidencial chilena.

¿Significa todo esto que los chilenos se han vuelto conservadores? Quizá sea así. Sin embargo, estos cambios podrían deberse no a que hayan hecho suyas las ideas de Edmund Burke, Abdón Cifuentes o Rusell Kirk, sino a una realidad mucho más simple: tienen miedo. Como en otros lugares, la sociedad chilena se asomó al abismo, no le gustó lo que había allí, y se retiró angustiada.

Si bien soplan otros vientos, no parece que el conservadurismo de muchos ciudadanos que hasta ayer apoyaban las causas de la izquierda tenga bases intelectuales sólidas ¿Será que la sociedad se ha vuelto conservadora? Quizá se había corrido tanto hacia el progresismo que hoy parece ser conservadora la simple recuperación de ciertas ideas que antes eran ampliamente compartidas por los chilenos. De ser así, este cambio obedecería a un instinto básico de supervivencia.

No quiero quitar méritos a este auge conservador, que ha sido preparado durante décadas por el trabajo de unos pensadores y políticos que no han tenido miedo de estar en posturas minoritarias. Solo quiero decir que los conservadores cometerían un error si malinterpretaran estos cambios.

Además, los conservadores se han encontrado con algunos nuevos compañeros de ruta, porque también otros se han aburrido de la ortodoxia progresista. Sin embargo, deben ser cuidadosos a la hora de entusiasmarse con esos nuevos amigos, porque sus ideas y actitudes a veces son cuestionables. De partida, hay que tener presente que el conservadurismo, al menos el chileno, tiene un marcado talante democrático y siempre ha intentado cultivar las buenas maneras en política. En ocasiones, podrán haber sido clericales y de mente pequeña, pero nunca pretendieron barrer con los adversarios o tratarlos como si fueran una plaga. Es importante, entonces, que este sector político no se deje contagiar por actitudes estridentes y mantenga ese civismo que permite que tengamos una convivencia sana.

También deben rechazar la tentación de tener éxito a cualquier costo. Las fórmulas al estilo Bukele no pueden mantenerse en el largo plazo y, al menos, no constituyen un modelo para Chile. El debido proceso, por ejemplo, es parte fundamental del ideario conservador.

Un asunto interesante es su colaboración con el mundo libertario, que es variopinto. En él conviven posturas muy sensatas con ciertos grupos extravagantes, de modo que es necesario discernir con mente clara si, cuándo y en qué medida, conviene trabajar en iniciativas comunes.

En concreto, figuras como Elon Musk podrán decir ocasionalmente cosas razonables, pero su visión del hombre y la sociedad es muy distinta de la que mantiene un conservador medianamente informado. No basta con que un empresario, un político o un intelectual critiquen las desmesuras del wokismo para que uno piense que pertenece a la misma familia política.

Otro tanto cabe decir respecto de ciertas vertientes del nacionalismo. La inmigración descontrolada y no sujeta a la legalidad constituye un serio problema, pero el conservadurismo nada tiene que ver con la xenofobia.

Por último, si algo caracteriza a la psicología conservadora es un sano escepticismo. Los conservadores piensan que la política es importante, pero que la salvación del hombre no viene de las leyes, las estructuras, los programas económicos, los líderes o la ciencia. Un conservador no puede adoptar aires mesiánicos.

El conservadurismo, en suma, haría mal en presentarse como una solución de emergencia para ciudadanos asustados, al estilo del oro que resguarda a los ahorrantes de los riesgos de la inflación y el estatismo. Su propuesta ha de ser positiva. Cuando achica al Estado, busca fortalecer la sociedad; si defiende la autoridad de los maestros, se debe a que quiere que los alumnos aprendan, y si mira con buenos ojos a los policías es porque sabe que sin ellos no podemos gozar de los bienes de la libertad. (El Mercurio)

Joaquín García Huidobro

¿Polarización?

Una de las opiniones que más frecuentemente se escuchan en los días que corren, es que sufrimos una devastadora polarización política. La afirmación merece mucha reflexión y algunos recuerdos.

