Es el título de un libro que me dio a leer, en mis primeros años de la Escuela de Periodismo, el recordado profesor Alfonso Calderón. Más allá de aprender a escribir un reportaje, los autores, Dominique Lapierre y Larry Collins, me sumergieron en el drama vivido por judíos y palestinos tras la creación del Estado de Israel, en 1948. La salida de Jerusalén del gobernador británico junto a las tropas del batallón escocés que controlaban el territorio marcó el comienzo de un conflicto cruento, que continúa por años y recrudece cada cierto tiempo. Como en este momento, en que las tropas israelíes han aplanado Gaza, después del horroroso ataque de extremistas palestinos en octubre pasado, cuando fueron asesinados 1.200 judíos.
Nada parece haber cambiado en estas siete décadas. Judíos y palestinos mantienen una guerra intermitente que solo ha traído destrucción y muerte, las disputas entre árabes han ensombrecido las negociaciones, bloqueando soluciones posibles; la intransigencia de Israel, que exige legítimamente seguridad para sus habitantes, y la tozudez de ciertos dirigentes de Al Fatah, han impedido la formación de un Estado Palestino, la única salida justa para terminar con el conflicto.
Por estos días los líderes de Hamas estudiaban una propuesta de tregua, mediada por Egipto y Qatar, elaborada también con participación de EE.UU. e Israel. El grupo terrorista quiere un cese el fuego total y el retiro de las tropas judías de Gaza, pero Israel, o Benjamin Netanyahu más bien, busca acabar definitivamente con Hamas, un objetivo imposible, que solo acrecienta el apoyo que le dan los gazatíes.
Por años, con la participación de la comunidad internacional, en especial de EE.UU., se discutieron fórmulas que pudieran satisfacer a ambos bandos. Nada ha resultado. Es el momento de hacer nuevos esfuerzos. Los cambios en los equilibrios de fuerzas en la zona —con Washington menos influyente en las capitales del Medio Oriente— obligan al realismo: deben ser las potencias regionales las que impulsen iniciativas viables. Estos últimos años, varios países árabes han establecido vínculos con Israel (lo que enfureció a Hamas). A algunos, como Arabia Saudita y los emiratos del Golfo, les interesa contener el poderío de Irán, país que indirectamente, por medio de armas y entrenamiento, apoya a Hamas y a milicianos en Siria, Irak y Líbano que comparten la causa palestina. Los líderes árabes son los más indicados para establecer un nuevo marco que permita avanzar en la fundación de Palestina (financiar el proceso) y evitar que la guerra de Gaza se prolongue y expanda.
La propuesta de Egipto y Qatar puede ser un punto de partida. El cese el fuego es imprescindible para la entrega de los rehenes, para salvar vidas palestinas y crear un ambiente apto para cualquier diálogo. Quizás, hay que esperar la salida de Netanyahu y de Yahya Sinwar, cerebro del ataque del 7 de octubre, para que Israel y los palestinos se allanen a buscar la paz definitiva. (“Oh, Jerusalén”, editado en 1971 por Plaza & Janés, se puede encontrar por internet.) (El Mercurio)
Tamara Avetikian