Obituario del perro matapacos: un legado de división

Obituario del perro matapacos: un legado de división

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A cuatro años de su nacimiento, el perro matapacos ha muerto. El Presidente Boric lo ha matado. Es increíble, pero es cierto.

El perro que por años fue símbolo de resistencia, objeto de culto, pieza de museo, inspiración de artistas, y que probablemente hizo más que cualquiera para ayudar al Frente Amplio y al Partido Comunista llegar a La Moneda, fue muerto y enterrado por el propio Presidente de la República.

Si nada más, la muerte simboliza el ocaso del octubrismo. Sin perro matapacos no puede haber revolución. Podrán venir otros animales y otros estallidos sociales, pero nunca el mismo.

En lo simbólico, el hecho representa un intento del Presidente de desmarcarse de lo que es obviamente una pistola humeante. El matapacos, más que un perro, fue un símbolo de violencia. Un elemento disruptivo nacido y criado para despreciar a las fuerzas del orden.

No hay otra interpretación, no puede haberla: el apodo dice demasiado.

En sus orígenes, el perro concitó apoyo de todos, o casi todos, los que están hoy en el gobierno. Hay imágenes del perro en sus marchas, en sus poleras, en sus computadores y en sus redes sociales. Quizás ahora traten de decir que era una imagen burda, pero reescribir la historia está más difícil que nunca antes.

Podrán intentar desmarcarse argumentando que nunca lo apoyaron, pero estarían esquivando el bulto. La acusación nunca ha dependido del apoyo explícito al animal, se ha basado en la resignación de aceptarlo como conviviente. Al final, es lo mismo. Apoyándolo explícitamente, o permitiéndole un espacio de expresión, es lo mismo.

Al final, conseguir el objetivo por diseño es lo mismo que conseguirlo por omisión.

Quienes hoy gobiernan dejaron al perro matapacos existir porque entendieron que les era funcional para llegar al poder. Es lo mismo con los muchachos de la resistencia en la plaza dignidad o los encapuchados en el ex congreso nacional: se les permitió estar porque se entendió que eran funcionales para la construcción de la narrativa.

Es verdad lo que dice el Presidente: no apoyó a la primera línea en la toma de Baquedano, ni tampoco aplaudió a los encapuchados cuando se tomaron el ex Congreso. Pero también es verdad que no hizo nada para sacarlos o detenerlos.

Lo mismo ocurre con el perro matapacos: quizás no haya imágenes de Boric apoyando al perro, pero tampoco hay declaraciones condenándolo. Su posición solo cambió cuando entendió que la imagen del perro ya no le era funcional para cumplir sus objetivos. Claro, se demoró dos años en llegar a la conclusión. Pero al menos llegó.

Lo paradojal, sin embargo, es que haber matado al perro tampoco le servirá para cumplir sus objetivos.

El Presidente puede decir todo lo que quiera, pero eso no le conseguirá el beneplácito ni de la oposición, ni de los empresarios, ni de los miembros de las Fuerzas Armadas. Seguirán trabajando en tándem mientras les sea funcional a todos, pero el reconocimiento no reiniciará la relación. Los antagonistas ya tienen medido al Presidente y es improbable que estén dispuestos a reconsiderar su talla ahora.

Quizás habría sido mejor ignorar el asunto por completo. Haber matado al perro solo le traerá más problemas. Si para la oposición no significa nada, para el oficialismo es un golpe importante.

De todos quienes apoyan al Presidente, son solo unos pocos los que siempre han entendido el alcance instrumental del perro matapacos. La mayoría nunca lo ha visto así. La mayoría sentía, y sigue sintiendo, que las protestas eran honestas y que los compromisos eran reales. La muerte del perro matapacos los hará reconsiderar.

Para la izquierda es imperdonable.

El dos veces candidato presidencial de Unión Patriótica Eduardo Artés ya catalogó a Boric como mozo de la derecha, y muchos en el Partido Comunista, especialmente aquellos que no están contratados por el gobierno, pensarán lo mismo.

El perro matapacos era el pegamento invisible que mantenía unida a la elite con la base. Adhería a aquellos que veían al perro como instrumental para llegar al poder con aquellos que lo veían como símbolo de resistencia. La muerte del perro matapacos representa el divorcio entre estos dos grupos.

Su partida deja un legado de división.

Claro, esto no significa que la base se cambiará de bando, o que comenzarán a abandonar el buque. Pero vaya que el hito fija una línea de falla en el sector. Es, probablemente, el quiebre más grande que se ha dado dentro del oficialismo desde el inicio del gobierno. Matar al perro matapacos fue un atentado contra el octubrismo. (Ex Ante)

Kenneth Bunker