Comienzo por estos últimos. Probablemente la mayoría de quienes hablan de “polarización” son suficientemente jóvenes como para no haber vivido momentos de verdadera polarización. Yo, para mi buena o mala suerte, no tengo ese problema y puedo recordar que la primera vez que participé en una elección presidencial en calidad de elector, el Presidente electo fue Salvador Allende. Quienes votamos por él en aquella oportunidad, votamos de manera consciente no sólo por otro Presidente de la República sino por un cambio de sistema político y económico en Chile: como rezaba el programa de nuestro candidato, votamos por “reemplazar la actual estructura económica, terminando con el poder del capital monopolista nacional y extranjero y del latifundio, para iniciar la construcción del socialismo”. Los candidatos que se enfrentaron al nuestro, aun con matices, estaban en una posición diametralmente opuesta a la nuestra. Para decirlo en breve, nosotros éramos conscientes de que queríamos acabar con su mundo y ellos eran conscientes de que eso era lo que nosotros perseguíamos y, en consecuencia, estaban dispuestos a hacer todo lo que estuviese a su alcance por impedírnoslo. Esa, sin duda, era una situación de polarización y los años que siguieron no hicieron más que agudizarla hasta su trágico desenlace.

Giovanni Sartori, que es citado a menudo en relación con la polarización política, introdujo el concepto “pluralismo polarizado” en su obra Partidos y Sistemas de Partidos de 1976. Este concepto describe un sistema de partidos en que la polarización tiene un origen ideológico y posiciones antisistema están presentes entre los partidos relevantes. Esa situación genera una “competencia centrífuga” en la que los partidos tienden a alejarse del centro.

La definición de Sartori parece escrita para describir el Chile que he recordado. Entonces las ideologías -y los programas en que ellas se traducían- se situaban en las antípodas del pensamiento y la acción política. Y no sólo de la acción política en sus sedes naturales (el gobierno, el parlamento o el discurso público) sino que penetraban en las familias, destruyéndolas, como destruían amistades y llevaban las relaciones sociales a extremos que hacían de la violencia “política” un fenómeno cotidiano.

Por contraste, sólo algunos elementos de lo que ocurre hoy en Chile calzan con esa definición. Es verdad que existen divergencias ideológicas y que en la política práctica han predominado hasta ahora las tendencias centrífugas. Sin embargo -y exceptúo de esta revisión al profesor Artés, cuya postulación y programa presidencial entiendo como un melancólico ejercicio testimonial, no como una oferta que el electorado deba tomarse en serio- hoy ningún programa presidencial se plantea contrario al capitalismo y ninguno se declara enemigo de la democracia liberal como sistema político. Al mismo tiempo, todos los programas muestran una semejanza de propósitos que no parece inquietar mayormente a las candidaturas. No es difícil encontrar en ellos los objetivos comunes de solucionar el problema de la seguridad pública, buscar canales para el desarrollo económico, resolver las situaciones críticas en las áreas de la salud y la educación y poner término a la inmigración considerada como problema.

Cuando se hace ver esta posible paradoja, la respuesta desde las candidaturas es que las diferencias se encuentran en algunas (no en todas) de las soluciones propuestas para esos problemas. Y desde luego no cabe más que admitir que ello es muy cierto, aunque se podría agregar “faltaría más”, porque eso justamente, la decisión entre distintas proposiciones de solución a los problemas de la ciudadanía, es parte de la esencia de la democracia liberal.

Quizás lo que caracterice mejor a nuestra situación actual sea el concepto “polarización afectiva”, que han desarrollado otros autores para referirse al favoritismo hacia el grupo propio y la animosidad hacia otros grupos. Un concepto muy relacionado con el de “polarización relacional” que se refiere más bien a la distancia que puede llegar a establecerse entre quienes tienen opiniones distintas. Cualquiera de esos conceptos podría describir lo que vivimos hoy, una posibilidad que se ve exacerbada por el lenguaje ríspido y, para decirlo francamente, por la mala educación que exhibimos a veces los chilenos cuando nos emocionamos.

