Nueva derecha: ¿sueño imposible?

Nueva derecha: ¿sueño imposible?

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El lanzamiento oficial de Chile Vamos (19 de diciembre pasado), lleva inevitablemente a preguntarse por la posibilidad de una nueva derecha en Chile. Si bien el término ha sido varias veces criticado, ello no implica que contenga un significado descartable.   

No obstante que el término fue utilizado durante el gobierno de Sebastián Piñera, no cuajó por dos grandes razones. La primera es que, no obstante los intentos aislados de Piñera por expresar una derecha moderna (por ejemplo, a través del AVP, después AUC), el sector siguió siendo hegemónicamente conservador. Tomando el mismo caso del AVP, el Presidente nunca pudo ver completada su tramitación, y ser él la autoridad encargada de promulgarlo.

Pero la razón más importante es que resulta muy difícil pensar en una nueva derecha sin la existencia de una vertiente liberal consolidada. Y aunque el mismo Chile Vamos está dando pasos importantes —al integrar en su seno a liberales, conservadores y socialcristianos—, solo los primeros podrían representar una derecha distinta a la tradicional.

Reconociendo que no soy imparcial en esta apreciación (milito en Evópoli), me atrevo a sostener que los liberales son los únicos que pueden dar cuenta, copulativamente, de algunos atributos fundamentales. El primero, siguiendo a Mario Vargas Llosa, es lo que se denomina liberalismo integral: no reducir la libertad al plano económico. En este sentido, cuando los liberales hablan de poner por delante la libertad individual, piensan que las personas son soberanas no solo para decidir sobre qué productos comprar (o, incluso, qué colegio o universidad elegir), sino sobre la identidad sexual y el tipo de familia que quieren para sí mismas. Así como el Estado no debe intervenir radicalmente en economía o educación, tampoco debe hacerlo en torno a los proyectos vitales más íntimos.

El segundo implica valorar el carácter universal de los derechos humanos, y condenar claramente a los gobiernos o regímenes que los violen. Si bien es posible entender la existencia de contextos de crisis, ningún momento de la historia se exime del respeto a los derechos fundamentales (incluso las guerras cuentan con normas humanitarias). Pensando directamente en el caso del Chile reciente, estos liberales no tienen ningún problema en hablar de dictadura para la presidencia de 17 años de Augusto Pinochet.

El tercer atributo implica romper con el mito (promovido por distintos colectivismos) de que el liberalismo proclama un “individualismo asocial”. Lo que en cambio defiende es el hecho de que los individuos son capaces de construir la vida que consideran mejor para ellos. Y que, no obstante que puedan ser influenciados por la sociedad (o por distintas comunidades, con las que interactúan), no deben nunca ser obligados a conducir sus vidas en un determinado sentido, salvo que afecten directamente a otras personas.

El cuarto atributo se refiere a que —justamente, como demostración de la falsedad del mito precedente— este liberalismo es asociativo, en el sentido de que promueve la existencia de una sociedad civil fuerte, que cumpla importantes funciones sociales. Esto significa combatir el reduccionismo de considerar lo público como sinónimo de lo estatal.

Finalmente, este liberalismo es solidario en cuanto defiende los principios de subsidiaridad activa y de igualdad de oportunidades. Y aunque el segundo no deba entenderse en forma absoluta —como igualación hacia abajo—, este atributo implica que las políticas sociales deben focalizarse, de manera preferente, en los sectores vulnerables y en los niños.

Considerando que los dos últimos atributos son —en general— comunes a Chile Vamos, solo la vertiente liberal los expresa en conjunto con los demás. Y para que todos ellos se consoliden en el tiempo, esta vertiente debe crecer electoralmente, y  convertirse en una derecha al ataque en términos ideológicos. Lo último, porque no basta con creerse el cuento y ganar elecciones; hay que dejar atrás el ethos tradicional de este sector —su inmovilismo—, y querer cambiar el mundo con ideas propias. De todo esto (al menos) depende que la nueva derecha deje de ser un sueño imposible.      

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