Octubre: mes de diálogo

Octubre: mes de diálogo

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Estamos a semanas de iniciar un proceso importante para nuestra democracia. Independientemente de cuál sea la opción mayoritaria el 25 de octubre, no hay duda de que Chile se encuentra en reflexión. Podemos reescribir o reformar sus instituciones, pero en todos los casos debemos definir cuáles serán los grandes desafíos del futuro. Este proceso lo podemos enfrentar de dos formas: desde la mezquindad de la trinchera o desde la generosidad del diálogo.

Nos falta conversar más. Nos acostumbramos a que se imponga el que grita más fuerte, el más agresivo y el que repite más una consigna. El diálogo se ha visto consumido por las peleas entre “barras bravas” de uno y otro lado, aquellos que solo hablan y no escuchan. Son estas dinámicas las que alejan a la gente de la política y las que tensan a la sociedad en todo nivel, porque las peleas de las calles o los medios se están repitiendo en las mesas familiares. Y si dejamos que esas fisuras fragmenten el núcleo fundamental de la sociedad, restaurar la comunidad completa será mucho más difícil.

Atrincherarse es mezquino porque desconoce la dignidad del otro. Es así como la democracia pierde vigor, puede enfermar o decaer. Pero existe un camino distinto, sano y generoso, el del diálogo. El diálogo es la forma de participar en los espacios sociales reconociéndonos como igualmente valiosos para ejecutar nuestros proyectos de vida. También es fundamental para conseguir el bien común, pues nuestra realización depende de la realidad que compartimos con los otros. El diálogo es generoso porque parte desde la humildad, desde la disposición a aprender del otro. El diálogo real, honesto, sin pelos en la lengua, dignifica la democracia.

Para que exista diálogo debemos enfrentar tres amenazas: las trampas, la deshonestidad y la violencia.

Cuando alguien se salta la fila o usa un resquicio legal para conseguir réditos políticos, quien pierde es Chile. No hay diálogo posible si no se respetan las reglas.

Cuando se vuelve costumbre la deshonestidad intelectual que oculta las convicciones y las legítimas aspiraciones políticas para obtener un aplauso vacío, pierde la democracia. Solo habrá comunicación donde haya verdad.

Y cuando se justifica la violencia física y verbal contra cualquier ciudadano, perdemos el Estado de Derecho que garantiza la paz social. Hoy es cuando debemos mostrar nuestros valores democráticos porque es ahora cuando verdaderamente cuenta.

En efecto, la justicia social, la tolerancia, el pluralismo, la honestidad, la libertad, la igualdad, la responsabilidad y la solidaridad encuentran fundamento en una convivencia virtuosa, en la que todas y cada una de las personas de la sociedad contribuyen a la realización de un proyecto común. Solo desde el reconocimiento del otro se pueden realizar los grandes valores democráticos.

Aprender a convivir tiene sentido porque terminados los debates compartiremos entre todos un mismo país. El mismo país que nos heredaron nuestras abuelas, que hizo crecer a nuestros padres y madres y que esperamos mejorar para nuestros hijos. Nos une algo más grande que nuestras visiones sobre los asuntos públicos y, por muy acaloradas que estén las pasiones, los distintos seguiremos encontrándonos en la fila del almacén o en el paradero de la micro.

Enfrentamos una circunstancia histórica que demanda lo mejor de nosotros y es nuestra misión encararla desde la generosidad del diálogo y no desde la mezquindad de los oídos sordos. Como todos los grandes momentos de la historia, lo complejo se reduce a una idea simple, pero radical: dignidad humana. Reconocer en el otro a alguien libre, igual y valioso.

Y esa es mi mayor convicción. (El Mercurio)

Jaime Bellolio Avaria
Ministro secretario general de Gobierno

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