Pero es eso, mala educación, aprovechamiento de las circunstancias para propinar golpes bajos al rival y no, en un sentido estricto, una polarización política que ponga en jaque a nuestra democracia. Nadie hoy en Chile -a menos, claro, que esté utilizando la imagen como instrumento de propaganda- tiene razones para creer que su existencia vital o social esté puesta en riesgo por el programa de alguna de las candidaturas que se enfrentan en esta elección. Algo que muchos y muchas llegaron a creer y sentir hace poco más de medio siglo atrás.

Y el resultado electoral, en cualquiera de los pronósticos que hoy se dan a conocer, tampoco hace vaticinar una situación de confrontación sin solución para nuestro futuro. Todos esos pronósticos indican que los extremos hacia la derecha y hacia la izquierda del espectro político -y para que nadie se ofenda aclaro que no quiero decir con ello “extremistas”-, los partidos Republicano, Nacional Libertario y Social Cristiano de una parte y Comunista y Frente Amplio de otra, obtendrán alrededor de treinta diputados cada uno. Ello suma alrededor de sesenta diputados, lo que permite concluir que una mayoría de alrededor de noventa diputados que no se sitúan en los extremos sino en el centro de ese espectro político, podrán ser los administradores del equilibrio y las buenas decisiones, aunque, claro, la calidad o la falta de calidad de los protagonistas siempre hará posible la eventualidad de una confrontación estéril.

En esas condiciones, elegir la opción presidencial de uno de los extremos si bien probablemente no va a añadir más polarización que la que hoy se expresa en la diatriba y la zancadilla, sí puede ser el asfalto que pavimente el camino a la esterilidad política. Porque esas minorías que hoy ocupan los extremos de nuestra política son las menos indicadas para formar las mayorías que se requieren para gobernar.

Así, la situación que podrá contribuir a crear nuestro voto no será una de vida o muerte como ocurrió otrora entre nosotros, aunque sí va a ser decisiva para sacarnos o mantenernos en la impotencia y la mediocridad en que estamos ahora. (El Líbero)

Álvaro Briones

El Rubicón

Esta semana, más de un centenar de personeros de centroizquierda decidió hacer público su apoyo a la candidatura de Evelyn Matthei. Un hecho impensable hace solo unos años y que ilustra la magnitud del quiebre político, ético y cultural que ha vivido el sector. La necesidad de retomar los acuerdos transversales y el imperativo de defender la democracia, fueron los principales argumentos esgrimidos por los protagonistas de dicha decisión.

¿Cómo fue posible que figuras y dirigentes históricos de la centroizquierda chilena hayan terminado en la actual coyuntura votando por una candidata de centroderecha, hija además de un ex integrante de la junta militar? Es en verdad impresionante, una decisión llena de simbolismos, y que no puede ser entendida al margen de la larga historia de desafecciones que conduce a este desenlace. En rigor, aquí no hay solo una opción presidencial sino algo mucho más profundo, que tendrá sin duda efectos sustantivos en el reordenamiento político que vive el país.

La fractura ahora consumada tiene hitos y etapas relevantes. Uno de los primeros, la insólita demolición política del Chile de la Concertación, ese proceso psiquiátrico que la centroizquierda inicia una vez perdido el gobierno en 2010. Haber renegado y sentido vergüenza de los 20 años que, según todos los indicadores, fueron uno de los mejores períodos de la historia, es algo todavía difícil de entender, más allá del simple oportunismo que lo acompañó. La instalación de una lógica refundacional, impulsada por Michelle Bachelet y articulada en una nueva alianza política entre la centroizquierda, el PC y los líderes del movimiento estudiantil, fue el resultado de ese síndrome.

Pero el definitivo punto de quiebre comienza en el estallido social, con el silencio cómplice de la centroizquierda frente a la violencia, y su intento explícito de destituir a un presidente democráticamente electo. Después, vino el primer proceso constituyente, donde mucha gente de centro e izquierda descubrió el nivel de desvarío al que estaba dispuesto a llegar el sector al que pertenecía, en su esfuerzo por tirar los últimos “treinta años” del país a la basura. Y, finalmente, el respaldo del conjunto del oficialismo a la candidata presidencial del PC, una militante que durante el estallido lucía con orgullo la polera del “perro mata pacos” y que todavía considera al régimen cubano “una democracia diferente”.

