Un antiguo dictum de los estudios internacionales -atribuido al premier británico Lord Henry Palmerston- reza que en los asuntos internacionales no existen aliados eternos ni enemigos permanentes. Con esas palabras se sugiere, tanto la imposibilidad de ser amigo o enemigo de todos simultáneamente, como lo peligroso que es tener intereses difusos, vacuos o poco definidos.
Por desgracia, este aserto no siempre es tenido suficientemente en cuenta. Suele citarse y examinarse, aunque principalmente como simple ejercicio teórico.
Por estos días, cobra actualidad. Y es a propósito de las Falkland/Malvinas. Hace escasas semanas, la cancillería argentina denunció como “ilegales” los proyectos de exploración y explotación adjudicados por Gran Bretaña a la empresa israelí Navitas Petroleum. Una decisión, por cierto, inesperada y extraña.
Así, el viejo dictum de Palmerston es puesto a prueba en esta región.
Es una decisión indicativa del enorme peso que tiene la historia. La denuncia de la cancillería argentina -apoyada en ese eterno incordio con Gran Bretaña- simplemente contradice los lineamientos que se venían observando desde que asumió el Presidente Milei.
Conocidas son sus inclinaciones en materia de política internacional. Se sabe de su especial afecto por Israel, e incluso por el judaísmo religioso, y de que ello impregna toda su cosmovisión. Ese dato, tan fundamental, era, hasta ahora, considerada la gran “fuerza profunda” de la política exterior argentina.
Es eso lo que, por ejemplo, explica el reciente voto de Argentina en la ONU, donde, junto a EE.UU., se opuso a la creación de dos Estados como posible solución al conflicto en el Medio Oriente; propuesta aprobada por mayoría en la Asamblea General de la ONU. Hay quienes conjeturan incluso que una buena cantidad de argentinos de origen israelí podría emigrar hacia allá una vez concluido el conflicto en Gaza.
Dado entonces que nadie podría rebatir el deseo manifiesto de Milei de mostrarse como aliado de Israel, resulta inexplicable la fricción con Navitas Petroleum.
Esta es una empresa de origen israelí, que cotiza en varias bolsas internacionales y, desde luego, en la de Tel Aviv. Es una petrolera con una muy vasta experiencia en exploración y explotación de estos recursos. Cabe suponer, entonces, que el enojo de la cancillería argentina con esta empresa intersecta con el corazón mismo de la administración Milei.
Surgen entonces tres posibilidades para tratar de comprender esto. La primera podría ser que la declaración emitida por la cancillería argentina se hizo (es decir, planificó, redactó y publicó) totalmente a espaldas del Presidente. Otra posibilidad sería que se hizo con la anuencia tácita de éste, bajo el predicamento de cumplir con demandas propias de la historia política del país sin comprometer directamente al mandatario (es decir, que no se vea obligado a expresar personalmente su opinión). La tercera sería un deterioro abrupto e imprevisto de las relaciones argentino-israelíes. Como sea, es un remezón de proporciones.
¿Cómo podría ser vista esto a la luz del espíritu palmerstoniano?
Imposible saberlo, por ahora. Sin embargo, la contradicción planteada es muy interesante. Ocurre que la política exterior argentina ha estado históricamente impregnada de emocionalidades y eso se refleja en los giros y altibajos que muestra toda su trayectoria. Los temas del Atlántico sur concentran en la actualidad dicha emocionalidad.
Y no se trata sólo de reverberaciones de la guerra. El origen de la disputa, como se sabe, está cubierto por una espesa neblina. Para sucesivos gobiernos argentinos (especialmente durante el siglo 20), estas islas le pertenecen desde que formaran parte del virreinato de Buenos Aires (del Buen Ayre, en época colonial) y, en virtud de aquello, se adjudican el derecho a decidir sobre el destino de las mismas.
Los británicos, por su lado, han mantenido una sola línea desde que llegara allí John Byron en el siglo 18. Tomaron el control de las mismas fundados en lo que estiman era terra nullius. En su versión, territorios deshabitados.
Apoyados en aquello, otorgan facilidades mineras, pesqueras y las que estimen provechosas.
Hasta ahora, la administración Milei había tratado de abordar el rompecabezas geopolítico recurriendo al pragmatismo y flexibilidad; es decir, asumiendo que la situación existente constituye un acontecimiento de longue durée, parafraseando a Braudel. En palabras simples, que va para muy largo.
Milei se planteó entonces aprovechar la disposición de Londres a buscar diversos espacios para un mayor acercamiento en lo referido a las islas y evitar debates absurdos. Por ejemplo, concordar fórmulas para favorecer el turismo ecológico en las islas. Y cabe recordar que Londres incluso autorizó la venta de los cazas daneses F16 a Argentina. Es decir, la lógica imperante era palmerstoniana. No hay enemigos eternos.
La pregunta ahora, ¿cuáles serán los límites de la alianza con Tel Aviv? Una incógnita. La respuesta radica en cómo sedimentará este fuerte temblor subterráneo protagonizado por la cancillería argentina frente a la petrolera israelí Navitas. (El Líbero)
Iván Witker



