El próximo 4 de septiembre se cumplen tres años de aquella epopeya ciudadana en que el 62% de los chilenos dijo “no” a la propuesta constitucional de la Convención. Fue un acto de defensa democrática frente al maximalismo, la superioridad moral y la imposición ideológica: una decisión que trazó la clara línea existente entre la violencia de octubre de 2019 y el proceso constituyente rechazado. Fue un acto de autodefensa democrática que quiso poner fin al ciclo refundacional gestado en la violencia.
Para comprender la magnitud del significado del Rechazo, hay que volver al origen. El 18 de octubre de 2019 Chile sufrió un hecho violento y organizado. No se trató de una protesta espontánea, como insiste la actual candidata presidencial Jeannette Jara, que afirma y señala estar segura que “el estallido no fue organizado”. La evidencia la contradice: siete estaciones de Metro ardieron al mismo tiempo con uso de acelerantes, 18 fueron atacadas parcialmente y casi un centenar quedó con daños graves. Se incendiaron también iglesias y universidades, en lo que la filósofa Lucy Oporto advertía como una violencia dirigida a destruir símbolos de cohesión social, espiritual y cultural del país.
De esa ola emergieron los overoles blancos, encapuchados que se volvieron símbolo de la violencia instalada en liceos emblemáticos. Y lo más inquietante es que no quedaron en el pasado: siguen actuando con impunidad hasta hoy, lanzando bombas molotov en recientes enfrentamientos estudiantiles. ¿Los quieren detener o no? Mientras sigan operando, la educación pública y el orden democrático permanecerán bajo ataque.
La forma de enfrentar el caos de violencia fue a través de la firma del Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución el 15 de noviembre de 2019. Contó con el respaldo de la mayoría de los partidos e incluso por Gabriel Boric a título personal. No lo suscribieron el Partido Comunista, Convergencia Social, el FRVS ni el Partido Republicano de Kast, que lo cuestionó por considerarlo una claudicación frente a la violencia. Por su parte, Kast rompió con Piñera declarándose opositor a su gobierno en 2019.
Se corrió un riesgo, es cierto, y el Rechazo salvó al país. ¿Acaso era mejor responder con más violencia? ¿Habría resuelto ejercer más violencia en octubre de 2019 o la hubiera exacerbado? Primó la unidad, el trabajo en equipo y la institucionalidad.
Algunos, durante el violento estallido, prefirieron callar: fueron cómplices silenciosos que relativizaron la destrucción o la justificaron como legítima “expresión social”. Su omisión fue un permiso tácito para que el miedo se instalara como parte del discurso político.
De ese acuerdo nació la Convención Constitucional, que produjo un texto refundacional, sectario y desconectado de la ciudadanía. Fue entonces cuando irrumpió el movimiento Amarillos por Chile, liderado por Cristián Warnken, que junto a 76 figuras relevantes en su primer manifiesto alertaron: “hoy enfrentamos el peligro de lo que alguien ha llamado ‘estallido institucional’”. Amarillos se convirtió en un símbolo de la defensa de la democracia desde lo institucional.
El estallido, una Constitución radical y el intento de derrocar al ex Presidente Piñera fueron la antesala del deseo de la izquierda de un colapso del sistema democrático vía la destitución del entonces presidente. El Rechazo logró detener este colapso.
Paralelamente, quienes defendieron el Apruebo -el oficialismo, la ex candidata Tohá y la actual candidata Jara- atribuyeron el estallido a demandas sociales insatisfechas. Sin embargo, curiosamente, una vez en el gobierno fueron incapaces de resolverlas y, más bien, las profundizaron. En la marcha pacífica del 25 de octubre no había carteles pidiendo una nueva Constitución. Se trató de una negociación democrática para terminar con la violencia.
El Partido Comunista, y específicamente Lautaro Carmona, volvieron a avivar la idea de una nueva Constitución, incluso después del fracaso del segundo proceso constituyente. En marzo de 2025 dijo que “habría que replantearse agendarla con urgencia”, y en junio afirmó esperar que Jara lo impulse si resulta electa. El argumento del Apruebo era, además, ir contra una Constitución nacida en dictadura sin mencionar que la misma fue reformada sustancialmente durante el gobierno del ex Presidente Ricardo Lagos. El segundo proceso constituyente se hubiese ganado con los acuerdos necesarios que ya estaban. Sin embargo, la superioridad moral de republicanos volvió a jugar su partido en el fracaso de este segundo proceso en 2023.
El octubrismo no murió del todo. En diciembre de 2022, el Presidente Boric indultó a 13 personas: doce involucradas en delitos del estallido y uno al exfrentista Mateluna. Fue un gesto que generó su mayor desaprobación y una señal preocupante: la violencia premiada. Mientras tanto, Jara, promete no abrir un nuevo proceso constituyente, aunque su partido no abandona la idea.
Hoy, varios ex convencionales del proceso fallido son candidatos al Congreso por parte del oficialismo o están en el gobierno o en el comando de Jeannette Jara. No hubo retiro ni autocrítica: hubo reacomodo. Como dice Ruggero Cozzi en su libro, aún se debe volver a rechazar.
Mientras los overoles blancos sigan actuando sin castigo, mientras la violencia sea relativizada o alentada, y mientras se premie a quienes atentaron contra la institucionalidad, el fantasma del octubrismo seguirá activo.
Pero hay esperanza. La experiencia del Rechazo mostró que una ciudadanía unida puede defender la democracia desde la institucionalidad. La tarea pendiente es construir una democracia sólida, que no deje lugar a quienes desean imponer el cambio a través de manipulaciones institucionales y violencia. Solo así podrá cerrarse de una vez por todas el ciclo que partió en octubre de 2019 y que no debe repetirse. No debe avalarse ninguna ni violaciones a los DD.HH. jamás. La advertencia es demoledora: no hay lugar a violencia, ni a overoles blancos, ni a golpes institucionales en Chile.
Como bien dice María José Naudon: “Octubrismo, Estado plurinacional, justicia indígena, ecoconstitución, derechos de la naturaleza, extractivismo, eliminación del Senado, fin de los partidos, entre otros-, conformaron no solo un catálogo, sino un verdadero mapa emocional de un periodo que transformó el clivaje político de nuestro país y que aún condiciona muchas de nuestras decisiones”.
La estabilidad institucional es fundamental para resolver los múltiples problemas que atraviesan los ciudadanos y la seguridad que necesita el país. (El Líbero)
Iris Boeninger