El abismo terminó siendo insalvable. La convicción de que ya no había nada en común, que los lazos afectivos y las complicidades construidas al calor de la lucha por reconstruir la democracia, habían finalmente desaparecido, se materializa hoy en una señal política inédita y sin duda dolorosa. Ya no hay vuelta atrás; una franja de la histórica centroizquierda asumió que el mundo al cual pertenecía ya no la representa, ha cruzado el Rubicón y seguramente ha repetido en su conciencia las palabras del emperador romano: “la suerte está echada”. (La Tercera)

Max Colodro

Jeannette Jara y las culpas del PC

Jeannette Jara ha querido, infructuosamente, desmarcarse del Partido Comunista. Lo pretende y casi le resulta, pero inevitablemente “muestra la hilacha” y revela su ancla ideológica. Que aún no quiera reconocer que Cuba es una dictadura es grave y desnuda su bagaje doctrinario.

Durante el gobierno de la Unidad Popular, el PC fue el partido más razonable de la coalición. Abogaba por el gradualismo y la sensatez. Llamaba a la mesura y se oponía a las tomas de empresas, la violencia y la irresponsabilidad. Sus dirigentes Luis Corvalán y Orlando Millas hablaban de ordenar la economía, terminar con la inflación y lograr acuerdos con la Democracia Cristiana. Era, desde luego, un partido marxista-leninista que seguía a la URSS, pero en la política local actuaba casi como socialdemócrata.

En contraste, el partido “ultra” de esos años era el Partido Socialista, dirigido por el aristocrático senador Carlos Altamirano. El PS fue, sin duda, una espina clavada en el costado del Presidente Allende. Le hicieron la vida imposible, exigiendo más expropiaciones, más “poder popular”, más tomas y menos acuerdos.

Hoy los papeles se invirtieron. Mientras el PS es (casi siempre) socialdemócrata, apaciguador y dialogante, el PC representa la izquierda extrema.

¿Qué explica este cambio de 180 grados?

Para entender las raíces de esta transformación y las razones del giro hacia la ultraizquierda del PC hay que remontarse a 1973-1974, cuando la dictadura recién comenzaba y la izquierda buscaba entender qué había producido su derrota.

Y resulta que en el centro de esta historia hay dos comunistas extranjeros: el italiano Enrico Berlinguer, padre del eurocomunismo, y el soviético Boris Ponomarev, guardián de la pureza ideológica de los partidos comunistas internacionales.

Durante septiembre y octubre de 1973, Berlinguer publicó tres artículos sobre las lecciones del fracaso chileno en la revista Rinascita. Sus tesis fueron tan simples como poderosas: no se puede hacer una revolución con solo un 36% de apoyo, contra los deseos de la clase media. Los comunistas italianos tenían que modernizarse, rechazar la “dictadura del proletariado” y tomar la democracia y la libertad como banderas de lucha. En esas ideas lo siguieron los jefes comunistas de España y Francia, Santiago Carrillo y Georges Marchais, y el eurocomunismo tomó vuelo.

Los socialistas chilenos miraron el proceso con interés y fueron influidos por él. En 1981, en una reunión en Chantilly, Francia, el PS renunció al leninismo y, para todo efecto práctico, se transformó en socialdemócrata. En este proceso jugaron un rol importante Jorge Arrate y Carlos Ominami.

El PC chileno, en cambio, rechazó con fuerza el eurocomunismo y fue altamente influenciado por Ponomarev, quien en junio de 1974 publicó un artículo muy crítico de sus camaradas chilenos en la Revista Internacional editada en Praga.

Ponomarev acusó al Partido Comunista de Chile de no haberse preparado para el golpe de Estado. Sus militantes no habían comprendido que los enemigos del proletariado atacarían con enorme fuerza, y que, por lo tanto, era necesario emplear todos los medios disponibles —incluida la violencia— para defender los logros de la revolución. Fustigó a sus camaradas por ignorar lo que el propio Allende le había dicho al periodista francés Régis Debray en enero de 1971: “A la violencia reaccionaria opondremos la violencia revolucionaria”.

