Aunque el gobierno del Presidente Gabriel Boric ya malgastó sus primeros dos años intentando, sin mucho éxito, avanzar con reformas demasiado radicales, que por cierto no han funcionado en ninguna parte, nunca es demasiado tarde para corregir rumbo y empezar a hacer las cosas bien. A su vez, la derecha puede comenzar a dar señales de que es capaz de sentarse a la mesa a forjar acuerdos. Si aspira a volver al poder en el próximo periodo, la derecha deberá demostrar que, esta vez, podrá gobernar de una forma tal que una mayoría de los chilenos apruebe su desempeño -algo que no pasó en los dos periodos en que Sebastián Piñera estuvo en la presidencia.
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El desánimo y malestar que hoy reinan en Chile tiene mucho más que ver con la incapacidad de la clase política para ponerse de acuerdo que con la creciente percepción de inseguridad, los problemas económicos, y el alto costo de vida. Aunque enfrentamos turbulencias, lo que verdaderamente preocupa a los pasajeros de este avión que se llama Chile es que la tripulación se está peleándose entre sí y no se concentra en llevar al avión a un buen destino.
Sobra la evidencia de todo lo que se ha hecho mal en estos dos años (o incluso, si queremos ir más atrás, a partir de 2014). El mal diseñado y pésimamente implementado proceso constituyente ha sido el símbolo de la mala dirección por la que hemos estado yendo en estos años. Pero la responsabilidad por haber ido por un mal camino no recae sólo en la izquierda. La derecha también contribuyó con incuestionable contumacia a llevarnos por el sendero equivocado. Desde el irreflexivo apoyo del gobierno anterior a un proceso constituyente a sabiendas que en ningún país de América Latina había funcionado esa receta, hasta el oportunista apoyo a los retiros de los fondos de las AFP durante la pandemia, la derecha ha sido cómplice en llevarnos por un mal camino.
Es más, una parte de la derecha todavía sigue hoy empujándonos a seguir avanzando por el camino equivocado. Por un lado, el Partido Republicano está cometiendo el mismo pecado de levantar las banderas de la pureza ideológica que terminó por arruinar al Frente Amplio. La política es como el sistema de alcantarillado de las ciudades. Es impuro. Pero es extremadamente necesario para que la ciudad funcione bien. Si alguien quiere que la política esté igual de esterilizada que un pabellón de cirugía, esa persona se debería dedicar a la medicina. Por cierto, debemos tener instituciones sólidas y estructuras robustas que combatan la corrupción. Pero la política es el arte de gobernar, no es el templo de la virtud.
El Partido Republicano debe madurar y entender que, una vez que un partido ejerce poder, los escándalos de corrupción y los acuerdos difíciles de tragar son inevitables. Siempre habrá manzanas podridas en los partidos. Y la política siempre requiere transacciones que no dejan a todos contentos. Ir por el sendero de la política con túnicas blancas es un acto de suprema irresponsabilidad y una garantía de fracaso en el largo plazo. La forma en que el Partido Republicano reaccionó a la exitosa negociación que impulsó el ministro Álvaro Elizalde para mantener el control de la Cámara de Diputados en manos oficialistas tiene el mismo aire de superioridad moral que tanto caracterizó al Frente Amplio en el periodo presidencial anterior. Lo que hizo Elizalde no fue compra de votos, fue negociación pura y dura. Ese tipo de negociaciones es el que necesitará hacer el Partido Republicano si alguna vez llega a ocupar el poder.
Otro sector de la derecha se ha sumado, o al menos no ha condenado, la torpe reacción de un sector del empresariado que, ante la reducción de la jornada laboral de 45 a 44 horas que se inicia esta semana, quiso usar un resquicio legal para reducir en 12 minutos por día la jornada laboral. Ni las mentes más creativas de la Unidad Popular hubieran diseñado un resquicio legal más burdo para interpretar una ley que la propia derecha votó a favor. Cuando el país pide a gritos liderazgos responsables y razonables, la derecha política dejó pasar una gran oportunidad para demostrar que está a la altura de las circunstancias. Ningún aspirante presidencial del sector o notable líder partidista levantó la voz para condenar esa mañosa interpretación de la ley de reducción de la jornada laboral.
Los ejemplos de malas políticas públicas o visión política cortoplacista abundan. Faltan liderazgos que promuevan acuerdos -y que demuestren voluntad de negociar con sus dichos y con sus acciones. Es cierto que el momento por el que atraviesa el país no es el mejor. Hay buenas razones para estar preocupado y pocas razones para estar optimistas. Pero igual que una pareja que fue feliz y hoy parece encaminada al divorcio, no es ilusorio pensar que las cosas pueden mejorar y se puede reconstruir una relación que salve a la familia. Los chilenos esperan que eso ocurre y se merecen que la clase política esté a la altura y sea capaz de sentarse a conversar y a construir acuerdos que nos permitan salir del mal lugar en que hoy está el país. (El Líbero)
Patricio Navia



