Ingeniero civil industrial, riguroso, ordenado, metódico, con un corazón inflamado de vocación de servicio público, el “sueño” de Jaime Guzmán lo motivó profundamente, hasta el punto de abandonar su carrera profesional para abrazar esa misión: un partido de derecha, comprometido con los más pobres del país. Así nació la UDI Popular, con Pablo Longueira viviendo en los campamentos de ese Santiago pobre de mediados de los 80. Obviamente Longueira no fue el único, pero era el “motor”.
Luego del asesinato de Jaime Guzmán, Longueira se transformó en el líder indiscutido de la UDI. Como se lo he escuchado alguna vez, era un “ingeniero de la Chile dirigiendo a abogados de la Católica” (Jovino Novoa, Andrés Chadwick, Juan Antonio Coloma, José Antonio Kast, entre otros). En lo personal, me tocó conocerlo más ahí, cuando recorrimos Chile juntos, pueblo por pueblo, pidiéndole a la gente que adhiriera a este nuevo partido, popular, cristiano y capitalista, por el que Jaime Guzmán había entregado su vida. Recuerdo que Hernán Büchi y José Piñera, entre otros, firmaron la ficha de militantes.
Luego de algunos años, no tantos, ese partido creado desde cero se transformó en el más grande de Chile y se constituyó en un aporte decisivo a esos mejores 30 años de nuestra historia reciente. La UDI de Longueira fue también una escuela de servicio público. “Un camino para servir a Chile”. De hecho, los tres candidatos que representan a la derecha en esta primera vuelta presidencial son o fueron militantes de la UDI.
Durante la primera década de los 2000, a la dimensión de “líder” y “motor” hay que agregar la de “estadista”. Todos sabían que cuando Pablo Longueira llegaba a un compromiso por el bien de Chile con algún adversario político, estrechar la mano significaba que todos los parlamentarios de la UDI se “cuadrarían” tras él. Incluso cuando eso era impopular en su propio sector. Así se gestaron importantes acuerdos.
Era otro Chile. Un Chile en que la oposición, que Pablo Longueira encabezaba, en vez de buscar derrocar al gobierno elegido democráticamente, estaba dispuesta a dar la mano para que el país sorteara ese período de inestabilidad. El Presidente Ricardo Lagos es un testigo privilegiado de eso.
Pese a todo su liderazgo, Longueira nunca tuvo ambición por cargos políticos. Y cuando por circunstancias de la vida, la historia lo puso en la primera vuelta presidencial, una dura enfermedad lo dejó fuera de carrera.
El Presidente Piñera supo reconocer sus condiciones de “estratega” y lo tuvo siempre como asesor en las “sombras”, al punto de que cuando fue elegido por primera vez le pidió que le enviara por email el listado de personas a las que Longueira nombraría como ministros. Varios de ellos, como es el caso de Laurence Golborne, por ejemplo, fueron designados porque sus nombres venían en ese correo electrónico.
Posteriormente el propio Presidente Piñera lo nombró ministro de Economía. De todos los cargos que tuvo, este fue probablemente el que lo hizo más feliz. Ese mismo gobierno le pidió que negociara el royalty minero, política clave que ha significado recursos muy importantes para Chile y que fue decisivo en el financiamiento de la reconstrucción posterremoto de 2010.
Después vino una acusación injusta y absurda para quienes conocemos su honestidad a toda prueba, seguida de una persecución implacable, que lo tuvo enfrentando la justicia por largos diez años. Lamentablemente, en el mundo de las redes sociales y de la instantaneidad, en el que estamos acostumbrados a las filtraciones y a las diligencias escandalosas, la presunción de inocencia es pisoteada todos los días. También lo he vivido familiarmente. Por eso entiendo mejor que nadie lo duros y difíciles que han sido estos diez años para Pablo, su esposa Cecilia y toda su familia.
Gran parte del daño, alentado por los propios adversarios políticos a los que él dio la mano, comunicacionalmente ya está hecho y es irreparable. Pero la vida tiene sus vueltas, y el fallo definitivo termina por poner las cosas en su lugar.
Para quienes lo conocemos de cerca, en nuestros corazones siempre supimos que esto no podía terminar sino solo con la absolución. Por eso ahora la mejor forma de reparar en algo ese daño es gritándole a todo Chile: ¡Pablo Longueira es INOCENTE! Así. Con mayúsculas. (El Mercurio)
Joaquín Lavín