Ponomarev añadió que un verdadero partido de los trabajadores tenía que estar preparado para cambiar prontamente las formas de lucha, de pacíficas a no pacíficas; había que “defender los logros sociales y revolucionarios por todos los medios necesarios”.

Para los comunistas chilenos, la reprimenda de Ponomarev fue un golpe devastador. Una de las voces más altas en la jerarquía soviética estaba cuestionando la valentía de sus militantes, su preparación, su comprensión de la brutalidad de la oligarquía y su disposición a cambiar de táctica y recurrir a la violencia para defender lo conquistado en las urnas.

Fue una humillación total que persigue al PC de Chile hasta hoy.

Sus miembros cargan con esa culpa, con lo que podemos llamar —con una pizca de ironía— el “pecado Ponomarev”. Cuenta Orlando Millas que el partido lo censuró por contar la verdad sobre el repliegue del 11 de septiembre. Su narrativa no era lo suficientemente heroica y podía enojar al camarada Boris, refregando la dolorosa humillación sobre toda la militancia.

Desde junio de 1974, los comunistas criollos tratan de expiar esa culpa, ubicándose en el extremo, siendo los más “revolucionarios”, los más ultras, los más solidarios con Cuba y con otras dictaduras de izquierda.

¿Sabe Jeannette quién es Boris Ponomarev? Seguro que no lo sabe, a pesar de ser prisionera de su rabieta y de expiar una culpa que ella, personalmente, no tiene. (La Tercera)

Sebastián Edwards

Encuesta Bicentenario UC: que 20 años no es nada

 

El FES y la estrechez fiscal: mejor información

La situación fiscal es estrecha. Las metas fiscales, incluso siendo deficitarias, han sido difíciles de cumplir desde hace ya tiempo y la deuda pública ha crecido sostenidamente desde el 2008. El debate ha puesto el foco en los recortes que se deben hacer, o de cuán lento debe crecer el gasto, para cumplir con las metas. Pero la preocupación debiese ser más amplia que eso, al menos en tres aspectos.

Uno es que las necesidades de financiamiento son mayores que la sola cobertura de déficits, pues también hay que dedicar recursos a ítems que no son parte del balance fiscal, como los aportes al Fondo de Reserva de Pensiones y la recompra de cartera del CAE.

Otro es la posibilidad de que algunos compromisos estatales contingentes se vuelvan exigibles, como las garantías estatales a las deudas de empresas públicas y las concesiones de obras públicas.

Finalmente, un tercer factor —el que motiva esta columna— es que, al legislar nuevas prestaciones, se corre el riesgo de subestimar los gastos asociados y de sobreestimar los ingresos que los financiarán. Bastante de ello ha ocurrido en Chile, lo que también explica en parte el crecimiento de la deuda fiscal. El proyecto de ley que crea un nuevo sistema de financiamiento público para estudios superiores —el FES— es un excelente ejemplo de cómo la institucionalidad fiscal tiene insuficientes resguardos para mitigar el riesgo de que la legislación de nuevos gastos no venga de la mano del financiamiento que se requiere. En particular, los informes financieros que acompañan a los proyectos de ley son complejos y no incorporan la incertidumbre asociada a la proyección de ingresos y gastos. Así, el Congreso —y el público en general— carece de la capacidad técnica y la información que se necesita para analizar las propuestas que presenta el Ejecutivo. Por tanto, a los legisladores no les queda más que aceptar el análisis de Dipres porque no hay cómo contrarrestarlos.

Vamos al FES. El proyecto de ley es descrito en el informe financiero (IF) como un proyecto que genera ahorros fiscales importantes. La información en el IF es difícil de dilucidar porque el proyecto en sí es complejo, porque la contabilidad de sus componentes también lo es —“arriba de la línea” o “debajo de la línea”— y porque se requiere de muchos supuestos sobre el comportamiento de los estudiantes actuales y futuros, los deudores del CAE, las instituciones de educación superior y los gobiernos que vienen, para proyectar las necesidades de financiamiento asociadas.

Los efectos fiscales del proyecto de ley pueden descomponerse en tres: la condonación y reorganización de deudas, el FES propiamente tal y una racionalización de gastos relacionados con la gratuidad y becas. De acuerdo al IF, el fisco ahorraría en el año 10 de implementación cerca de 580 mil millones de pesos de aprobarse el proyecto.

Sin embargo, de ese total, 655 mil provendrían de la condonación y reorganización de las deudas de estudiantiles, 102 mil de retrasar la ampliación de la cobertura de la gratuidad y 184 mil por un menor gasto en becas de arancel. El FES por sí solo explica una diferencia que es deficitaria: un mayor gasto neto de unos 362 mil millones.

En otras palabras, el proyecto se sostiene fiscalmente en elementos que no son propios del nuevo instrumento que se propone. Por ejemplo, retrasar la mayor cobertura de la gratuidad es algo que puede hacerse de manera independiente del FES, al igual que racionalizar becas. Lo mismo puede decirse de mejorar la cobranza de créditos vía operación renta. Si bien puede haber motivos más bien políticos para empaquetar estos elementos en un solo proyecto, la implicancia en lo fiscal es que el proyecto tal como está necesita de estos elementos adicionales para evitar que sea deficitario en lo global. De aprobarse sin ellos, dificultaría aún más la convergencia fiscal.

A ello se agrega que estos números son inciertos, como ya decía, y pueden ser aún más negativos de darse un escenario distinto del planteado en el IF. El Consejo Fiscal Autónomo, en la comisión de Hacienda de la Cámara, ofreció un análisis preliminar de los aspectos fiscales del proyecto, sugiriendo transparentar supuestos, reorganizar la información contable y simular escenarios alternativos. En particular, el CFA sugiere que se ponga a disposición del legislador “información… para evaluar de manera integral y replicable el impacto fiscal del proyecto, especialmente considerando la magnitud de los recursos comprometidos y la exposición a riesgos”.

En concreto, el FES es un proyecto que puede tener implicancias fiscales negativas relevantes. En el contexto actual de discusión sobre dónde recortar gastos, parece una contradicción no ser más cautelosos.

Más allá del caso particular del FES, la institucionalidad fiscal tiene que ser reforzada para lograr una discusión más transparente y acabada de las implicancias de proyectos de ley, en particular de aquellos tan grandes como este. Los cambios recientes a la Ley de Responsabilidad Fiscal agregan requerimientos a los informes financieros. Pero se necesita mucho más. En particular, el Congreso necesita más asesoría técnica.

Un camino razonable es reforzar al CFA, entregándole más atribuciones, acceso expedito a información y los recursos necesarios. Se trata de garantizar que haya financiamiento suficiente para las leyes que se aprueban, lo que se ha vuelto particularmente relevante en el marco actual de estrechez fiscal. (El Mercurio)

Andrea Repetto

Diputada Schneider llama a candidatos a proteger derechos LGBTIQ+

La diputada del Frente Amplio, Emilia Schneider, junto a organizaciones y activistas de la diversidad sexual, presentó este sábado una declaración pública frente al memorial de Daniel Zamudio, en el Parque San Borja, para invitar a las candidaturas parlamentarias a adherir a un «sello de compromiso por un Chile libre y diverso».

La iniciativa busca que quienes participen en la próxima contienda electoral se comprometan a una serie de medidas específicas, incluyendo la protección y el fortalecimiento de los derechos de la comunidad LGBTIQ+, avanzar en una ley de educación sexual integral, y la reforma a la ley antidiscriminación, entre otros puntos.

Schneider explicó que el sello es impulsado por su candidatura con el objetivo de interpelar a los aspirantes al Congreso a comprometerse con los derechos de la diversidad sexual, los cuales, según advirtió la parlamentaria, «están en peligro con el avance de la ultraderecha».

La diputada subrayó que el llamado es transversal a todo el espectro político, haciendo notar que «pareciera que ya no está de moda defender los derechos de la diversidad sexual, y eso no lo podemos permitir». (NP-Gemini-Cooperativa)